Como la fecha de San Valentín se nos echa encima, hablemos del amor. Hace unos años habría dicho que la única condición indispensable para que avance una relación de pareja es que quienes la componen entiendan el amor de la misma forma. Ahora hay que andarse con pies de plomo, porque existen parejas abiertas con terceras relaciones o que incluso llegan a formar un mismo núcleo de convivencia con tres o más personas. Seguramente a unos les va bien, y a otros no tanto, porque siempre es más fácil entenderse en un diálogo que en una asamblea. Esto último también es discutible, porque las parejas-parejas a veces no consiguen caminar mucho tiempo por el mismo camino.
Todo esto de las relaciones abiertas se vende ahora como lo más de la modernidad, pero es tan viejo como el mundo, lo que salía a la luz solamente cuando estallaba el globo. De entre las tantas frases con olor a sentencia que salieron del genio de Oscar Wilde, hay una que suena muy graciosa pero que es el retrato de muchas situaciones; decía Wilde: «el matrimonio es una cadena tan pesada que, a menudo, hay que llevarla entre tres». Desde que el mundo es mundo, generalmente la mujer llevaba la peor parte, pero ese es otro tema, no menor, por supuesto.
Por eso, en vísperas del comercial Día de los Enamorados (y Enamoradas, supongo), me gustaría que estas notas sirvieran de homenaje a las parejas de cualquier tipo que avanzan juntos sobre el tiempo, compartiendo, tirando o empujando, para conseguir que se pase, desde la imantada atracción física del principio, a una especie de nirvana, que se compone de complicidad, ternura y reciprocidad, que acaba siendo la plenitud entre las parejas que lo consiguen. El mejor deseo que puedo regalarles por San Valentín es que consigan esa pareja; si ya la tienen, que avancen en ese amor que, como la seda, no lo parece, pero es tan fuerte como para sostener el puente colgante de la vida.
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