Me asombra la facilidad que con frecuencia se encadenan causas y efectos. No pretendo discutir evidencias que están muy contrastadas, como que cargar mucho peso afecta a las vértebras, que si se reduce la toma de alcohol bajan las cifras de accidentes de tráfico o que la sobreexposición al sol puede incidir en las enfermedades de la piel. Sí digo que hay infinidad de supuestos estudios, declaraciones y majaderías que se lanzan a la buena de Dios y luego hay gente que lo cree a ciegas.
Por ejemplo: ahora dicen que en los países donde se practican castigos corporales a los niños el cociente intelectual medio es menor. Supongo que serán muchos los parámetros que habría que medir, porque en la inteligencia influyen muchos factores, sean psicológicos (el castigo), mediambientales, de alimentación, el clima… Asignar directamente la relación causa-efecto a un solo factor sencillamente no es serio.
Y así andamos cada día en un bosque de afirmaciones supuestamente correctas, que alguien ha dicho y luego se han consagrado popularmente, y se escuchan sentencias de este tipo: «los rubios son más extrovertidos», «comer rábanos impide la calvicie», «ducharse por la noche aumenta el reúma», «las mujeres pelirrojas son más generosas», «mirar hacia la puesta de sol al atardecer mejora la depresión»… Les aseguro que estas afirmaciones y otras muchas, sin verdadero apoyo científico ni estadístico, circulan por ahí e incluso rigen la vida de muchas personas, y por eso hay otras que se aprovechan de su credulidad y a menudo de su desesperación. Está claro que en tiempos de crisis los charlatanes hacen su agosto.
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