Francamente, ya no sé qué decir. No sé cómo expresar el horror y el rechazo que me produce la violencia machista. Hoy han muerto dos mujeres más (una de ellas en Canarias), y ese «más» empieza a sonar con un eslabón de una cadena sin final. Elecciones el día 20, otro espectáculo más en el show business, en el que se habla de locuacidad, de camisas blancas, de axilas sudadas o de errores de pronunciación. Esos medios que tan solemne y ávidamente (todo hay que decirlo) tratan los asesinatos de mujeres, son los mismo que en horas y horas de programación colaboran ladinamente para fijar clisés machistas, donde las mujeres son piezas de caza y hasta objeto con registro de propiedad, en las que el macho alfa concede a otro el permiso para que seduzca a la pieza que él tiene controlada. Y esto se repite una y otra vez, mientras a la Vicepresidenta del Gobierno lo único que se le ocurre decir en el ya choteado debate del lunes es que las mujeres no deben permitir que les controlen sus teléfonos móviles. Y ya está. Luego se les llena la boca con la recomendación de que es un problema de educación, pero destruyen sistemáticamente cualquier intento de formación humana igualitaria. Es verdad, el culpable de cada crimen machista es quien lo comete, pero la responsabilidad es estructural y crónica de unos políticos que no mueven un dedo contra el embrutecimiento de la sociedad. Es cierto que la educación es fundamental, pero esta es mucho más que el colegio, el aula y el profesor. Esta es una consecuencia más de la destrucción de la formación humanística, y no hay ni un solo renglón en ningún proyecto político que nos haga pensar que ven la formación ciudadana en su conjunto. No soy un descreído, simplemente miro a mi alrededor y no veo una luz en este asunto. Solo veo una larga fila de ataúdes de los que son culpables sus ejecutores y responsables quienes no ven más allá de su sombra. En realidad, tanto en este asunto como en tantas otras injusticias, todos somos responsable por permitir que nos sigan engañando con palabras bonitas sin ninguna consecuencia.
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