La ciudad inacabada
En los meses de verano, la panza de burro funciona casi siempre como una burbuja que aísla la temperatura de Las Palmas de Gran Canaria, y es muy frecuente que, en las olas de calor, mientras el resto de las islas y la propia Gran Canaria alcanzan temperaturas insoportables, en la capital se puede estar. No siempre funciona así, pero es casi una norma, que se vuelve al revés cuando en septiembre y octubre la cuidad sufre un calor pegajoso y húmedo. Llama la atención que, apenas sales de esa burbuja que casi coincide con los límites del municipio, el calor se agranda sea hacia el norte, el centro o el sur, y suele suceder también cuando ataca el frío.
Eso no quiere decir que cualquier día haya un calor sofocante, pero es muy raro que se alcancen cifras como en las medianías o el sur-sureste de la isla. Esto ha servido para que esta característica se use como reclamo turístico, sobre todo desde que la universidad norteamericana de Siracusa dejara sentado en un informe que el clima de nuestra ciudad es uno de los mejores del planeta, aunque no dicen lo mismo quienes tienen dolencias que se agravan por la humedad relativa del aire, que siempre suele ser alta.
Pero la idea que solemos tener de Las Palmas de Gran Canaria, tanto los que la habitan como los del resto de la isla, es la de la ciudad baja, que empieza en La Isleta y Las Canteras y acaba en el castillo de San Cristóbal. Y esa idea parece que también ha calado en los políticos y la gestión del ayuntamiento capitalino. Desde siempre, hemos visto cómo cada cierto tiempo cambian las farolas de las calles y plazas de la ciudad baja o levantan el piso (aún en perfecto estado) de una calle peatonal señera para poner otro que no añade mejora. Da igual quien gobierne.
Ahora quieren hacer un paseo peatonal que recorra todo el litoral, y olvidan que la ciudad ha crecido en los altos de sus alrededores, donde hay barrios con calles sin aceras, y no se sabe cuándo las pondrán o si semejante pensamiento entra en las mentes de los ediles. Parece que la ciudad termina por el oeste en el Paseo de Chil y el Paseo de San José. Hay una preocupación obsesiva por vender una ciudad que es una pequeña parte del espacio en el que la gente vive, trabaja y se traslada en líneas de guaguas manifiestamente mejorables. Lo que vaya un poco más allá de ser cartel turístico con el mejor clima del mundo, los carnavales y la metroguagua escapa a las entendederas del municipio, que no son otras que los presupuestos. A veces pienso que en el conglomerado político y técnico del ayuntamiento hay gente que desconoce la existencia de determinados núcleos poblacionales en el que vive gente que paga impuestos (para eso sí existen) pero carecen de una atención al menos igual a otras zonas de la ciudad.
Y con la obsesión de la metroguagua y otros levantamientos de adoquines (que fueron puesto no hace mucho tiempo), incluso se están olvidando de cuidar el entramado de comunicaciones en la propia zona baja. Hay vías por las que pasan miles de vehículos cada día, cuyo asfalto parece a punto de ceder y hundirse en el arenal que es el cimiento que tiene debajo buena parte de la urbe. Por no hablar de los carriles bici. Yo estoy a favor de una ciudad más ecológica, pero entiendo que la manera en que se han hecho estos carriles más que hacer fluir la ciudad la bloquean en algunas zonas. Creo que una transformación tan importante tiene que estar bien planificada y luego regulada.
Como se ve, no estoy contento con la política urbanística de LPGC, pero no de ahora, es como una enfermedad que heredan todas las legislaturas desde que tengo memoria, que empezó con cubrir de cemento el cauce del Guiniguada, hace ya casi medio siglo. El impulso especial que iba a producirse después de la obra faraónica (y necesaria) de ganarle terreno al mar se ha diluido en malas decisiones que siempre cuestan dinero y que duran hasta que a otra nueva corporación se le ocurre cambiarlas por otras que, en su mayoría, persisten en el error. Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad inacabada, y eso que fui de los que se ilusionaron cuando, hace más de treinta años, alguien dijo que iba a ser la Bruselas del Atlántico. Ojalá.