Publicado el

La guerra y la solidaridad

 

Pocas cosas se me ocurren que sean más absurdas e inútiles que la guerra. Vemos que hay problemas de todo tipo que mueve a muchas personas  de buena voluntad para atajarlas, sean enfermedades, hambrunas  o catástrofes naturales. Al mismo tiempo, el ser humano se esmera en crear artefactos destructivo, y los usa para aniquilar a otras personas.  Creo que en esto hay acuerdo mayoritario, pero sigue existiendo la guerra.

 

 

Esta vez sucede en suelo ucraniano, aunque las consecuencias indirectas llegan a todo el mundo. Por eso hay ONGs que tratan de paliar tanto daño, y personas que no se preguntan las razones de unos y de otros y ponen su mirada y su esfuerzo en quienes sufren.

 

Esto sucede con con cinco premios Canarias de Artes plásticas Maribel Nazco, Cristino de Vera, Pepe Dámaso, Paco Sánchez y Fernando Álamo, impulsor de la iniciativa. Han donado una obra que se reproduce en 75 carpetas junto a un texto del escritor, también Premio Canarias, Juan Cruz. Es una oferta valiosa e interesante y lo que se recaude irá a socorrer a ucranianos enfermos de cáncer. Será presentado el proyecto el próximo jueves día 2 de junio en la Casa de Colón a las 19:30.  Es importante reconocer la colaboración de La Caixa, la Asociación Española de la lucha contra el Cáncer y las entidades culturales Casa de Colón y Fundación Cristino de Vera.

 

A quienes quieren ser solidarios les sobran debates políticos, se ayuda a seres humanos que sufren, que es la luminosa otra cara de la moneda de la guerra, a cuyos causantes no califico porque no encuentro las palabras que se acomoden a tanta crueldad.

Publicado el

El Sahara y el cuento de La Lechera

 

 

Por muchas vueltas que le doy, no acierto a entender qué argumentos históricos esgrime Marruecos para acreditar sus derechos territoriales sobre el Sahara Occidental. Mucho menos entiendo esa supuesta jugada del envío de la carta de Pedro Sánchez al rey Mohamed VI, que se muestra no se sabe muy bien si como brillante movimiento de España, pero que enseguida se ve que todo sigue igual y que en realidad es otra inexplicable claudicación ante Rabat.

 

 

Ahora, el pueblo saharaui se encuentra detenido en la zona de Tinduf, donde ocupa campos de refugiados que son su casa provisional desde que, en 1975, tuvieron que dejar su territorio. Después del Acuerdo tripartito de Madrid entre España, Marruecos y Mauritania, España incumplió el punto fundamental, que era permanecer como potencia administradora junto a los otros dos países fronterizos al Sahara Occidental hasta la celebración de un referéndum. España estaba entonces centrada en su propia evolución desde un régimen autoritario a una democracia, y el desierto le caía muy lejos.

 

Después de mucha sangre, demasiadas lágrimas y mucho esfuerzo, se mantiene la esperanza de los saharauis, pero siempre en el filo de la navaja, porque los intereses de las grandes potencias propician la existencia de regímenes autoritarios allí donde haya materias primas, sea petróleo, gas natural o fosfato, y en el Sahara hay de todo eso, además de tener una costa con uno de los bancos pesqueros más ricos del planeta.

 

España fue potencia administradora del antiguo Sahara Español, que es un territorio de 266.000 km2 que ocupa una franja costera del Atlántico en la parte más occidental del gran desierto del Sahara. Las pretensiones marroquíes carecen de cualquier base histórica, porque puestos a ser imperialistas, España tuvo soberanía sobre el territorio desde 1509, Portugal le reconoció el derecho a ocuparlo. Se sabe que Uad Nun fue tributario de Castilla y en Tarudan residía un representante de la monarquía. Más tarde, en 1545, José Sáenz de Urraca fue enviado como Comisario Regio para evitar que los ingleses de Tarfaya establecieran una factoría. O sea, que por historia que no quede, y encima, en 1957, España concedió al territorio el rango de provincia.

 

África fue triste cuando la Guerra de Marruecos, que conocemos en toda su dimensión gracias al novelista Arturo Barea, y mítica cuando los soldados del franquismo iban a hacer la mili a aquel lugar que era el certificado de que España era en verdad un imperio. Y ese aire de África imperial llegó a ser tan español como el Cid Campeador, que, en versos de Pemán, entonces cabalgaba con camisa azul por el cielo ibérico, desde El Pardo hasta Meirás, desde Ayete hasta la empantanada inauguración de Entrepeñas y Buendía. Franco, al revés que Primo de Rivera, nunca cerró una guerra, pero acabó con África, la de los cantares de gesta con gorra azul de regulares o carta blanca sangrienta a los Tercios de la Legión, más suya que de Millán Astray. Mientras Franco agonizaba entre salvajes cuidados, el poder civil se impuso a pesar de su interesada irracionalidad, y la indignidad de unos no pudo arrastrar consigo la entereza de otros.  Unos meses después, el 28 de febrero de 1976, cuando las últimas barcazas militares abandonaron Cabeza de Playa en la costa sahariana de Cabrerizas, el Sol, quizás por última vez, besó la frente del soldado imperial que, disciplinado, digno como soldado pero sabiéndose hombre fugitivo, abandonaba, sin el motín que la rabia exigía, el último suelo que pudo parecer un imperio. Cuando pase aún más tiempo y se agrande desproporcionadamente la Historia, conoceremos si el drama del pueblo saharaui tiene un final honesto, o si para siempre la vergüenza española sigue dando la espalda al sol.

 

Para mayor deuda histórica, hay que recordar que, en 1960, la XV Asamblea General de la ONU aprobó la declaración sobre la concesión de independencia a los países y pueblos colonizados, y en 1966 el Comité de Descolonización plantea la independencia del Sahara Occidental. Un año después, España accedió a organizar un referéndum para la autonomía de la zona, pero el asunto se canceló por las disputas entre Marruecos y Mauritania.

 

Por lo tanto, la zona está abocada a una permanencia de la situación, en la que pierden tanto los saharauis como el pueblo marroquí. A España sólo le quedaría la vergüenza torera de presionar para que no se sigan amontonando planes que van desde Pérez de Cuéllar hasta James Baker, y finalmente todos conducen al mismo sitio: al inhumano e injusto destierro del pueblo saharaui. Pero ahora, tal vez para salvar torpezas circunstanciales, Madrid saca una carta nueva de la bocamanga, una carta que, ya lo estamos viendo, no consigue aminorar los conflictos que se plantean en el argumentario. Si alguien te engaña, es culpa suya, pero si lo hace nuevamente (por enésima vez), es culpa tuya por fiarte de palabras sin solidez, porque, encima, no hay una sola firma de por medio. Vamos, el cuento de La Lechera, mientras Canarias sigue festejando.

Publicado el

Se nos ha muerto Vangelis

 

Por si ya no nos hubiera quitado bastante, el maldito virus también se ha llevado a Vangelis, que para los setenteros como yo es como de la familia.  Las epidemias también atacan a esas personas especiales que, sin querer o queriendo, pasan a formar parte  de la personalidad la manera de ser y el pensamiento de  mucha gente, especialmente de una generación que se topa con estos gigantes y el mundo al mismo tiempo. Si la tuberculosis se llevó a Chopin en 1849, el cólera a Tachaicovski en 1883 (hay otras teorías hoy imposibles de comprobar) y la gripe de 1918 al pintor  Gustav Klimt,  este mes de mayo de 2022, nos ha arrebatado a Vangelis. En común con los antes nombrados tiene que fueron iniciadores de  profundos cambios en el arte que practicaban, y los que Vangelis creó ya se pudieron valorar en vida, pues es sin duda el gran pionero de un gran cambio en la producción de nuevos sonidos, que hoy son habituales, pero que hace medio siglo eran una rareza o simplemente no existían.

 

 

Vangelis fue uno de los de la avanzadilla de este tipo de música, y  sin duda un genio creativo, como un torrente que no cesa de fluir desde incluso antes de finales de los sesenta, cuando formaba parte del grupo Aphrodite’s Child, con otros griegos exiliados de la dictadura de los coroneles, entre ellos su primo Demis Rousos. Y así ha seguido, creando maravillas como la banda sonora de la serie Cosmos, de Carl Sagan, la pieza Ignacio, que antes fue banda sonora de una película mexicana basada en un cuento de Juan Rulfo. Y así hasta su última publicación en 2021.

 

Pero, ¡ay!, le ha pasado lo mismo que a Cervantes con El Quijote, que ha eclipsado otros grandes libros del gran escritor. En los titulares de estos días, salían siempre las bandas sonoras de Carros de fuego y Blade Runner, como si no hubiera creado otras muchas obras, muchas de ellas verdaderas joyas de un músico heterodoxo y capaz de evocar otras realidades solo con su música. Estas son, por supuesto,  dos piezas extraordinarias, pero no más que China, Spiral o El Greco.

 

La música de Vangelis fue también la banda sonora del descubrimiento del mundo, con sus complejidades y sus interpretaciones. Ahora se lo ha llevado la covid, pero aquí queda como un músico  que influyó de manera determinante en muchos tipos de música electrónica, y no podemos decir cual era su marca porque siempre era distinto e inclasificable.  Estoy seguro que un par de generaciones somos un poco mejores por escuchar a Mike Oldfield, Jean-Michel Jarre y otros exploradores, entre ellos, por supuesto, el gran Vangelis. Gracias.