Lo que está sucediendo en este país no es preocupante, es alarmante. Ya se ha instalado el fundamentalismo, o tal vez habría que hablar en plural. De repente, las fuerzas conservadoras (reaccionarias, mucho mejor) atacan en tromba. No voy a describir con detalle el panorama político, económico, social, laboral, cultural, educativo y de toda índole que se ha ido generando paso a paso en los últimos años. La precaria democracia que armamos hace 35 años se ha ido reduciendo, y encima vienen otros detrás acusando a las generaciones jóvenes de entonces de esa precariedad, como si ellos no fuesen beneficiarios de aquellas tiempos duros, y casi nos están diciendo a la cara que le democracia la están inventando ellos. Y así, entre unos y otros, todos los avances que habíamos ido arañando en más de tres décadas muy complicadas pero muy esperanzadoras se están yendo al traste. Sólo falta que, por decreto, se vuelva a instaurar el Santo Oficio, si es que de alguna forma no existe ya.
La España federal que sería lo natural por el recorrido histórico de este país, está cada día más lejos, y con ello se radicalizan las posturas periféricas, lo que en lugar de desembocar en un Estado plural pero unitario puede acabar como el rosario de la aurora. Pero nadie hace política, España se ha convertido en un gran gabinete de prensa en el que cada cual trata de hacerse una imagen y ganar adeptos. Pero nadie dice con claridad qué es lo que va a hacer, y tampoco vislumbro un gesto de negociación, de diálogo, de hacer política. Neoliberales, ultraderecha nostágica y cavernícola, democristianos, independentistas, nacionalistas de ocasión, revolucionarios de libro, socialdemócratas desnortados, izquierdistas dispersos…Todo el mundo alega tener la razón absoluta, pero el caso es que se pierden en discusiones gigantescas sobre detalles nimios, y nadie entra en el magro del asunto. Así, las grandes corporaciones aprovechan el río revuelto y los 35 años de esa pobre democracia que ahora nos critican por el otro lado se van a pique porque los derechos desaparecen. Muchos sectores se están equivocando de enemigo, y se sienten más legitimados los que dicen la cancaburrada más grande. Eso se llama sinrazón, intolerancia, desvarío, intransigencia, disparate, o si quieren usar vocabulario mediático, fundamentalismo.
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