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Genio, talento y magisterio

 

La verdad es que resulta agotadora la actualidad, aunque sea dinámica, tal vez demasiado. A la hora de escribir un artículo tengo opciones que, finalmente, resultarán cansinas, como la victoria de la ultraderecha en Italia, la vulnerabilidad de nuestra condición insular que ha quedado otra vez reflejada en el temporal del pasado fin de semana, o volver sobre la vacunación de los ancianos que se inicia el 1 de octubre. Diría lo que en algunos casos llevo diciendo 2, 20 o 30 años, según los temas. Y como ya veo que, tanto mis palabras como las de otras voces que no han perdido la conexión con el mundo real, suenan en el desierto (cuando no crean problemas), voy a olvidarme de esos temas fundamentales pero que ya resultan agotadores, y me paso a comentar algunos aspectos sobre cómo calificamos a las figuras que sobresalen en nuestra sociedad, ayer y hoy.

 

 

Los psicólogos americanos, que se empeñan más en medir que en mediar, han generalizado la costumbre de calificar a las personas según su cociente intelectual, que tampoco es un valor fiable puesto que hay muchos tipos de inteligencia, pero en los dichosos test de inteligencia llegan a calificar a una persona como normal, superior y genio, aparte de las cifras intermedias (normal-alto, muy superior, casi genio) y las que determinan a las personas por debajo de lo que se considera media. Esto puede tener un cierto valor relativo, pero recientemente se ha descubierto que hasta ahora solo se medía un plano de la inteligencia. Los superdotados suelen tener tantos problemas escolares como los que sufren carencias, porque finalmente se convierten en inadaptados salvo que medie una intervención sabia de la familia y el colegio. Es tópica la frase del profesor que le dice a los padres de superdotado: “este niño va a ser un genio o un desgraciado”. Y suele ser verdad, porque quien va a más revoluciones de lo que se considera normal acaba siendo un bicho raro.

 

Esto viene a cuento de lo fácil e impropiamente que se aplica el calificativo de genial a los creadores artísticos, pues se confunde el talento con el genio. Mozart era inteligente, tanto que en un test de inteligencia se le calificaría como genio, lo mismo que Leonardo da Vinci o Nicolás Copérnico. En su tiempo no se hacían test de inteligencia, pero es necesario ser un genio para hacer lo que ellos hicieron. No solo tenían una inteligencia superior, sino que, además, poseían un talento especial para la actividad que desarrollaron. En estos casos, había genio y talento, las dos cosas, porque solo con talento musical Mozart habría sido un buen compositor, como hay cientos, y si solo hubiera tenido genio habría hecho innovaciones técnicas impresionantes, pero no habría tenido eso que no se sabe qué es que lo pone por encima de la media de los compositores (talento artístico). Con Leonardo y Copérnico habría pasado lo mismo. Por eso, cuando se dilapida el adjetivo genial, hay que tener cuidado. Genios que, además, hayan tenido talento, ha habido muy pocos, es como encontrar una aguja en un pajar.

 

Por otra parte, de nada valen el genio y el talento si no van acompañados de una sólida formación. ¿Cuántos Lorca, Berlioz, Paulova, Curie, Kant, Bogart o Churchill ha habido en la historia del mundo que nunca llegaron a nada porque no tuvieron acceso a unos rudimentos formativos que les permitieran desarrollarse? Y cuántos, aun teniendo esa formación, no trabajaron lo suficiente para hacer algo estimable? Miles. Personas con talentos especiales hay por todas partes, pero no los desarrollan o no les da la gana desarrollarlos; genios, lo que se dice genios, dicen que dos o tres en cada siglo, y no siempre los que son considerados geniales.  Un ejemplo claro de lo que digo es el director de cine Stanley Kubrick, al que por todas partes califican de genio, cuando lo cierto es que era un hombre con talento artístico, como hay miles, que trabajaba meticulosamente, lo cual es por otra parte un gran mérito. Genio es Mozart, que en plena moribundia componía al mismo tiempo su monumental Réquiem y La Flauta Mágica, aparte de obras menores, sin corregir y a lo que saliera. Un genio es prácticamente el que posee una varita mágica, y que yo sepa, ni Borges, ni Cela, ni Buñuel, ni casi nadie posee ese don casi sobrenatural.

 

Suelen llamar genio al artista que influye en sus contemporáneos y en sus sucesores, como Góngora, Beethoven, Valle-Inclán o John Ford. Y eso es precisamente lo contrario a un genio, porque lo genial es irrepetible ni siquiera de lejos, es único. ¿Quiénes siguieron el camino de Sófocles, Miguel Ángel o Cervantes? Nadie, es imposible.  Por ello, calificar de magistral La Capilla Sixtina es inaceptable, porque no se puede aprender de ella, no ejerce magisterio, es única, y Miguel Angel es un genio, no un maestro. Maestros son Tolstoi, Dickens, Falla, Houston, Benet o García Márquez. En este siglo y el anterior, maestros hay muchos, talento a raudales, pero genios, de momento, no se ha manifestado ninguno. En el futuro se sabrá, pero si acaso andan cerca de la genialidad habrá que hablar de Picasso, Tesla o Einstein, o tal vez no, y los genios sean otros de los que aún se desconoce su dimensión. Desde luego, ningún señor de la guerra es genial, se repiten todos; ni siquiera un genio puede acabar con la crueldad humana, hay tanta que para eso sería necesario un dios. Y ya sabemos que estos solo existen en las mitologías.

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La lección deportiva y humana de Loreto IV

 

Suele decirse que los deportes generan nobleza y respeto por el adversario, aunque no es esa la imagen que vemos, sobre todo en deportes muy mediatizados por el dinero y hasta por la política. Es más, en las grandes manifestaciones deportivas, está convirtiéndose en un grave problema la violencia física y verbal, tanto en la cancha como en  los recintos deportivos y aledaños. De hecho hay seguidores de un equipo de lo que sea que se declaran casi enemigos mortales de otros, por las razones que sea, y vemos racismo, machismo, insultos y agresiones que dan muy mala imagen de lo que debiera ser una competición limpia. Hay que saber perder, con estilo, y también saber ganar, con respeto.

 

 

El párrafo anterior sirve, por oposición, para realzar la nobleza y deportividad de la LUCHA CANARIA, un deporte que también es cultura, porque forma parte de nuestro patrimonio etnográfico. En este deporte, la nobleza es consustancial a la condición de luchador, y la historia nos dice que, cuanto más grande es un luchador, más se le nota la nobleza con el adversario. Nombrar a las grandes figuras de nuestro deporte vernáculo es hablar de nobleza, y a la vez valorar en  sentido deportivo esta práctica, porque, cuando nuestros grandes luchadores se han aventurado a otros tipos de lucha (judo, sambo, grecorrromana, senegalesa, leonesa), han alcanzado campeonatos y subampeonatos europeos y mundiales, en cuya base estaba su talento y el conocimiento de las técnicas de la lucha canaria, y, aunque hay más, se nos vienen a la memoria los grandísimos Santiago Ojeda y Juan Barbuzano.

 

Esa lucha tan noble y tan nuestra ha sido abandonada en los últimos años, o al menos no se le ha prestado la atención que merece como en otras épocas ya doradas en la memoria. Algo se está haciendo mal, pero como no soy entendido, doctores tiene La Iglesia, y seguro que ellos saben cómo dar a este deporte su lugar (y eso que ha habido décadas de gobiernos que se autollamaban nacionalistas).

 

Por eso escribo hoy esta nota, para recordar que hay que volver a la senda en la que brillaron figuras como Pedro Cano y Loreto IV, en una rivalidad  interminable que los hizo más grandes a ambos por su ejecutoria deportiva y por el respeto casi sagrado al adversario. Loreto IV es homenajeado este sábado por la gente de la lucha. Se lo merece  con creces, porque siempre fue un gran deportista, catorce años después de su retirada, pero más vale tarde que nunca.

 

La grandeza deportiva de Loreto IV le hace merecedor de estar en el imaginario «Salón de la Fama» del deporte canario, junto a Los Doreste, Manrique, Molina, Patricia Guerra, aquella UD Las Palmas mítica de Tonono-Guedes-Germán, Carla Suárez, las gemelas Ruano y tantos nombres que no cabrían en esta página, como los ya mentados Ojeda y Barbuzano. La grandeza deportiva de Loreto IV está fuera de toda dura, ahí están su palmarés y la memoria de su elegante manera de luchar, pero también es un campeón en humanidad, que valora a los demás y se entrega generosamente siempre que es necesario. Esta vez ha vuelto a darnos una lección, porque la recaudación de la taquilla de su homenaje del sábado (que será alta porque nadie quiere perdérselo) irá a parar a la ONG Pequeño Valiente, que se ocupa de niños y niñas enfermos de cáncer y de sus familias.

 

Larga y próspera vida a un gran campeón y a un hombre bueno, en el mejor sentido machadiano de la palabra. Gracias al hombre y al deportista por todo lo que ha dado y sigue dando a esta tierra.

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Pruebe usted con la ignorancia

 

Cuando se habla de Educación y formación, se acaba siempre poniendo al personal docente en el disparadero. Todo el mundo habla y dice esto o lo otro, pero hasta los que defienden a machamartillo la escuela pública y el prestigio del profesorado cantan de oído, sin partitura. Por otra parte, los dirigentes políticos y sus voceros, que en este caso sí conocen el asunto, cogen el rábano por las hojas y hacen demagogia barata. La primera pedrada es el número de horas que cifran en el tiempo que el profesor está frente al alumno, que es como decir que un violinista solo trabaja el tiempo que está en el escenario.

 

 

La otra saeta socorrida es la de las vacaciones. Pues les diré que el número de días lectivos en España está por encima de la media de la UE, y si países como Alemania, Suecia o Francia tienen un número de días igual que el español, por algo será. No creo que lo hagan por favorecer al profesorado, debe tener alguna lógica, y la tiene, pero procede del tiempo de trabajo de los niños. Hay una crítica que nunca se hace, y que en Europa se ha ido corrigiendo, pero no aquí, y es el calendario, el reparto de los días lectivos durante el año; pero justamente eso no es competencia del profesorado, y los políticos siempre miran hacia otro lado. Cosas de la política, y, como decía aquel mafioso de película mientras encañonaba a su adversario, «no es nada personal, son negocios». Y disparó.

 

La educación es el futuro de las sociedades y la investigación una inversión para la prosperidad. Alemania, Suecia, Holanda y Dinamarca han subido su presupuesto de I+d porque entienden que así aseguran el futuro, mantienen el nivel de inversiones en Educación y promueven campañas para involucrar a todos los sectores sociales en la dignificación de la Enseñanza y la valoración de la investigación. Así les ha ido, así les va y así les irá.

 

¿Qué hace España? Justo lo contrario: reducir a cifras irrisorias las ya bajísimas aportaciones a la investigación y herir de muerte el sistema educativo. En las encuestas, el profesorado siempre sale mal parado. Descargan sobre el aula todo el peso de una sociedad dimisionaria en la Educación, porque ya dicen en Africa que para educar a un niño hace falta toda la tribu. Y esa es la formación que se prepara frente a una crisis tremenda. Abdicar de la Educación es una sentencia condenatoria para las próximas décadas, y ya empieza a no ser un chiste que España en unos años estará por debajo de Vietnam en la lista de los países desarrollados. Y la cantinela de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades es directamente mentira.

 

Es triste que la política sea el destino de muchas personas con escaso equipaje, incluso iletrados totales, y al mismo tiempo la sociedad sea tan exigente con la titulación exigida para desempeñar cualquier trabajo. Alguien que no haya podio acceder a un puesto de trabajo por carecer de los estudios básicos, por gracia de la política, puede llegar a dirigir el servicio para el que ni siquiera pudo optar. No se le permite ser policía municipal y pudiera llegar a ser el concejal responsable de Seguridad o incluso alcalde. Así que nos movemos entre la mala fe y la incompetencia. Los cargos públicos, aunque sean elegibles, tendrían que ir acompañados de la formación necesaria para desempeñarlos, porque las urnas no dan la ciencia infusa.

 

La incompetencia puede ser mucha, pero en este caso, como en el de la Sanidad, está claro que lo que se pretende es liquidar lo público para convertir lo que es un servicio en un negocio. Siempre hablan del gasto en educación o en investigación científica, cuando en realidad es una inversión de futuro. Hace años, Derek Curtis Bok, un abogado estadounidense, profesor de Derecho y entonces Rector de la Universidad de Harvard, a las acusaciones de que poner mucho dinero en enseñanza arruinaría al país, contestó: “Si cree que la educación es cara, pruebe usted con la ignorancia”.