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Mancuerdas a tutiplén

 

Parece que para hablar de política hay que estar claramente posicionado. También parece ser mirado como un delito tener una ideología, sobre todo si esta es de las que llaman de izquierdas. Porque todo lo que se asimile a la derecha siempre cuadra, porque la vida es así, porque la cosa lleva siglos. Tengo que confesar que siempre he sido reacio a identificarme con el concepto de ideología, porque a menudo pertenecer a un tipo de pensamiento concreto tiende a justificar muchas cosas. Pero, qué le vamos a hacer, siempre se me va la cabeza contra lo injusto, contra el abuso, contra lo que discrimina porque sí.

 

 

Claro, dirán, es que eres de izquierdas, como si no fuese un derecho pensar libremente. Pues mira, no estoy seguro. Sí tengo la absoluta seguridad de que no soy de derechas, y menos de ultraderecha, pasé demasiados años bajo un régimen absolutamente excluyente, por decirlo de manera suave. A los jóvenes que ahora parecen entusiasmados con las proclamas de la ultraderecha, que niega derechos que han costado sangre, les digo que, como entramado político, irá a proteger los privilegios de clase, apellidos y posiciones. Ese modo de vida que se ampara en religiones cómplices y juzga siempre negativamente cualquier intento de justicia. La derecha fue una herencia suave y medrosa de los modos franquistas, la ultraderecha intenta repetir aquello, y encima se molestan cuando se les tilda de fascistas. Es que son fascistas, y la derecha medrosa se ha dedicado a arrimarse a esos viejos modos en blanco y negro.

 

He afirmado con rotundidad que no soy de derechas y desde luego muy lejos frontalmente de la ultraderecha. Ah, pues entonces se podría insistir en que soy de izquierdas. Pues mira, define izquierda, porque esos partidos con los que se supone debo identificarme y se proclaman de izquierdas no cuadran en sus comportamientos con mi manera de ser y transitar por la vida. Ah, entonces dirán que soy centrista, equidistante, apolítico. ¡Y una mancuerda! Esas tres palabras, centrista, equidistante y apolítico, me dan náuseas una a una. Y aprovecho para expresar mi indignación por las proclamas incendiarias del señor Abascal en su visita a Canarias.

 

No soy de derechas porque no me gusta que los servicios públicos básicos dejen de serlo para convertirse en un negocio. Ya me pueden cantar los Niños Cantores de Viena todo eso de la propiedad privada, el derecho a decidir sobre mis pertenencia y no sé cuantas majaderías más que siempre reman a favor de quienes no necesitan servicios públicos ni protección social, ya tienen todo el dinero, pueden pagarse sanidad, educación, y tendrán casas para habitar o explotar. La democracia les molesta, porque la verdadera democracia tiende a la justicia, y los estados existen para poner límites a los desmanes de quienes siguen empeñados en perpetuar el feudalismo y la esclavitud.

 

No, no quiero una revolución stalinista, no quiero sistemas totalitarios, que finalmente son todos iguales, y los de derechas o izquierdas acaban siendo la misma pérdida de libertad individual. Quiero un mundo más justo. No puede ser que fondos buitres compren edificios enteros para explotarlos como pisos turísticos y la gente normal se quede sin techo. Ya, la propiedad privada. ¡Y otra mancuerda! Los estados serios ponen coto a todo eso. Lo hacen en Dinamarca, en Holanda o en Suecia, pero en el pobre Sur no se puede porque eso sería soliviantar los sagrados principios de la propiedad privada, esa que siempre es de los mismos.

 

Un trabajador que, con esfuerzo e hipotecas delirantes tiene un techo, no es un propietario, es un ser humano que, a duras penas se ampara en el inútil artículo 47 de la Constitución de 1978. Los propietarios que dominan el cotarro vienen de muchas generaciones, y si un artista genera derechos de autor por sus obras y sus herederos solo pueden cobrarlos hasta 60 años después de su fallecimiento y luego es de dominio público, ¿por qué un bien material puede pasar todas las generaciones del mundo? Y encima hablan de meritocracia, cuando el único mérito que pueden acreditar es haber nacido ricos. Es que todos conocemos cómo determinados líderes han dejado en la calle a cientos, miles de familias de gente corriente, porque han vendido viviendas sociales municipales a fondos buitre, en cuyo entramado pululan familiares que no se esconden porque se creen con una especie de derecho divino.

 

Ah sí, la izquierda chavista y podemita que quiere implantar el comunismo de Maduro en España. Sánchez, el nuevo Lenin del Sur. ¡Otra mancuerda más! Un gobierno supuestamente de izquierdas que ha dejado que siga creciendo el principal problema actual de España, que es la falta de vivienda, en siete años nada de nada, y el anterior gobierno, el de Rajoy, tampoco hizo nada, porque es su naturaleza, pero se suponía que el de Sánchez iba a ser más justo y coherente, porque todo viene de la Ley de Suelo de un gobierno del que se decía que tenía el mejor ministro de Economía de Europa, que acabaría en la cárcel, seguramente víctima de una conspiración ultracomunista.

 

Es verdad que Sánchez ha subido el salario mínimo, pero como no se corresponde con el coste de la vida, es como tirarle tomates al obelisco de la plaza de Tomás Morales, curiosamente llamada ahora de La Constitución, no sé si para seguir el cachondeo.  La Ley Mordaza sigue en vigor y cuando la policía disuelve una manifestación obrera va con todo, pero, no sé por qué, siempre anda con paños calientes cuando quienes se manifiestan incluso contra esa sagrada Constitución son los que siempre son. Y no pasa nada.

 

Se generan leyes como las de la Vivienda, las que atañen a los inmigrantes menores no acompañados, a políticas forestales o hidráulicas y luego las comunidades autónomas las aplican o no. Hombre, si son estatales se aplican sí o sí, porque si no me dirán para qué tenemos un Parlamento Estatal. Es más, una comunidad como Baleares, con mayoría combinada de las derechas, se permite el lujo de anular La Ley Estatal de Memoria Histórica (equivale a derogarla). ¿Pero esto qué democracia, qué estado, qué ordenamiento jurídico es?

 

Y el colmo es que la continuidad de un gobierno dependa de que una minoría esté contenta con que se hagan buenas gestiones para que en Bruselas se hable catalán. En España hay secuelas de desgracias terribles como las ocurridas en Valencia, Galicia o Castilla-León, salarios de miseria, sanidad, educación y servicios sociales son una caricatura y el remedio que venden es la privatización para que los grupos económicos ganen dinero con servicios públicos, y luego se quejan de que hay demasiados impuestos, cuando la solvencia de sus empresas procede de esos impuestos. Y todo se resuelve hablando catalán en Bruselas. Así que, entre todos la mataron y ella sola se murió. Ah, no me olvido del cinismo con que se está tratando el asunto de las cribas del cáncer de mama en Andalucía. Al final van a tener la culpa las pacientes. No me vendan motos; ¡Ninguna! Pues eso ¡mancuerdas a tutiplén!

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Vivir un mundo paralelo

 

En los últimos años, la salud no ha sido mi fuerte, he pasado por diagnósticos y tratamientos complejos y molestos (no nos vengamos arriba cuando hay tanto sufrimiento irracional en nuestro mundo), pero todo se supera, y en cada momento tenía claro si me dolía, tenía náuseas, ardor como si me hubieran hecho a la parrilla o me entraba una migraña insoportable. Quiero decir que identificaba todo lo que sentía, y continuaba siendo un misterio ese virus que venía de China, que por fortuna pude evitar en mis peores momentos, porque pillarlo no habría ayudado. Y la gente que había pasado por ese virus que paralizó el planeta me lo describía siempre de una manera distinta, aunque no podían explicar qué había de diferente a cualquier otra dolencia.

 

 

Ahora ha entrado en mi casa la Gripe A, y ha sido un tiempo muy complicado. Cuando pasamos unos días en estado febril, es como si el mundo funcionara de otra manera. Los últimos diez días he vivido la experiencia de la gripe, que muchas personas entienden como una enfermedad menor. No es así, si el virus te pilla fuerte, la fiebre puede ser muy alta y los problemas respiratorios muy complejos, incluso peligrosos. Se pasa muy mal, por lo que siempre aconsejo que, siempre que sea posible, se vacunen contra la gripe estacional.

 

Menciono esa circunstancia personal porque es algo que nos deja fuera de circulación. Durante esos diez días que menciono, han sucedido cosas muy importantes, de un calado tremendo, tanto en España como en el mundo. Se ha producido el cese de los bombardeos continuos en Gaza, ha habido una visita importante de Zelenzki a Washington, se ha programado una entrevista entre Trump y Putin en Budapest y, en fin, están sucediendo muchas cosas que, cada una por sí misma, son de una importancia tremenda, y ya podemos imaginarnos el peso que tienen todas a la vez.

 

Lo curioso es que, mientras todo eso sucedía, yo estaba en Urgencias, aliado con la bombona de oxígeno, o en casa bajo los efectos de una fuerte medicación y con fiebre alta que tardó una semana en desaparecer. Escuchaba la vida con sordina, como si estuviese viendo una película en la clandestinidad. Cuando hablaba con alguna persona a través del teléfono (casi siempre por medio de mensajes escritos) percibía el mundo como algo irreal, y lo más tremendo es que, cuando se está en una situación complicada o dolorosa, lo único que nos preocupa es la supervivencia. El único interés era el de respirar.

 

Todo esto me hace volver a esa idea de que no nos damos cuenta de la ausencia del bienestar físico hasta que lo perdemos. Vamos por la calle, nos cruzamos con personas que caminan con muletas o en silla de ruedas y nos pasan desapercibidas. Solo cuando esas carencias nos ocurren a nosotros nos damos cuenta de la necesidad de que la accesibilidad sea buena, de que la gente pueda moverse sin problemas insalvables. Y no nos enteramos de que hay personas atrapadas en pisos con muchas escaleras donde el resto de la comunidad se niega a arreglar un ascensor que se ha roto. Este tipo de cosas deberían estar legisladas y con capacidad ejecutiva siempre. Los Ayuntamientos debería tener el derecho y la obligación de solventar esas necesidades, pero por lo que se ve andan muy ocupados con los carteles del Carnaval o el enésimo festival con nombre en inglés y pagado con dinero público, mientras que no hay capacidad jurídica para salvar a una ciudadana secuestrada por las circunstancias.

 

Ahora, tras una larga semana viviendo como de prestado, he entendido eso que no podían describir los contagiados. Independientemente de la agresividad diferente de las sucesivas cepas, me hablaban de vivir como flotando. Y esa es la sensación, como si pisaras un suelo de goma, o una cama elástica. Se va la fiebre pero sigues con la cabeza zumbada, con una sensación indefinida que no es sueño, pero tampoco vigilia. Algo distinto que nunca había sentido. Y yo he sido afortunado, porque nos hemos contagiado a la vez las dos personas que habitamos mi casa, no sabemos dónde ni cómo, ni parece que eso le interese a nadie. Y encima nos pilló con una compra grande recién hecha, así que no hemos necesitado ayuda (aunque ha habido amigos en estado de alerta, lo cual da mucha seguridad) y, al estar contagiados los dos, no había que tomar precauciones. Hay una receta mágica que te cuentan por teléfono: no salgas, descansa, toma paracetamol hasta que no haya fiebre y si tienen dificultades serias para respirar vete a urgencias. Vale, y si te rompes una pierna también.

 

Así que, cuando somos dos zombis es menos aburrido que cuando se está solo. Tengo también la sensación de que al planeta entero le importa un carajo todo esto, pues no consta en ninguna parte que estas dos personas estén enfermas. Pero eso me hace pensar que yo también estoy en mis cosas mientras otras personas sufren. Lo digo porque, al tipo que lleva la cuenta de los contagios, cuando tenga que pasar la factura a la OMS, le faltarán dos contagiados por aquí, y algunos más por allá, y entonces los datos estarán falseados. Y ya es creerse importante que contabilicen un contagio cuando en medio mundo la gente muere de las formas más crueles y tampoco parece que eso le quite el sueño a quienes podrían evitarlo. Seguimos igual, esto que nos pasa aquí con guante blanco, pasa a millones de seres humanos, inermes ante plagas como el paludismo, el sida, el ébola, las guerras o el hambre. Pero eso a nadie le importa, y supongo que, a estas alturas, el tipo que durante el COVID contaba los contagios debe estar en el paro, porque los únicos contadores que importan son los que amasan dinero manchado de corrupción, sangre y avaricia.

 

Así las cosas, me viene a la mente la escena de Casablanca en la que Rick (Bogart) le dice a Ilsa (Ingrid Bergman), que mientras el mundo se rompe en pedazos poco importa el sufrimiento de una pareja perdida en el noroeste de África, y digo yo que menos todavía otra a la que el reparto del súper o un amigo solidario le lleva la compra a la puerta. Y esa es la dinámica de este tiempo, en la que los sin techo son mera estadística, la soledad de los ancianos viene de serie y el abandono es connatural en una sociedad enferma, y esta enfermedad -el egoísmo- sí que es grave.

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Las trescientas tonalidades del blanco

 

No sé si me da risa o tristeza cuando escucho a alguien del mundo de la literatura decir que no es de derechas ni de izquierdas, que es apolítico. Le compro lo de derechas o de izquierdas, porque entiendo que son palabras manidas y desgastadas, que tienen más que ver con ideologías que impregnan todo lo que hacemos, y entiendo que eso no es bueno, porque el pensamiento debe discurrir como un río. Lo que no compro es que se puede ser poeta, narrador o dramaturgo y a la vez ser apolítico. Ya decía Antonio Machado: “hay que hacer política, porque si no otros la harán por ti, seguramente contra ti”. Cuando se escribe literatura, se hace política en cada renglón, desde la poesía mística más profunda hasta la más trepidante novela de acción. La cabra tira al monte, y se escapa del camino sin darse cuenta. Y quien se esmera en no pisar charcos, se está fabricando su propio barrizal, el de acomodarse a la realidad imperante. Y eso también es hacer política.

 

 

En 1939, el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió un poema con el título de “Malos tiempos para la lírica”. En él decía que no gustaba que él dedicase sus versos a las mujeres campesinas que caminaban encorvadas por el trabajo, que lo que la gente quería es que le hablaran de quien es feliz. En la década de los 80, el grupo gallego Golpes Bajos popularizó una canción en la que la frase se repetía muchas veces, y la idea era la misma que la del escritor alemán. Escribir ahora es un trabajo de sorriba, porque cuesta centrarse, pero quien tiene un compromiso con el pensamiento y la razón debe que sacar fuerzas de donde sea porque el pensamiento se construye con palabras, y hay que hacerlo, aunque se corra el riesgo de equivocarse, porque en un momento como el actual pensar es muy complicado porque los elementos con los que se arman los conceptos son inciertos.

 

Para seguir adelante, pienso en una escena de la película Casablanca en la que Rick (Humphrey Bogart) le dice a Ilsa (Ingrid Bergman): “El mundo se desmorona a nuestro alrededor y nosotros nos enamoramos”. Entonces era la II Guerra Mundial en el cénit de la incertidumbre, pero incluso en medio de ese horror se encendía una luz. Ahora pasa igual, al escribir y al vivir, porque en medio de una desgracia colectiva en la que nadie había pensado es necesario que se enciendan las luces. En Casablanca era el amor entre dos personas, ahora tiene que ser el de la creencia en la vida y la solidaridad por encima de cualquier cosa. Así trato de construir el andamiaje de mi pensamiento.

 

Los seres humanos tememos por la familia, por los amigos, por la gente desconocida y, por instinto de supervivencia, por uno mismo. Y es que hemos de sobrevivir como individuos, como sociedad y en última instancia como especie. Cuando todo eso está en riesgo, sería de inconscientes no tener miedo. Alguien ha dicho en estos días que quienes no tienen miedo son el mayor peligro. Pero hay que sacudirse ese miedo, porque la valentía consiste precisamente en eso, los temerarios no son valientes porque nunca tienen que vencer al miedo. Así que, si en estos días el miedo nos atenaza en algún momento, no debemos avergonzarnos, pero tampoco debemos dejarnos paralizar, porque hay quien sabe utilizar el miedo para conseguir propósitos que casi siempre son inconfesables.

 

Tampoco debemos cerrar los ojos. Lo que está ocurriendo en el mundo en estos momentos es tremendo, pero también debemos pensar que nuestro aliado más importante ahora mismo es el pensamiento. La política también es importante porque hay que generar respuestas y en estos momentos es una grave irresponsabilidad la de quienes anteponen otros intereses al problema principal. Es impresentable que haya quien siga jugando al ajedrez con la vida humana, porque si antes no están las personas todo carece de sentido. Vemos cómo se especula con las influencias, con el precio al alza o a la baja de materias primas y con asuntos que pueden ser importantes en otro contexto, pero que hoy pueden esperar. También es muy triste que sea ahora cuando nos demos cuenta de la tragedia de millones de personas en la pobreza de un África explotada y de la indiferencia hacia el drama de los refugiados que huyen de las guerras que llenan muchos bolsillos. Pero ese dolor sigue ahí, y nos sigue llegando en patera.

 

Estoy seguro de que al final la Humanidad superará este embate, pero hay que tratar de que sea de la forma menos dañina posible. Cuando pase todo esto, quedarán retratados los que trataron de hacer su juego de tronos. Siempre se ha dicho que la memoria de los pueblos es frágil, pero hay cosas que no se olvidan porque con la vida humana no se juega. Y aunque sean malos tiempos para la lírica, es necesario hablar y pensar en quienes más sufren. El dolor no es un tema muy atractivo, pero, como decía el mencionado Bertolt Brecht, es lo que ahora mueve a escribir.

 

Estamos viviendo unas semanas muy delicadas, que ojalá se encaminen a territorios más seguros. La mentira, la hipocresía, la diplomacia más sinuosa y la más brutal se combinan para manejar el miedo. Una amiga me decía hace unos días que está tan asustada que su cerebro se ha puesto “modo avión”, no emite ni recibe. Lo entiendo, pero no lo comparto, no podemos cerrar los ojos, y dejar de mirar qué hay detrás de la siguiente curva del camino. El pensamiento ha de ser el último reducto de la libertad. No se trata de posicionarse al lado o en contra de algo o alguien, se trata simplemente de posicionarse sin más, algo tan sencillo y a la vez tan difícil, porque de todas partes lloverán piedras, y no es lo que se dice, sino cómo los demás lo interpreten.

 

¿Tan difícil es de entender que se puede ser solidario con los civiles palestinos y a la vez condenar las atrocidades perpetradas por Hamás, o que se puede ser crítico con la violencia criminal ejercida por el gobierno israelí sin ser antisemita y simpatizar con el sufrimiento histórico de los judíos? Claro que se puede, pero una manera de combatir la razón es tergiversarla. No todos los progresistas son estalinistas ni todos los conservadores fascista. Dicen que la sociedad está polarizada. No es cierto, se trabaja para polarizarla, para que todo sea blanco o negro. Pues resulta que los esquimales discriminan hasta 300 clases de tonalidades del blanco, porque ese conocimiento puede significar la diferencia entre vivir o morir en un entorno hostil. Pero nadie escucha, solo rebota.