Cuando empezó la pandemia, aparecieron muchos profetas que habían anticipado con años de distancia lo que iba a pasar. Muchos tenían base científica, otros información, no de lo que venía, sino de lo mal preparados que estábamos ante la posibilidad de que algo así ocurriera. Ahora, con lo de Ucrania está pasando lo mismo. Como ya conocemos el andar de la perrita, con el manejo de la des-contra-información y los silencios programados, desconfiar es casi obligatorio.
Analistas, militares en la reserva, ex-embajadores en países de la zona y otras figura supuestamente bien informadas, llenan horas de radio y televisión explicando detalles casi siempre superficiales y anecdóticos, pero, si hay una verdad, o varias, en el trasfondo que no se televisa, de eso no hablan, porque no saben, que ya es malo, o porque saben y no pueden hablar, que sería todavía peor.
Lo que sí queda claro es que Ucrania está siendo utilizada para algo que no sabemos qué es, no sólo por Putin, porque me da que pensar el ardor guerrero de Borrell, responsable de Exteriores de la UE. Y al final, ves en un noticiario o en una foto una niñita ucraniana, con cara de pánico, tiritando de frío, y se te vienen abajo todas las defensas, y te quedas confuso porque en su carita lleva pintadas una franja amarilla y otra azul, la bandera de Ucrania. Nos lo presentan como una salida del tiesto de un megalómano como Putin (que no es bueno ni tostado), y seguramente fue así al principio. Pero esto hace que aparezcan preguntas sin respuesta, ¿por qué? Sientes impotencia e indignación ante esos gerifaltes que juegan al ajedrez con la vida y la muerte. Cada día que pasa empiezan a envalentonarse todos los discursos; son todos unos impresentables vestidos de domingo, pero la niña con la bandera de Ucrania pintada en la cara sigue temblando de frío y de miedo. Y muy pronto, me temo, de hambre.
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