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¿La belleza es relativa? ¿O no?

 

En esto días, con motivo de la erupción volcánica en Cumbre Vieja, se ha hablado y escrito sobre la belleza del volcán, especialmente de noche, y otras voces han hablado de espectáculo de la Naturaleza. Sobre eso hay opiniones, pues la belleza puede ser o no un término absoluto, según sigamos las teorías de Sócrates y Platón o las muchas que las rebaten en más de 2.500 años de filosofía.  Y es que aquí nos movemos en un territorio con lindes muy difusos en general y con distintos aspectos que inciden sobre lo bello.

 

 

Nadie duda que ver esas coladas de rojo incandescente bajando por las laderas de Cumbre Vieja hasta el mar de Tazacorte, rompiendo la oscuridad de la noche, es un espectáculo visual, pero a poco que nos paremos a pensar en la desgracia y la ruina que acarrea nos damos cuenta de que el dolor impide que podamos deleitarnos con la belleza. Luego podríamos preguntarnos si cuadros como El grito o El Guernica  son bellos. Nadie duda de su calidad artística y del impacto de testimonio, denuncia o sentimientos terribles que transmiten. Yo no siento placer cuando contemplo Los fusilamiento  de Goya, el cuadro es perfecto, porque me produce terror ante la crueldad de los fusileros e indignación por la injustica de tanta muerte inútil sin la menor posibilidad de legítima defensa.

 

El volcán es una catástrofe, y sin duda tiene imágenes bellas, pero a nadie se le ocurre hablar del espectáculo de la Naturaleza (salvo que sea ministra), porque hay que tener sensibilidad con el sufrimiento -que es mucho- de la gente de La Palma. Un temporal marino batiendo con toda su furia es  espectacular, pero empieza tener otras consideraciones cuando arrasa un pueblo costero o estrella un barco contra los acantilados. Y sobre esto los seres humanos llevan reflexionando al menos desde el absolutismo intransigente sobre el tema de Sócrates y Platón. Por eso me alineo con quieres cree que la belleza es relativa, sobre todo cuando se mezcla con el dolor.

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Es hora de hacer política

 

Salvo las personas de La Palma que están sufriendo directa o indirectamente esta nueva erupción volcánica, creo que todavía la sociedad canaria en general no se ha hecho una idea de lo que significa, no solo para La Palma, sino para todo el archipiélago la devastación que se está produciendo en un trozo de nuestro territorio discontinuo. Porque, aparte del desarraigo que atañe a quienes lo han perdido todo -muchos su medio de vida-, las consecuencias económicas y sociales afectarán a todas las islas.

 

En primer lugar, la gente de La Palma que ha perdido o puede perder su casa, el vecindario, la escuela a la iban sus hijos y la iglesia en la que los creyentes tenían una referencia religiosa, porque allí se casaron, bautizaron a sus hijos y lloraron en los funerales de los seres queridos. Eso es irrecuperable, como lo es el día a día, porque, aunque tengan nueva casa, tal vez sus vecinos hayan ido a parar a otro lugar, con lo que, de alguna forma afecta también a ese círculo de amistades primarias y secundarias, que no nos damos cuenta de lo importantes que son en lo cotidiano hasta que se rompe la dinámica habitual, amistades muchas de ellas heredadas por generaciones, porque la geografía incide en la vida humana de muchas maneras que casi nunca valoramos. Si notamos en el barrio cuando sustituyen a la vendedora del cupón de la ONCE, imaginen si les arrancan de su hábitat y tienen que empezar a reconstruir otro círculo y un nuevo modo de vida.

 

Damos, pues, por sentado que para todas estas personas es un drama personal y psicológico, aparte de económico. También lo es para quienes conservan el modo de vida anterior, pero les falta esta gente, ha cambiado el paisaje y también incide en muchas facetas, desde las comunicaciones al agua que sale por el grifo. Y luego está el gran esfuerzo que tenemos que hacer entre todos para tratar de superar las carencias que se encadenan, pues no olvidemos los porcentajes de producción agrícola del paradisíaco Valle de Aridane y la tradición pesquera de lugares como Tazacorte.

 

No quiero que me acusen de tremendista, simplemente pongo sobre la mesa que lo del volcán no está solo en los noticiarios que vemos en la televisión. Tampoco soy pesimista; es más, suelo ser un optimista cum laude. Decía Antonio Mingote que un pesimista es un optimista bien informado, y este nuevo mazazo a Canarias en el corazón palmero se une al desastre del último año y medio por causa de la pandemia, y encima no vemos que ni España ni Europa muevan fichas para amortiguar la llegada de inmigrantes irregulares, que arriban ahora a unas islas con la economía malherida. Con esta información, hay que seguir siendo optimistas, pero también realistas, porque ya sabíamos que entrábamos en un período muy duro, porque son muchos frentes abiertos, a cuál más problemático, al que se une esta herida volcánica en La Palma, que nos duele a todas las islas, porque los avances en comunicación nos permiten aspirar a ser un solo territorio que se hace acompañar por el océano.

 

Esto que parece muy poético, puede ser una realidad si, por una parte, los habitantes de Canarias de las ocho islas arriman el hombro en todos los estamentos sociales, culturales y económicos, y por otra, si las administraciones en todos los estadios cumplen lo que prometen. Y debe primar la solidaridad humana y también la institucional, porque, como empiecen a jugar al gato y al ratón, habrá que empezar pensar en echarnos a la calle por las bravas, que ya empiezo a estar harto de tantas reivindicaciones políticas y económicas de otras comunidades, mientras Canarias está en la cola de todos los baremos positivos y a la cabeza de los negativos. Hagan de una vez política por el interés general. Y la gente de a pie también, pues ya bien dijo Antonio Machado: “Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”. (No hace falta traducirlo al canario).

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Teneguía 1971; lo que viene siendo un volcán.

 

Desde hacía dos semanas no se hablaba de otra cosa que del volcán de Fuencaliente, isla de La Palma.  Todavía no le habían puesto nombre, pero la gente se hacía una idea con las imágenes que aparecían en las fotos de la prensa y alguna película en el Telecanarias. El volcán era como un fantasma lejano en blanco y negro, aunque en Las Palmas de Gran Canaria muchas personas decían haber sentido los movimientos sísmicos previos a la erupción, tres islas más allá. Seguramente es verdad, pero ni yo ni persona alguna que yo conociera, percibimos en Gran Canaria esos terremotos de los que se hablaba a posteriori.

 

 

El volcán -que acabarían llamándose Teneguía- entró en erupción el martes 26 de octubre de 1971, a media tarde, y estuvo activo hasta el 18 de noviembre (23 días) aunque luego  siguió expulsando gases durante meses.  Nos enteramos de la erupción al día siguiente, por la prensa, aunque seguramente la radio diría algo en los informativos de Radio Nacional de España (únicos entonces), pero con apenas veinte años no estábamos para escuchar la radio a las nueve de la noche en casa. En los periódicos, fotos, todas distintas, con poca definición en las que se veía lo que se suponía era el volcán, pero lo mismo podría ser otro de archivo o los fuegos artificiales de San Lorenzo.

 

La desbandada de grancanarios hacia La Palma a ver el volcán se produjo el fin de semana siguiente, porque encima el lunes era 1 de noviembre -Todos los Santos- y había puente. Los más afortunados encontraron billetes de avión -vía Tenerife- y alojamiento en el Parador de Santa Cruz o en algunos otros establecimientos de menos categoría. La mayoría tuvo que alistarse entre los pasajeros del correíllo, con escala, e incluso transbordo, en Santa Cruz de Tenerife.  Una vez en La Palma, era toda una aventura pillar una guagua hasta Fuencaliente, o, si tenían dinero, se unían cuatro y pagaban un taxi. Se asomaban a la curva de la carretera por encima del volcán, desde donde no dejaba pasar la Guardia Civil, y contemplaban durante un rato el surtidor de lava, que luego corría hacia el mar cercano como una barranquera. Verlo de noche era más espectacular, y hubo mucha gente que pasó la noche al raso hasta primera hora de la mañana, cuando pasara la desvencijada guagua inglesa que los devolvería a Santa Cruz, al correíllo y a su isla, que entre tanto ajetreo les pareció muy distante.

 

Cuando se le preguntaba por los detalles a aquellos que presumían de haber estado cerca del fenómeno geológico, que vieron la erupción entre brumas de cansancio, solían explicarse: «Pues un volcán, lo que viene siendo un volcán». Vale.