Me alarmo cada vez que escucho renegar de la política. Hay dos formas a cuál más inquietante: la primera es cuando alguien trata de escabullirse y proclama que es apolítico; la segunda cuando se repudia directamente la política como si fuese una plaga bíblica. Las dos conducen indefectiblemente a desentenderse de las cosas públicas, de lo que se aprovechan los que se sostienen en la dejadez colectiva para ejercer su tiranía, que siempre es proporcional al grado de desidia comunal. Los primeros, los apolíticos, son en realidad unos cobardes que no se comprometen por miedo a perder privilegios que creen tener o por no hipotecar futuras posibles prebendas; en realidad son los que siempre se arriman al sol que más calienta y, como decía Groucho Marx «estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». Les va muy bien la democracia o la dictadura, porque son como insectos que sobreviven en cualquier medio.
Los que abominan de la política y los políticos tampoco ayudan, porque no dan una alternativa a la supresión que propugnan. Habría que recordarles que, según la RAE, la política trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas. Es decir, la sociedad ha de organizarse y alguien tendrá que coordinar y marcar la pautas; en democracia, esas personas son elegidas por el pueblo, se supone que después de valorar diversas opciones. ¿Existen otras formas de hacer política? Por supuesto que sí, muchas, pero siempre ha de haber alguna. O eso o el caos. Porque, claro, una sociedad es un engranaje muy complejo que necesita personas e ideas: política. Y a ambos habría que aplicarles el conocido texto de Bertol Brecht en el que dice que de su actitud temerosa o negligente nacen todas las degradaciones, los abandonos, la corrupción. Por eso reinvindico la política, y denuncio que los problemas de nuestra sociedad provienen precisamente de que en Canarias y en toda España (y diría que en Europa y, ya puestos, el planeta) hace unos años que no existe la política. Si existiera, la sociedad funcionaría de acuerdo a las constituciones democráticas, no según las conveniencias de las entidades económicas. En realidad, es que no hacen política ni los gobiernos, que se limitan a seguir los dictados de las grandes corporaciones.
Últimamente la cosa se ha salido de madre. La hipocresía del mundo es espeluznante. Han sido capaces hace unos años de retirar del mercado un modelo de muñeca Barbie porque por lo visto dañaba la imagen de los judíos, pero no retiran a Netanyahu, que ese sí que da mala imagen a los israelíes que quieren vivir en paz. Se me erizan los pelos cuando escucho la palabra patria, porque inexcusablemente conduce a la guerra. Las patrias solo existen para matar y morir por ellas. Alguien ha dicho que la tercera guerra mundial será un choque de civilizaciones; pues ya la hemos empezado, y la verdad es que la mayoría no sabe en qué lado está, porque la mayor parte de las veces otros deciden por nosotros.
Ahora resulta que España está en una guerra extraña, no se sabe en calidad de qué, porque hay por ahí tanques españoles conducidos por ucranianos, y es que casi nunca nos dicen la verdad. No soy antisemita, ni antiárabe, ni antinada, pero sí que soy contrario a la violencia, a la intransigencia y a la manipulación. Por lo visto hay que militar en un pensamiento único (hay varios, una contradicción que haya varios pensamientos únicos, pero los hay), porque existen determinadas corrientes que pregonan que las cosas son de una manera y solo de esa manera. Un nacionalista vasco decía en la radio que Euskadi sueña con un status similar al que Escocia tiene en el Reino Unido. Pues, van para atrás, porque Escocia no tiene policía propia, no administra su hacienda ni tiene otras transferencias que sí disfruta Euskadi.
Pero siguen en el cabreo productivo, y ya me estoy cansando de esos anatemas políticos que muchas veces se fundamentan en medias verdades o directamente en mentiras. Hay que medir mucho las palabras cuando se habla de los derechos de los escoceses, de los catalanes, de los vascos, de los corsos o de los sardos. Huy, eso es tabú, es sagrado, y ya me tocan las narices los pueblos elegidos a los que todos debemos sacrosanto respeto, mientras ellos pueden decir -y a veces hacer- lo que quieran porque tienen derechos canonizados de una fuente de la que no beben Extremadura, Aragón, Bretaña, El Algarve, Canarias o Asturias. De estos se puede decir lo que sea, no pasa nada, no se ofende a nadie.
Y me están llamando asesino cada vez que desde alguna de estas comunidades que se han colgado el cartel de víctimas criminalizan a esa entidad que llaman España por sus pecados históricos y su imperio levantado -como todos los imperios que ha habido y que habrá- sobre sangre, sufrimiento y genocidio; Colón no habría firmado las Capitulaciones de Santa Fe sin el apoyo de don Luis de Santángel, encargado de la economía de la Corona de Aragón, y hubo muchos catalanes en la conquista y colonización de América y en el comercio que fluía de la Casa de Contratación de Sevilla. Los vascos otro tanto, desde Urdaneta, hasta Lope de Aguirre, sin olvidar al osado navegante Juan Sebastián Elcano. Las culpas americanas no son solo de los extremeños Pizarro y Cortés, que para allá fue todo el que pudo a buscar la gloria y la fortuna. Los quieren que España pida disculpas resulta que son descendientes de los que conquistaron aquellas tierras; si hubo abusos en América, los cometieron sus tatarabuelos, no los míos, que en todo caso los cometerían en Canarias. Y ahora resulta que el actual President de la Generalitat va a Bruselas a entrevistarse con Puigdemont, que no ostenta ningún cargo que proceda de la Constitución o del Statut. Es como un mito de otra dimensión y luego dicen que el imaginativo soy yo.
Es que me estoy cansando de ser un sádico opresor asesino y depredador histórico en conflictos acaecidos cuando yo no había nacido. Es hora de que la ciudadanía desconecte los móviles y salga a ver el mundo al natural. Las pantallas distorsionan. Y como ya he dicho casi todo a los de la política profesional, ahora les exijo que nos demuestren qué es eso que dicen tanto y que llaman altura de miras. Solo hay dos opciones: política o corrupción. No hay más.
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