Cada vez que acaba un año se producen los recuentos y las profecías. Los primeros suelen ser parciales e interesados porque la memoria es tornadiza, y siempre damos más importancia a lo que nos afecta personalmente. Es humano. El año que ahora nos deja ha sido uno más de los siete de las vacas flacas que José anunció al faraón en el Génesis, y nada parece indicar que las vacas vayan a engordar. Las profecías en general tienen las patas muy cortas, porque siempre nos recuerdan las que se cumplieron, pero las otras quedan en ese vacío de la débil memoria. Resulta curioso ver cómo distintas fuentes adivinatorias predicen resultados diferentes para una misma cosa. Solo aciertan cuando hablan de ambigüedades. Ahora anuncian todos que 2015 va a ser un año agitado, de grandes cambios en España; hombre, con dos procesos electorales en puertas (quién sabe si alguno más), un reinado que está en sus inicios y la maraña que hay sobre las mesas de los jueces instructores, hasta el tonto del pueblo está en condiciones de predecir cambios y que va a ser un año agitado, sabiendo que la palabra agitación se aplica en distintos grados, con lo que es seguro que esta profecía va a cumplirse. Queda la esperanza, no en que todo se arregle por sí mismo (eso nunca sucede), sino en que haya luz, cordura y empuje en todos nosotros, y especialmente en las personas que asumen liderazgos. Y también nos queda la palabra, como diría Blas de Otero. Y eso es lo que deseo colectivamente, y la mayor ventura personal en 2015 y siempre para aquellas personas que suelen acercarse a este post. Los recuentos y las profecías no me interesan, pero creo en la buena gente que mira hacia adelante y profetiza cada instante con sus propias manos. Esa es la luz que realmente alumbra.
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