Los rojillos buenistas y con la mente más abierta de lo deseable por la gente de bien, llevan una diana en la espalda. Resulta muy fácil acusarlos de cualquier cosa, y si tienen coqueteos con el mundo de la cultura, les cae la acusación de paniaguados de los gobiernos, porque por lo visto cuestan mucho dinero a los presupuestos que pagamos todos, ellos también. Sé de uno de esos perroflautas que se gana la vida con su trabajo, aunque, vaya por Dios, curra de profesor y el erario público se ha visto obligado a ponerle en nómina (esa debe ser “la paquita mensual” de que habla la gente de bien, bautizada en la era de un tal Mariano Rajoy).
En cuanto a lo de cultureta, este tipo se paga los folios, la tinta y la electricidad que consume el ordenador en el que perpetra las atrocidades que pretende literarias, pero que por lo visto están a punto de entrar en el código penal como delito, porque pensar no trae nada bueno. Y esa paguita se la han dado porque, veleidades suyas, se le ocurrió estudiar una carrera, aprobar unas oposiciones y levantarse cada día para intentar que las nuevas generaciones estuvieran armadas, aunque también reconozco que cada vez que daba un paso adelante le soltaban una nueva ley de Educación que iba cerrando los caminos, durante todos los gobiernos estatales desde los años setenta y todos los autonómicos desde la década de los ochenta.
Ahora, que es un clamor que “Canarias tiene un límite”, recuerda que el 3 de abril de 1985, hace 39 años, publicó en un artículo (porque el tipo, encima escribe en la prensa) que intituló Cemento y cemento, en el que, en tono irónico, se burlaba de los rojos y de los ecologistas y animaba a los constructores y agentes turísticos a acelerar el “progreso” de Canarias, y que se urbanizaran rápidamente Veneguera, Osorio, Pajonales y el césped del Estadio Insular. Por lo pronto, lo del Estadio Insular está resuelto, pero no estoy tan seguro de que los otros tres objetivos resistan mucho tiempo más la voracidad desatada de estos tiempos, y eso que Veneguera es una de las pequeñas victorias de estos hippies, rojillos y buenistas. En los días siguientes a la publicación del mentado escrito, hubo fuegos artificiales en Cartas al Director (a saber qué habría pasado de haber existido las redes sociales) y hasta un patricio jefe de algo se rebajó a escribir un artículo en contestación al suyo, y lo más flojito que lo llamó fue ignorante, se arrogó la bandera de ser de los que sacarían a Canarias de su histórica postración y por primera vez sonó, dirigida a su persona, la palabra antisistema (no sé si antes de holgazán o después de castrista), porque por lo visto también trataba de “cubanizar” Canarias.
Lo que más lo entristeció fue que mucha gente que él creía que tenía dos dedos de frente aplaudió al jefazo, aunque tengo que decir que, al poco tiempo del episodio, en un acto de esos en los que los culturetas esquilman las arcas públicas mirando algunos cuadros, coincidió con César Manrique, a quien no conocía personalmente; se le acercó muy amable, y le dijo que siguiera explicando lo que pasaría si no se cambiaba el rumbo. Fue así cómo lo conoció. El tiempo le ha dado la razón a César y a muchas personas que llevan décadas predicando en el desierto. No son rojillos, ni azules, ni multicolores, aunque las evidencias hacen que las pancartas de hoy digan lo que estos llevan gritando desde que Franco era cabo. Algo es algo. Tampoco eran iluminados ni adivinos. Es una cuestión matemática: territorio pequeño y fragmentado, escasos recursos naturales, lejanía geográfica, poca agua, mucho espacio construido y muchísima población. Lo curioso es que las cuentas de la tragedia les salían a los de letras y les parecían infinitamente festivas a los ingenieros y a los contables.
Y ahora viene lo de antisistema. Todo lo contrario, porque siempre han entendido que se ha de convivir conforme a los recursos y avanzar en la dirección que nos conduzca al bienestar colectivo y no a la destrucción. Lo que ahora se llama sostenibilidad y que antes no tenía nombre, pero existía como concepto, y por defender algo tan evidente los trataron de retrógrados, malos canarios, y, en el colmo del disparate, antisistemas, cuando justamente clamaban por la conservación soportable que permitiera vivir en estas islas a muchas generaciones. Llevan medio siglo tratando de conservar un sistema que haga posible la supervivencia. Si el sistema colapsa, los culpables no serán los rojillos-buenistas-hippies-culturetas, sino los que pretenden el crecimiento infinito, llevar a estas islas al estado de una cometa sin hilo. Y ese es solo uno de los pecados, porque no acabaríamos en otros 39 años si hablamos de desigualdad en el reparto de la riqueza, corrupción consentida por un sistema suicida, creación de economías artificiales que mueven millones y que han convertido en mercadeo fiestas, recitales y eventos.
Pero hablemos con propiedad; los verdaderos antisistemas son los que llevan medio siglo cargándose nuestra tierra, nuestro modo de vida, nuestro sistema, pensando solo en engordar el becerro de oro. Si alguna culpa tienen los rojillos-buenistas-hippies-culturetas es la de no haber sido más insistentes, más duros, mejores defensores del sistema. En cuando a lo de cubanizar Canarias, mejor empecemos a mirar a la vecina África, porque la miseria y los fanatismos están levantando un siroco mucho más terrible que el que solo trae polvo y calor. Pero eso a la gente de bien tampoco le importa, porque seguramente tendrán piso en París. Por eso la gente ha salido a la calle este fin de semana, porque ya no se trata de anunciar un hipotético dinosaurio, sino de certificar que el colapso ya está aquí. Ahora dicen que van a hablar del modelo económico mientras siguen con la depredación. El aviso de ahora no es una posibilidad de que algo pueda ir mal. Ya está yendo mal, no hay tiempo. No vale hablar, hay que actuar. Pregunten a quienes no tienen vivienda propia y les dirán. Eso sí que es ser antisistema.
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