Ladrones míticos

Para los que pertenecemos a cierta generación, el asalto y robo al tren-correo Glasgow-Londres en agosto de 1963 es una especie de epopeya mítica, porque fue un delito sin sangre y tenía algo de romántico. Robar el equivalente a 60 millones de euros es sin duda un gran golpe, el mayor que se había dado hasta entonces. Pero era un delito y por lo tanto perseguible, porque encima estaba en juego el prestigio de Scotland Yard.
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Y, claro, Ronnie Biggs, el líder de los 15 asaltantes, se convirtió en un personaje de leyenda, con fuga a Brasil incluida. El caso es que finalmente acabó en la cárcel y ahora, a los 80 años, se le excarcela porque está gravemente enfermo y deja la celda para morir. Es un final triste, pero dice que al menos irá a un pub y pedirá una pinta de cerveza.
Decía Concepción Arenal que hay que odiar el delito y compadecer al delincuente. Comparados con el crimen organizado, las mafias que secuestran, matan o trafican con todo, sea órganos, mujeres, menores o diamantes manchados de sangre, un falsificador de pinturas, un ladrón de guante blanco o un personaje como Ronnie Biggs resultan hasta simpáticos, como Robin Hood, Dick Turpin o Luis Candelas, porque es casi un juego de inteligencia y habilidad, sin sangre de por medio. Pero ya este tipo de «artistas» sólo pueden verse en películas de corte clásico, como El caso de Thomas Crown, y otras con protagonistas como Steve Mc Queen o Peter O’Toole.

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