No pensaba escribir una vez más sobre el Día Mundial de la poesía, que se celebra cada 21 de marzo. Pero ayer, paseando por la ciudad, me detuve delante de una placa puesta en 1995 al final de la plaza de San Bernardo, casi en la esquina con Viera y Clavijo. Aunque la pared de la que cuelga necesita mucho más que una mano de pintura de la que reclama Serrat para el techo del que puede ser un gran día, se puede leer en letra tallada y renegrida que en esa plaza (no sé si en esa casa) vivió de niño y joven el escritor Claudio de la Torre. Debajo, el pasado 8 de marzo alguien pegó una cartulina claramente reivindicativa de su hermana, Josefina de la Torre, tal vez suponiendo que la poeta, cantante y actriz también habría vivido allí y no constaba. Desconozco si Josefina llegó a habitar esa plaza, porque era 12 años menor que su hermano, pero en todo caso me pareció importante porque trata de reflejar algo que muchos siguen negando: la reducción a un segundo plano o incluso al anonimato de grandes mujeres. Y no veo que hayamos avanzado mucho desde que, hace casi treinta años, fue colocada esa placa por el Ayuntamiento de Las Palmas.
En general, se entiende la poesía como algo endeble y propio de personas pusilánimes y extraviadas de la realidad. Y se relaciona con el comienzo de la primavera, como si no hubiera poesía el resto del año. Pasa como con Las cuatro estaciones, de Vivaldi, de las que todo el mundo reconoce enseguida la primera parte, La primavera, pero ya se lía con las otras tres estaciones; las conoce, pero las confunde. Pero, con la llegada de la primavera se suele celebrar el Día de la Poesía. Nada tengo contra que la poesía sea celebrada al menos una vez al año, pero no creo que sea lo ideal hacerlo relacionándola con la primavera y todas las imágenes que revolotean alrededor, a cuál más cursi: flores, amaneceres, pajaritos y todos los lugares comunes que llevan a definir a la poesía como algo suave, bello, lánguido y, por lo tanto, decadente.
Etimológicamente, proviene, como casi todo, del griego clásico y significa «creación». Así que cuando se habla de poetas debemos entender que se trata de alguien que usa un lenguaje para reflexionar, para conocer o para comunicar, o todo a la vez. Parafraseando a la vez a Ortega y Gasset y a Juan José Millás, digo que la poesía no es lo que generalmente se entiende por poesía: bellas y sonoras palabras que tratan de dibujar la belleza (pregunten a Miguel Hernández, a Blas de Otero o a Octavio Paz). Eso es una cursilería, como lo es de alguna forma que la UNESCO haya determinado que la poesía se celebra con la entrada de la primavera.
Y ya que hoy es Día Mundial de la Poesía, conviene aclarar que esta palabrita no significa poner versos uno debajo de otro, ni construir sonoras frases que halaguen el oído. Es falso, la poesía es expresión de fortaleza que nace de las almas fuertes y apela a la humanidad, a la inteligencia y a la sensibilidad. ¡Ah, qué triste equiparar sensibilidad con languidez, debilidad y cursilería! Si algo no es remilgado en el mundo es la poesía, que nunca consiste en apilar versos que suenen o que incluso estén tamizados por cien diccionarios; la poesía es otra cosa y aparece en los versos, pero también en la prosa, en cualquier acto creativo en incluso en la vida cotidiana. Porque se trata de una forma de mirar, es el microscopio del pensamiento, el bisturí que transforma a los seres humanos. ¿Hay algo más poético que la comunicación entre seres humanos? Desde la poesía se crea belleza, pero no solo la belleza puede ser poética. Así que hoy felicito a la gente que hace poesía amasando pan, cuidando a un anciano, contando una historia, barriendo una calle, enseñando a quien no sabe, transmitiendo los tres focos de luz de la poesía: humanidad, inteligencia y sensibilidad. Y, cómo no, felicito a quienes, escribiendo versos, a veces también hacen poesía.
Los franceses hablan del poeta Víctor Hugo, que hizo toda su obra literaria en prosa, y no es ningún disparate, porque hacía creación, poesía. Por lo tanto la poesía es una manera de trascender el lenguaje común y es aplicable a todas las manifestaciones humanas, pues cuando quien lo hace tiene el don de la creación (de la poesía por lo tanto) es poeta, aunque se exprese a través de la música, la danza, la arquitectura, la danza, el cine o las artes plásticas. Suelen diferenciar entre poetas y narradores para determinar quién es poeta y quien no. Lionell Halifax, un crítico norteamericano que se mueve entre la realidad y la ficción porque vive en una de mis novelas, decía que detrás de toda buena novela siempre hay un poeta. Y no se refería a poetas reconocidos por sus versos que han escrito también magníficas novelas del tamaño de Doctor Zhivago, sino de Dickens, Dostoievski o Emilia Pardo Bazán. Si no hay mirada poética (creación), no hay literatura, y el lenguaje solo tiene valor instrumental como un acta notarial, un atestado de la policía o la lista de la compra (que esa sí que es poética, por la necesidad de crear magia para afrontar los precios), y eso también ocurre con los poemarios, que si son poesía no será porque estén escritos en verso, sino porque provienen de esa mirada creativa que ha hecho posible grandes creaciones en todas las artes. Por eso sí debemos celebrar hoy el Día de la Poesía.
La verdadera poesía no está solo en lo versos, está en la vida, y la vida no se compone de lluvias de pétalos, tiene que ver con el dolor, el amor, las ilusiones, las decepciones, la alegría y hasta con el olvido. La poesía no está más relacionada con la primavera que con el resto de las estaciones, está siempre ahí, porque ya cansa que den a los nombres florales de mujer características débiles que ni siquiera son de las flores. No son damiselas vaporosas, desvalidas y evanescentes -todo lo contrario- mujeres como la biofísica Rosalind Franklin, la compositora de tangos Azucena Maizani, la activista Rosa Luxemburgo, las novelistas de nombre Marguerite y de apellido Yourcenar y Duras, las también novelistas y Rosas Chacel y Montero, y la inmarcesible Violeta Parra (nombre doblemente vegetal). La poesía es el pulso de la existencia más allá de lo humano, y nada tiene que ver con damas con sombrilla y caballeros amanerados. Justamente, lo poético representa la fuerza, no la debilidad, y ya que hablamos de poesía y mujeres con nombre vegetal, leamos a dos de nuestras grandes poetas: Pino Ojeda y Pino Betancor.
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