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Semana de zombis

 

Tres años y medio después, tengo covid. No sé si es que he bajado la guardia o si ya tocaba como la lotería, lo cierto es que esta última semana he sido un zombi. En estos años de pandemia, desescalada, postpandemia y todo lo demás, estaba esa espada de Damocles, que llegó un momento en que la quitaron, suspendieron la obligatoriedad de las mascarillas, y de vez cuando escuchabas que estaba habiendo un repunte, pero que era flojo. Al principio se contaban todos los contagios, y se seguía la ruta del bicho. Ahora ni sabemos cómo va, salvo por notas de prensa en las que se dice que las farmacias están vendiendo más test.

 

 

En ese tiempo al que me refiero, la salud no ha sido mi fuerte, he pasado por diagnóticos y tratamientos complejos y molestos (no nos vengamos arriba cuando hay tanto sufrimiento irracional en nuestro mundo), pero todo se supera, y en cada momento tenía claro si me dolía, tenía náuseas, ardor como si me hubieran hecho a la parrilla o me entraba una migraña insoportable. Quiero decir que identificaba todo lo que sentía, y continuaba siendo un misterio ese covid, que por fortuna pude evitar, porque pillarlo no habría ayudado. Y la gente que había pasado por ese virus que paralizó el planeta me lo describía siempre de una manera distinta, aunque no podían explicar qué había de diferente a cualquier otra dolencia.

 

Ahora, tras una larga semana de contacto con el virus (que todavía muestra su rayita en el test), he entendido eso que no podían describir los contagiados. Independientemente de la agresividad diferente de las sucesivas cepas, me hablaban de vivir como flotando. Y esa es la sensación, como si pisaras un suelo de goma, o una cama elástica. Se va la fiebre pero sigues con la cabeza zumbada, con una sensación indefinida que no es sueño, pero tampoco vigilia. Algo distinto que nunca había sentido. Y yo he sido afortunado, porque nos hemos contagiado a la vez las dos personas que habitamos mi casa, no sabemos dónde ni cómo, ni parece que eso le interese a nadie. Y encima nos pilló con una compra grande recién hecha, así que no hemos necesitado ayuda y, al estar contagiados los dos, no había que tomar precauciones. Hay una receta mágica que te cuentan por teléfono: no salgas, descansa, toma paracetamol hasta que no haya fiebre y si tienen dificultades serias para respirar vete a urgencia. Vale, y si te rompes una pierna también.

 

Así que, cuando somos dos zombis es menos aburrido que cuando se está solo. Tengo también la sensación de que al planeta entero le importa un carajo todo esto, pues no consta en ninguna parte que estas dos personas han sufrido el covid. Lo digo porque, al tipo que lleva la cuenta de los contagios, cuando tenga que pasar la factura a la OMS, le faltarán dos contagiados por aquí, y algunos más por allá, y entonces los datos estarán falseados. Y ya es creerse importante que contabilicen un contagio cuando en medio mundo la gente muere de las formas más crueles y tampoco parece que eso le quite el sueño a quienes podrían evitarlo. Seguimos igual, esto que nos pasa aquí con guante blanco, pasa en el Tercer Mundo a millones de seres humanos, inermes ante plagas como el paludismo, el Sida, el ébola, las guerras, el genocidio o el hambre. Pero eso a nadie le importa, y supongo que, a estas alturas, el contador de contagios de covid debe estar en el paro, porque los únicos contadores que importan son los que amasan dinero manchado de corrupción, sangre y avaricia.

 

Así las cosas, me viene a la mente la escena de Casablanca en la que Rick (Bogart) le dice a Ilsa (Ingrid Bergman), que mientras el mundo se rompe en pedazos poco importa el sufrimiento de una pareja perdida en el noroeste de África, y digo yo que menos todavía otra a la que el reparto del súper le lleva la compra a la puerta, haya o no haya ascensor. Y esa es la dinámica de este tiempo, en la que los sin techo son mera estadística, la soledad de los ancianos viene de serie y el abandono es connatural en una sociedad enferma, y esta enfermedad -el egoísmo- sí que es grave. Lo peor de todo es que tanta desidia parece que se soluciona preparando durante meses un carnaval. Pues nada, nos seguimos viendo en cuanto desaparezca la rayita del test del covid.

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A lo mejor ya es otoño

Hasta donde yo he indagado -y vivido- hubo en la frontera entre julio y agosto de 1976 una ola de calor infernal, en la que, de madrugada, había dentro del agua de Las Canteras tanta gente como si fuese mediodía (entonces había menos aire acondicionado y no estaba prohibido bañarse a medianoche). Pero fue una semana. Lo de ahora es inédito, y tal vez en esta ocasión los comentarios se ajusten a la realidad como nunca. Claro, los que por intereses económicos se apoyan en científicos como el primo de Rajoy para insistir en que no nos estamos cargando el planeta continúan con su mantra suicida y miran hacia otro lado, mientras el hielo se retira de los polos y los glaciares y ellos siguen haciendo caja.

 

 

Para desengrasar, que no todo va a ser política, he sabido que, hace unos años, subastaron las cenizas del novelista Truman Capote por 43.500 dólares. Estoy convencido de que a él le habría gustado, porque sentía pasión por un titular periodístico. Cada cual subasta y puja según su saber y entender, y los muertos y aparecidos se llevan mucho últimamente. También hace poco tiempo, vi un reportaje de televisión en el que afirmaban que en el estadio Ciutat de València transitan los espectros de cuatro aficionados, cuyas cenizas fueron depositadas debajo del césped de una de las porterías tras el accidente en el que perdieron la vida al regreso de un partido de su equipo, el Levante, titular del estadio. Parece ser que, desde entonces, en esa portería suceden cosas extrañas, siempre a favor del equipo local, errores inexplicables de los adversarios y aciertos imposibles de los levantinistas, o directamente milagros, sea en defensa o en ataque. Se ve que los difuntos ponen mucho empeño, pero muy hábiles no deben ser, puesto que el equipo sobrevive en 2ª división. Comentaban en el reportaje que, hace años, un delantero del Málaga llamado Duda (que ya tiene mangrina el nombrecito) falló un gol hecho porque se le puso delante un fantasma, pero no un central chulo, no; un fantasma-fantasma. Y siguieron hablando en la televisión con normalidad, como si ya se pudiera fichar apariciones de ultratumba en lugar de futbolistas.

 

Duda, el jugador implicado en el asunto, lo narraba como si el fantasma fuese un personaje real del deporte, de los que salen en Marca. Y uno se pregunta si hay penalti en caso de que, dentro del área, el balón atraviese al espectro por la mano separada del cuerpo, o si es reglamentario que un equipo juegue con varios jugadores de más, aunque sean aparecidos de otro mundo. Había oído hablar de El futbolista asesino en la magnífica novela de Nicolás Melini, pero nunca de futbolistas difuntos y encima no profesionales. En estos días, parece como si todos anduviéramos por el rulfiano mundo de Pedro Páramo, fronterizo entre la vida y la muerte, o más bien sin fronteras, lo mismo en un lado que en otro, como en la novela El bebedor de vino de palma del autor nigeriano Amos Tutuola. En Ucrania nadie se hace responsable de las matanzas, Rusia dice que son los propios ucranianos y Kiev acusa a los rusos. Lo mismo pasa en Israel, Gaza, Cisjordania y el Líbano, no se sabe quien lanzó este o aquel misil, pero el número de muertos siguen aumentando. Y no nos dejan otra que maldecir a todos los señores de la guerra.

 

Pero sigamos con el otoño. Tal vez sea por mirar muchas reproducciones de cuadros de Sorolla o de Vázquez-Díaz, pero siempre que llega el otoño me acuerdo de Madrid, y más concretamente del Paseo de Recoletos y del Prado, donde las acacias amarillean y convierten la tarde en una acuarela. Y una imagen otoñal que siempre recuerdo es la escena final de la película Muerte en Venecia, en la que, por un lado, está la muerte y por el otro las risas. El otoño es cansino, y aunque aquí se anuncia al final del verano con la bravura de las mareas del Pino, el mar se para, que es cuando dicen los pescadores que «la mar está echada». Las olas llegan tenues a la orilla, y la luz empieza a languidecer. Pero ya nada es igual que siempre. Es como si llegase la hora de cerrar, pero en realidad es cuando todo empieza a regenerarse de nuevo, aunque tenga mejor pedigrí la primavera. Pero ya ven, a mí me gusta el otoño, tal vez porque esa fue la primera luz que vi.

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La vida nunca perdona

La democracia permite que pululen por ella sus enemigos, y hay que poner mucho cuidado porque cualquier medida restrictiva nos puede llevar a terrenos cercanos al autoritarismo. Ahora bien; todos sabemos el peligro que para la convivencia supone el aumento de la intolerancia, las corrientes neonazis que se acercan a los jóvenes en forma de grupos musicales, con letras incendiarias, no por su rebeldía, que sería lógico en la juventud, sino por sus contenidos racistas, machistas, xenófobos y excluyentes. Hay un paneuropeísmo que cruza fronteras, y los estados de la UE siguen mirando hacia otro lado. Uno de los grandes problemas que se nos echa encima es el de la violencia juvenil, alentada desde el mundo incontrolado de Internet y algunas casas discográficas. Si legislar puede conducirnos a otro fascismo desde el poder, la democracia y la tolerancia deben defenderse con una campaña descomunal que anule la perniciosa propaganda neonazi sobre los jóvenes. Algo hay que hacer.

 

 

Pero acaso este sea el peor momento de la historia en el que podemos meternos en semejantes berenjenales. Tan solo con que haya un matiz mínimo diferente, caerán sobre ti cataratas de improperios y descalificaciones. Pero hay que decirlo, yo estoy curado de espanto, y ya de cancelado no paso. Decía Hermann Hesse que las personas que expresan su pensamiento con libertad, no suelen tener muchos amigos. En los mementos actuales, tienes que ser partidario de A o B, sin condiciones y a muerte; de lo contrario te tacharán de antisemita y alineado con terroristas del ISIS, o sionista recalcitrante. Y resulta que en Gaza hay miles de personas que no comulgan con el extremismo de Hamás, y en Israel otro tanto de israelíes que están hasta el gorro de las políticas expansionistas de los gobiernos de Tel-Aviv, especialmente cuando gobierna la parte más conservadora.

 

Luego están los que te pueden acusar de tibio o, peor, de equidistante. Pues mire, ser equidistante entre la ira sanguinaria de Hamás y las revanchas de la ley del Talión de Netanyahu, no solo es difícil, sino que viene a ser lo mismo, porque tener como bandera el odio y destrucción del otro no me permite estar a mitad de camino de ambos, porque en realidad están en el mismo sitio, seguramente porque la guerra es la única manera que tienen de mantenerse en el tablero. Por el contrario, no soy un “fumao” setentero que predica el amor y no la guerra, con canciones de Jan Báez o el Imagine de John Lennon. Como gustos musicales me apunto, pero creo que la lucha por la paz es algo más que cantar canciones en un asadero (que yo lo hago), es una actitud vital, y hay mucha gente que piensa así, pero a menudo teme expresarse porque teme que lo manden de regreso a Woodstock en una furgoneta Volkswagen pintada de flores.

 

Es asombroso que sigamos tan anestesiados cuando vemos lo que pasa en el mundo y aquí, en Canarias. Campan a sus anchas quienes juegan con los precios de los alimentos, los que sacan tajada de todas las desgracias (que son muchas) y los gobiernos dicen alguna cosa pero al final los tiburones se salen con la suya. La disculpa es que tal cosa no puede hacerse porque estamos en un mercado libre, porque no es competencia de aquí o de allá o que eso es herencia de gobiernos anteriores. Palabrerío, hay normas que permiten a los gobiernos tomas medidas que impidan extorsiones disfrazadas de inflación, y si no las hay habría que inventarlas. Ah, ya que esto o lo otro es inconstitucional, o que no lo permiten las directivas europeas. ¡Vengan ya! El abuso que existe con la vivienda, los precios y los alquileres es anticonstitucional, porque en La Constitución se consagran derechos sagrados como la vivienda, el trabajo, la educación y la sanidad. En realidad, creo que hasta la Constitución es inconstitucional, porque esa ambigüedad calculada permite que, al final, aquí nadie se aclare.

 

Además, en este momento en el que estamos con un gobierno en funciones y hay una tesitura internacional muy complicada y peligrosa, aquí actuamos como si lo importante fuese machacar al rival político, vamos, lo de siempre. Y es que hay gente que parece que todo el mundo le debe algo, tanto en la derecha como en la izquierda, y meter más leña en el horno no beneficia a nadie. ¿Han visto la cara que ponen algunos y algunas cuando hablan como si Dios les hubiera llamado al móvil? Me recuerdan a la del párroco de mi infancia cuando acudíamos a catequesis obligatoria y nos amenazaba con el infierno con la misma expresión que Freddy Krueger. Cada cual hace la guerra por su cuenta y nada se concreta. Se monta la de Dios es Cristo por naderías y si hiciéramos un concurso de contradicciones, mentiras y gazapos, habría que buscar un jurado muy competente, porque la habilidad destructiva de nuestros oradores y paniaguados es insuperable. Creo que todos merecen ser ganadores.

 

Pero no andan mejor por ahí fuera, porque Biden está temblando por lo que pueda hacer Netanyahu y ahora, él que nos metió en el barrizal de Ucrania, da un paso atrás porque las cosas se le han ido de las manos; la presidenta de la Comisión Europea ha dado esta semana un curso de inconsistencia en política unitaria e internacional; Zelenzki anda más perdido que el barco del arroz y hasta los árbitros hacen lo que pueden en los partidos de fútbol. El domingo jugaron Noruega y España. Nuestro equipo metió dos goles; el primero lo anularon y el segundo tardaron 4 minutos en darlo por válido. Fueron tan confusas las jugadas que he oído que el que anularon era el bueno y el que subió al marcador no, o que los dos eran buenos, o que los dos eran malos. Pero si la vida fuese como el fútbol sería más fácil, pues al final queda la victoria de España, y nadie se preguntará en poco tiempo cómo y de qué manera. Pero la vida es algo más complicada, porque tiene memoria y nunca perdona.