Hoy, 14 de enero, cumple 96 años Antonio González Silva, mi padre. He hablado varias veces de él y no voy a repetirme. Solo diré, con palabras de Antonio Machado, que es un hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno. Pertenece a esa generación que ha atravesado el tiempo asumiendo lo que había en cada momento. Vivió de niño la angustia y la incertidumbre de una guerra civil, con dos hermanos mayores en las trincheras, la escasez hoy inimaginable de los cuarenta, la dureza de los cincuenta, y así, década a década, siempre aguantó el tirón y nunca perdió el sentido del humor. La maldita pandemia le ha robado unos años más plenos, la rondalla de la que formaba parte se diluyó con el confinamiento, hay limitaciones de todo tipo y, al ser parte de la población vulnerable, no puede casi salir sin compañía, cuando antes de la llegada del virus él se movía en guagua solo por la ciudad vieja que tan bien conoce. Pero no pierde el humor, aunque siempre está el miedo al contagio cuando llegamos a su lado, con todas las precauciones posibles y más.
Suma años, décadas y casi siglos, contra viento y marea; sigue esperando que se rearme la rondalla para volver a salir de romería a cualquier punto de la isla. Aunque no se olvida de su guitarra, que, desde muy joven, siempre ha estado con él. Ojalá sus deseos se cumplan y salga de este túnel por el que vamos todos, que sigue siendo oscuro, por mucho que las autoridades traten de pintarlo de colores. Espero y deseo que siga amando el presente y pensando en el futuro. Amor y respeto no le falta a su alrededor; se los ha ganado. Felicidades, papá.
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