Publicado el

La igualdad de géneros o la piedra de Sísifo

 

Es innegable que se han dado grandes pasos en la lucha por la igualdad de la mujer, desde los movimientos sufragistas que comenzaron hace más de un siglo hasta la revolución sexual que siguió a la píldora anticonceptiva en los años sesenta. Y aún antes, en un ir y venir de siglos, pues se olvida con facilidad que la emperatriz Teodora (siglo VI) impulsó en Bizancio leyes que trataban de sacar a las mujeres de ese pozo histórico de desigualdad. Hubo otros intentos, pero luego venía otra ley, otra cultura u otra religión que los anulaba. Hay por ahí prospecciones que dicen que la mujer alcanzará su equiparación social absoluta al hombre dentro de quinientos años. En algo más tangible, los salarios, la UE han retrasado esa igualdad hasta 2038, alegando que la crisis de 2008 y luego la derivada de la pandemia ha obligado a cancelar el propósito de que fuera en 2021. Con el obstáculo superpuesto de una guerra en el corazón de Europa, no tengo ni idea de para cuándo esperan conseguir algo tan básico.

Si en esa culta y sofisticada Europa la desigualdad salarial (y otras desigualdades) es un hecho aceptado y que se perpetúa, qué decir del resto del mundo, donde hay sociedades en las que las mujeres no alcanzan la consideración de ciudadanas. Culturas centenarias, religiones, costumbres atávicas y la inercia del poder masculino se juntan para que en una época con medios nunca imaginados la mujer siga siendo una minoría discriminada. Queda mucho por hacer, porque el escollo principal es el cambio de mentalidad de la sociedad, incluso de buena parte de las mujeres. Hace apenas una década creíamos que en las sociedades occidentales el trabajo de sorriba ya estaba hecho y faltaban los detalles, los matices, pero ahora vemos que no es así, que hemos retrocedido, y aunque soy poco proclive a creer en conspiraciones, da que pensar ese resurgir del machismo, a menudo contemplado en algunos medios de comunicación como un chiste.

 

No hay vuelta de hoja, y con la crisis se ve claramente que la mujer es la más perjudicada. Me da grima escuchar a esos líderes que se llenan la boca con sus discursos de igualdad que luego no se traducen en hechos. El machismo utiliza todos los medios a su alcance, desde la brutalidad más aberrante hasta la sofisticación de las modas y la imagen. Hay un machismo atroz a ritmo de vals vienés, que no lo parece, pero que finalmente es el mismo que el de los trogloditas del garrotazo. No hace mucho arrasó en los cines (antes fue fenómeno editorial) una historia de sadomasoquismo sobre la mujer. Siempre lo mismo, una y otra vez, cuando no es el Marqués de Sade es La Historia de O. Nos movemos entre el desaliento y la esperanza que nos empuja a seguir subiendo esa milenaria piedra de Sísifo por la ladera de la historia. No es día para felicitar a las mujeres, sino para tomar conciencia de que nunca habrá felicidad en una sociedad desigual.

 

Ya uno no sabe en qué lengua hay que decir cosas que ve con palmaria nitidez. Los seres humanos son diferentes uno a uno, pero tienen todos los mismos derechos y nadie es más que nadie. Hace unos días, en ministro de Asuntos Exteriores de Uganda, negaba el saludo a la presidenta de la UE, Úrsula von der Leyen. Aterra ver el nivel extremo de violencia que sufren las mujeres en otras culturas, pero es que miro alrededor y escucho las mimas palabras, como si estuvieran grabadas a fuego. Lo que más descorazona es que jóvenes y adolescentes repiten las mismas conductas, con lo que, quienes hemos dedicado muchos años a la docencia, tratando de inculcar valores igualitarios, sentimos una terrible sensación de fracaso. Pero hay que seguir, repetir hasta que también se grabe a fuego en las mentes que nadie es dueño de nadie, que la violencia quita vidas, anula libertades pero nunca da la razón al que no la tiene.

 

¿Se imaginan cuál sería la movilización del Estado si cada año una organización terrorista asesinara a un centenar de personas, maltratase a miles y humillase a millones? Pues eso está pasando aquí y ahora, y este terrorismo se une a otros que tienen que ver con la raza, la pobreza y el abuso de poder, cuyas víctimas siempre son los más débiles: mujeres, niños, ancianos, minorías étnicas, pobres. Y si ya es terrible la cifra de asesinatos machistas, no lo es menos que haya miles de mujeres atrapadas por el terror de una violencia incapacitante (vale también la verbal), que las va destruyendo por dentro.

 

Pienso en Ucrania, Yemen, Sudán, Afganistán, Siria, Pakistán y distintos lugares de África en los que hay guerras, y en la doble indefensión de las mujeres cuando los seres humanos dan rienda suelta a su brutalidad; hay historias de las guerras que no suelen contarse, pero la mujer es parte del botín que se incauta al enemigo. No hace falta remontarse a Atila o Gengis Khan, siempre fue así y hoy sigue sucediendo, incluso en espacios que se han declarado la guerra a sí mismos desde la desigualdad social, económica y de género; por dar dos referencias, Ciudad Juárez o Guatemala. Hoy, 8 de Marzo no es un día de fiesta para las mujeres, es una jornada reivindicativa para que tratemos de cambiar nuestra mirada sobre las cosas grandes y pequeñas, solo así podremos esperar que algún día cambien muchas imposiciones injustas y crueles, que dicen que son rasgos culturales pero que solo son perpetuaciones tribales de la ignorancia.

Publicado el

Ucrania: impotencia e indignación

 

Cuando empezó la pandemia, aparecieron muchos profetas que habían anticipado con años de distancia lo que iba a pasar.  Muchos tenían base científica, otros información, no de lo que venía, sino de lo mal preparados que estábamos ante la posibilidad de que algo así ocurriera. Ahora, con lo de Ucrania está pasando lo mismo. Como ya conocemos el andar de la perrita, con el manejo de la des-contra-información y los silencios programados, desconfiar es casi obligatorio.

 

 

Analistas, militares en la reserva, ex-embajadores en países de la zona y otras figura supuestamente bien informadas, llenan horas de radio y televisión explicando detalles casi siempre superficiales y anecdóticos, pero, si hay una verdad, o varias, en el trasfondo que no se televisa, de eso no hablan, porque no saben, que ya es malo, o porque saben y no pueden hablar, que sería todavía peor.

 

Lo que sí queda claro es que Ucrania está siendo utilizada para algo que no sabemos qué es, no sólo por Putin, porque me da que pensar el ardor guerrero de Borrell, responsable de Exteriores de la UE. Y al final, ves en un noticiario o  en una foto una niñita ucraniana, con cara de pánico, tiritando de frío, y se te vienen abajo todas las defensas, y te quedas confuso porque en su carita lleva pintadas una franja amarilla y otra azul, la bandera de Ucrania.  Nos lo presentan como una salida del tiesto de un megalómano como Putin (que no es bueno ni tostado), y seguramente fue así al principio. Pero esto hace que aparezcan preguntas sin respuesta, ¿por qué?  Sientes impotencia e indignación ante esos gerifaltes que juegan al ajedrez con la vida y la muerte. Cada día que pasa empiezan a envalentonarse todos los discursos; son todos unos impresentables vestidos de domingo, pero la niña con la bandera de Ucrania pintada en la cara sigue temblando de frío y de miedo. Y muy pronto, me temo, de hambre.

Publicado el

Ucrania y el gato escaldado

 

Dice el adagio popular que gato escaldado de agua fría huye, y han sido tantas las veces que nos han engañado unos y otros (Irak, La Primavera Árabe, Siria, Las Torres Gemelas, Afganistán, las políticas durante la pandemia…) que uno ya desconfía por sistema. Posicionarse en la guerra de Ucrania es fácil: si estoy contra la violencia y en favor de la convivencia dialogante, estoy contra la guerra. No quiero que haya guerras ni en Ucrania ni en ninguna otra parte del mundo, y así, de esta forma tan sencilla queda despachado el compromiso. Pero el mundo es complejo, tal como lo hemos ido fabricando a través de la historia, y oponerse a la guerra puede sonar igual que una prédica en el desierto, porque existen la violencia, el poder, la crueldad y el fanatismo, y oponerse a un conflicto armado con el grito de “No a la guerra” es tan puro y genuino como ineficaz, porque poco pueden hacer miles de gargantas gritando ante una división de tanques de cualquier bandera.

 

 

Sin embargo, grito mi oposición a esta generación de miedo, muerte y manipulación. Solo hay que observar cómo Estados Unidos advertía de que un ataque a Ucrania podría tener consecuencias terribles para el mundo, y ahora, que la invasión es una realidad, Biden dice que no habrá una guerra mundial. ¿Qué debemos creer, lo que dice ahora o lo que afirmaba hace una semana? Aludí al principio al gato escaldado de la cultura popular, porque los orígenes de esta guerra vienen desde muy lejos, desde la caída del Muro de Berlín y la desaparición política de la Unión Soviética. Se mueven tantos hilos detrás de la cortina que ya no sabemos si fue primero el huevo o la gallina. Cierto corresponsal de la guerra en los Balcanes, hoy apartado de batallas reales, sentenciaba que en la guerra hay víctimas, pero no inocentes, una aseveración muy drástica que debiera dejar fuera a los niños y a mucha gente que lo que solo quiere vivir, y que cuando le obligan a empuñar un arma no llega a saber de verdad por qué lucha a muerte contra desconocidos. Supongo que no es lo mismo un enfrentamiento entre dos países claramente diferenciados que la guerra dentro de un estado en el que hay distinta lenguas, religiones y tipos de sociedad que la historia ha juntado en un espacio común. Pero es que este conflicto tiene algo de eso y lo contrario, porque durante siglos Ucrania ha sido un territorio de la órbita eslava, con la misma religión que Rusia y perteneciente al imperio de los zares y luego a la URSS.

 

Tampoco nos cuentan qué ha pasado de verdad en las regiones del Este del país, ni la culpa que hay en la instrumentalización que han hecho de Ucrania con las promesas de una entrada futura en la UE y el deseo norteamericano de incluirla en la OTAN.  Moscú se ha visto en inferioridad desde la caída de la URSS, pues muchos de los países que formaron parte del fenecido Pacto de Varsovia ya están la Alianza Atlántica y la UE. Estados tan significativos como Polonia, Hungría, Chequia o las repúblicas bálticas, que sufrieron en sus propias carnes el peso de los tanques soviéticos o la presión de la vecindad rusa, han escuchado los cantos de sirena de Occidente y solo Bielorrusia parece contenta con ser un satélite de Rusia. Esto demuestra que poco se ha hecho por la paz en las tres décadas transcurridas desde la caída del Muro y la sangría territorial de lo que antes fue una alianza muy poderosa.

 

Pero ¿por qué Rusia es tan sensible a la posible occidentalización política de Ucrania y responde al ruido de la UE y la OTAN de manera tan brutal, pues nada hizo cuando esto mismo ocurrió con otros territorios de su esfera de influencia en las épocas del Imperio y la soviética? Seguramente porque, como dicen en mi pueblo, la cuña del mismo palo es la más que aprieta. Ucrania es un territorio especial, ligado siempre a la idea de la Rusia Blanca, y cuna de la rama más occidental de los cosacos, famosos por su fiereza en la batalla y que fueron sostén del imperio de los zares y fuerza decisiva de los bolcheviques en su guerra civil contra los mencheviques. Y no es solo ese clisé de borrachos endemoniados, El kazak (cosacos) es una cultura distinta dentro de la extenso y variado mundo eslavo (muñecas rusas), y que los soviéticos trataron de eliminar después de haberlos utilizado. Al mismo tiempo que esa afinidad histórica, existe un odio a los gobiernos de Moscú, sobre todo por la hambruna que Stalin ocasionó adrede en los años 30 del siglo XX, para debilitar a los movimientos independentistas ucranianos. No sólo en el Este del país, hay dos Ucranias, una que ama a Rusia y otra que la odia.

 

Por eso resulta difícil entender todo ese galimatías, que los grandes medios de Occidente simplifican en que Putin es fanático sanguinario (que lo es); pero no es eso todo. La cultura cosaca resurge en Ucrania después del fin de la URSS, y se siguen honrando a las milicias ucranianas que lucharon junto a los nazis en la invasión de Rusia. De manera que, al mismo tiempo que insisto en mi oposición a las miserias de la guerra (cualquier guerra), me confunden las alusiones a la libertad y la democracia de ambas partes y el deseo de implicar a toda Europa en una guerra que no sabemos muy bien por qué empezó y mucho menos cómo terminaría. Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania nacido del populismo, clama pidiendo ayuda, parafraseando el poema del pastor luterano Martin Niemöller, que suelen atribuir erróneamente a Bertol Brecht: “Si ustedes, mis queridos líderes mundiales, líderes del mundo libre, no ayudan con fuerza a Ucrania hoy, mañana la guerra tocará a sus puertas”. Suena a advertencia, pero, no es razón suficiente para ir a la guerra. Ninguna lo es, salvo la legítima defensa, pero aun así traería sufrimiento, muerte y miseria. El gato escaldado me dice que los dirigentes (que deben saber qué se cuece en realidad) tienen que actuar con pies de plomo, porque un error en las decisiones podría desencadenar la innombrable, y no creo que nadie quiera eso, o al menos no debiera quererlo.