Vaya por delante que lamento el accidente o lo que sea ocurrido al avión de Air France, en vuelo desde Río a París. Muchas veces me asombro del atrevimiento de los seres humanos al volar sobre la inmensidad de un océano, la terrible y extensísima calcinación de un desierto o de las extensiones heladas del Polo Norte. Si un avión sufre un percance en esos lugares las posibilidades de rescate son muy escasas, porque algo tan básico como localizar el avión es casi un imposible.
Pero lo que me extraña -no debería, porque es moneda corriente- es el jaleo mediático que se ha organizado, y todo porque es un avión con viajeros del Primer Mundo, de una compañía prestigiosa y con destino París. Los medios para su localización tienen que ser los máximos, pero que se monte un dispositivo parecido al de un terremoto, un huracán o un sunami, con Sarkozy liderando a lo Indiana Jones el asunto, es un detalle de cómo los políticos lo aprovechan todo para crearse imagen.
Cuando es un cayuco el que se pierde, cuando se desborda un río en un país que casi no está en el mapa, hay escasa atención mediática. Pero, claro, un avión francés no es lo mismo que un tren descarrilado en La India, o un terremoto en una perdidas montañas donde sólo viven unos tipos con turbante. Y es que seguimos siendo eurocéntricos. Ojalá encuentren el avión y haya el mayor número de supervivientes, todos si es posible.
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(Por fin ya vuelvo a tener mi ordenador de toda la vida)
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