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RUBIALES, FAUNO Y LA TOLERANCIA CERO

Este asunto de Luis Rubiales ya está pasando de castaño oscuro. Simplemente aplicando las leyes que ya existen, tanto las de Igualdad, como las del Deporte o el Código Penal, este señor tendría que estar, no solo fuera de su cargo, sino en manos de jueces, fiscales y abogados. Llueve sobre mojado, mucho se sabe de él y su prepotencia, del machismo de sus comportamientos y palabras durante la huelga de las futbolistas por exigir profesionalidad y dignidad en su trabajo. Pero es que lo de la final de Sidney ya es, no la gota, sino la catarata que colma el vaso.
Si ya no hubiera venido precedido por la tan truculenta historia de este individuo, se supone que el presidente de una federación deportiva estatal tiene que guardar las formas y el faiy play aunque vengan mal dadas, y mucho más si el viento sopla a favor. Cuando España marcó el gol que la hizo campeona del Mundo, lo normal es que el presidente de la federación aplaudiera (saltar ya empieza a estar fuera de tono), y al señor Rubiales lo que le pide el cuerpo es saltar como un gato y agarrarse los genitales como un simio en celo. Un gesto antideportivo y obsceno en cualquier caso, y más si, además de representar al fútbol español, comparte palco con autoridades internacionales de primer nivel, inglesas también, que acababan de perder un Mundial, y especialmente grave si, a dos metros, estaban nada menos que la Reina de España y su hija (una menor). Ese asunto, por sí solo, merecería su inmediato cese, por ser indigno del cargo que ostenta.
Pero la cosa empeoró. En la entrega de medallas, confundió la natural alegría por el triunfo (tal como hizo doña Letizia, que estuvo sembrada pero siempre institucional) con el desenfreno. Abrazaba y besaba a las chicas como si no hubiera un mañana, y, en el caso de Jenni Hermoso, remató con un forzado beso en la boca y un despido con una palmada, de la que no se ha hablado. Y eso, delante de millones de espectadores en todo el mundo, poniendo el nombre de España al nivel de una juerga barriobajera tercermundista. Luego siguió por el césped con la cara desencajada y enloquecido como si fuese una fiera a la que acababan de soltar, cargando a hombros a alguna jugadora y con unos comportamientos que ya no encuentro con qué compararlos.
Ahora, como siempre, algunos piden que la carga de la prueba esté en las futbolistas, que si tienen que denunciar, que era fruto del momento y demás coartadas inservibles. En primer lugar, los fiscales deberían actuar de oficio, se conculcaron varias leyes a la vista del planeta entero, aparte de la exhibición de grosería y testosterona, parecía una parodia de Fauno desatado. Y aunque alguna futbolista -o todas- justificara esa sarta de errores (que no es el caso), nada cambiaría, porque entonces se convertirían en cómplices de una vuelta a las cavernas, de donde está costando tanto salir. No hacen falta denuncias, el escándalo es público y el daño a la igualdad de la mujer está hecho. Falta actuar como procede según las leyes antes citadas. Lo de “no es para tanto” se lo dicen a las miles de mujeres que tienen que seguir sufriendo el machismo estructural de este país, y es así porque si no, no se entiende que los clubs de fútbol, las federaciones, los entrenadores profesionales y las estrellas del fútbol masculino miren para otro lado. Bien que levantaron la voz cuando el jugador del Real Madrid Vinicius fue objeto de insultos racistas en el campo del Valencia.
Es que con las discriminaciones, cualesquiera que sean, tolerancia cero. Su silencio los delata. El señor Rubiales no sólo hizo lo que hizo en Sidney a las chicas de la Selección Femenina, lo hizo a miles de mujeres y hombres que queremos vivir en una sociedad que no se rija por la chulería, el baboseo casposo y la repugnante prepotencia testicular. Es así, quieran o no la chicas de la Selección, pues, ya lo he dicho, no hablamos de fútbol, hablamos de igualdad.

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