Las librerías están llenas de libros renombrados, de magníficas novelas que se venden poco o mucho, de bet-sellers que generan millones y de exquisitos poemarios que son la quintaesencia del arte literario. También hay memorias y biografías de grandes personajes, que realizaron una obra política, social, científica o artística de gran impacto, o simplemente escribieron un libro crucial, compusieron una sinfonía maravillosa metieron un gol que significó un campeonato. Que haya biografías de Churchill, García Márquez, Madame Curie o Maradona es lógico y es la normalidad, y a través de esas vidas conocemos no sólo las peripecias del personaje, sino el mundo que se movió a su alrededor y en su caso su influencia en la vida de los demás.
Sin embargo, hoy voy a hablar de un libro que habla de un hombre sencillo, paradigma de muchos hombres y mujeres que forman parte de esos que llamamos anónimos. Recordamos a una reina o a un pintor, pero nunca al panadero que les hacía el pan o al carpintero que construyó su cama. Tampoco tienen un relieve especial en los libros los agricultores, las enfermeras o los pescadores de bajura. Y en este caso se trata de un pastor de ovejas, Domingo Machina, un hombre de la isla de El Hierro que es biografiado por Aurelio Ayala. Las razones de este libro vienen en su título: Testimonio: Domingo Machina, un pastor universal. Así lo señala Maximiano Trapero en el prólogo, porque al decir universal Aurelio Ayala lo hace paradigma de una profesión que es una forma de vida en todo el mundo.
Domingo Machina fue un pastor herreño que, si algo excepcional hizo en su vida, fue participar como bailarín en siete Bajadas de La Virgen, dando ejemplo de arraigo y respeto por las tradiciones, y colaborando en todo lo que pudiera beneficiar a la colectividad. En el arranque de mi novela La mitad de un credo, refiriéndome al Juan protagonista, digo: «Por sencillo, Juan era singular… Nada en él indicaba que estuviera sostenido por aquella socrática fuerza interior, que poseyera la constancia de Lope de Aguirre…» Así era Domingo Machina, sencillo y a la vez singular, como muchos hombres y mujeres de los que nunca se escribirá una biografía pero que son las columnas en las que se sostiene cualquier sociedad, que los políticos llaman pueblo, en una especie de abstracción que borra la cara de la gente. Pero el pueblo tiene cara, la cara de Domingo Machina.
Desde el punto de vista etnográfico este libro tiene un gran valor, pero es que tratamos la etnografía como si fuese algo del pasado, arqueología social que ya no nos sirve. Y ese es el error, porque si la Real Academia dice que etnografía es el estudio descriptivo de las costumbres y tradiciones de los pueblos, deberíamos tomar nota de los valores positivos que esas tradiciones entrañan. En los Días de Canarias y en las fiestas populares nos vestimos de campesinos, asistimos a romerías, trillas y bailes de taifas, pero lo hacemos como divertimento, como el que se disfraza para el carnaval. Y al decir valores no me refiero a este o aquel aire folclórico, o a la manera de asar un baifo, sino algo que tiene más que ver con la esencia del ser humano. Se trata de conducirse como un hombre justo, porque un hombre justo es generoso, leal y coherente. Es evidente que en el mundo rural siempre había quien se salía de la norma y metía la pata, y entonces se le recriminaba porque había faltado a una especie de ley no escrita, la de la coherencia.
Para ilustrar ese sentido de la justicia que existía entre nuestros mayores, y que desgraciadamente los urbanitas estamos perdiendo a chorros, cuento una anécdota real de un campesino de Gran Canaria, que poseía varias reses. Un vecino lindante se encaprichó de una de sus vacas, y quiso comprársela. El vecino, que era un hacendado poderoso, pujó y llegó a triplicar la cifra del valor real de la vaca, pero el campesino no quería vender. Cuando finalmente decidió satisfacer al hacendado, se negó a aceptar la cantidad disparatada que este le ofrecía, y sólo se avino a la venta si esta era por el valor real de la res, porque decía que no era justo cobrar el triple del valor de algo. Muchos dirán hoy que el campesino era tonto, pero no, era justo, y su coherencia era llevada hasta sus últimas consecuencias, incluso, como es el caso, cuando él salía claramente perjudicado.
Otro de los valores que se ven reflejados en Domingo Machina es el sentido de la ironía, el distanciamiento de las cosas a través del sentido del humor. No estamos hablando de ocurrencias tipo Pepe Monagas, sino de la capacidad para afrontarlo todo con ecuanimidad y sin aspavientos. Eso sí, había algunas cosas con las que no cabía la chanza y en eso también había un código, sobre todo si se trataba de enfermedades, desgracias o creencias. Ahí sólo cabía el respeto. Y cuando su hijo le decía en el hospital de Tenerife que juntos volverían a El Hierro, Domingo dijo que sí, pero que él volvería en una tabla de madera. Y así fue. Por eso saludo este trabajo de Aurelio Ayala, que nos muestra el ensamblaje moral de hombres que son de una sola pieza.
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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7)
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