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Covid y política

 

Sabemos que en La Península toman a Canarias como un todo, y es frecuente que se líen colocando Maspalomas y Las Canteras en Tenerife, aunque, cosas de la ignorancia, rara vez ocurre lo contrario, aunque el Teide se disfrute mejor visualmente desde otras islas. El caso es que ha vuelto a ocurrir, y entre la confusión entre islas y la media que sacan de la incidencia de la covid en todo el archipiélago, la percepción exterior es de conjunto, aunque unas islas estén en nivel 1 y otras en nivel 3.

La alta incidencia del virus en Tenerife es algo que algunos dicen que no tiene explicación. Una cosa es que no la tenga y otra muy distinta es que sí pueda ser explicado y se oculte a la ciudadanía. Es curioso que esas cifras tan malas se den sobre todo en un municipio, Santa Cruz de Tenerife, y no en toda la isla de Tenerife. Esto ha dado lugar a que, sin levantar la voz, se diga que estas cosas ocurren porque el presidente es de Gran Canaria, cosa que no se veía en décadas, y ya ve usted.

 

Si la incidencia en un municipio concreto es tan alta, algo se debe haber hecho mal. Y el hecho de que los hosteleros hayan recurrido que Tenerife suba a nivel 3 da que pensar. Vuelven a aparecer las prácticas “históricas” en política desde que, en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Bermúdez desplazó en la alcaldía a Patricia Hernández por una moción de censura muy pintoresca, hecho que cuadra perfectamente con el devenir de determinadas formaciones políticas.

 

No debiera existir la dicotomía salud o economía, pero es lógico que haya que hacer equilibrios para controlar a la una y que la otra no se dañe demasiado. Es una gran responsabilidad política, pero parece que no se ha entendido que, si una falla, la otra se resiente. Y por abrir la mano con la hostelería en una isla, toda Canarias se ha quedado fuera de la lista de posibles destinos del turismo británico. Es decir, ni salud ni economía, y salvo conspiración digna de un cómic de superhéroes, que el presidente de la comunidad autónoma sea de Gran Canaria nada tiene que ver.

 

Lo más triste es que se utilicen asuntos tan delicados para hacer política rastrera. Seguramente piensan que se puede soportar el daño que se hace a la población, pero finalmente se produce el efecto boomerang, y también la economía se perjudica. Resulta sorprendente la facilidad con que sacan la carta del pleito insular a la menor oportunidad, aunque no deberíamos sorprendernos porque llevamos siglos así. Con la que está cayendo, tendríamos que pensar en la prioridad, nada menos que la salud y la vida de la población, y que esas viejas querellas carecieran de importancia. Pero está claro que no, y estamos viéndolo también en todo el Estado. Los que nunca salen perjudicados son los políticos, que siempre encuentran justificación para todo, solo hay que echarle la culpa al otro.

 

Esperemos que pronto se logre controlar el nivel de contagio que está produciéndose en Tenerife, porque eso será bueno por sí mismo y porque globalmente creará mejor imagen de todas las islas, que al final es la imagen la que afecta a la economía. No se ha prohibido la mascarilla, simplemente se permite no usarla en determinadas circunstancias al aire libre, y hay que estar muy alerta porque la variante Delta se transmite como un relámpago. Pero ni siquiera eso es argumento que tengan en cuenta los políticos.

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Mascarillas

 

A una sociedad tan carnavalera como la canaria, poco hay que explicarle sobre las máscaras, que esencialmente son maneras de sustituir nuestro rostro para aparentar otra identidad difusa, aunque no falta quien diga que nuestra verdadera personalidad es la que se manifiesta en la máscara. Pero ya eso es profunda filosofía de barra de bar en la que no quiero meterme, sobre todo porque en las barras de los bares hay que llevar mascarilla y volvemos a lo mismo.

 

Comentaba hace unos días una profesora que la mascarilla fue uno de los muchos elementos que hubo que superar en las aulas, porque la voz no se oye igual y porque, sobre todo con alumnado de corta edad, hay que valerse de las manos y de la expresión de los ojos para reforzar la comunicación. Y en la calle también. Un día soleado, sales con mascarilla, como es preceptivo, te pones unas gafas oscuras para no deslumbrarte y una gorra para que el solajero no te caliente la cabeza. Se diría que vas a robar un banco, pero, aun así, quienes te conocen bien te identifican por la manera de andar o por determinada manera personal de mover las manos.

 

Si bien en días de calor la mascarilla es sofocante, no hay que negar que, en invierno, cuando aparecen esas corrientes frías de aire en una bocacalle, te sientes protegido, es como una prolongación de la bufanda que, encima, te cubre de esos gérmenes catarrales, pues, según cuentan los especialistas, este año la gripe común pasó de puntillas, precisamente porque las mascarillas protegen no sólo del covid, sino de cualquier otro tipo de elemento infeccioso que se mueva a nuestro alrededor.

 

El presidente del Gobierno español ha anunciado que no será necesaria la mascarilla en exteriores a partir del sábado 26 de junio. Nada que objetar si se insistiera en ciertos detalles que han caído en el olvido. No se dice que sigue siendo necesario que se use la mascarilla en interiores e incluso al aire libre cuando no sea posible mantener la distancia de seguridad. Da la impresión de que ya no hay pandemia, y si países como Estados Unidos, Reino Unido o Israel, con porcentajes de vacunación total mucho mayores que los nuestros siguen teniendo problemas de contagio, hasta el punto de que han dado marcha atrás en algunas medidas, creo que, aunque en España se están cumpliendo los plazos anunciados, todavía el grado de inmunización es pequeño para despendolarse.

 

Y es que se confunde deseo con realidad. Este fin de semana paseaba por la ciudad y veía en bastantes mesas exteriores de las cafeterías y restaurantes gente muy agrupada, que no mantenían las distancias o que picaban todos de un plato central. Se supone que estamos en una desescalada racional y que la mascarilla se quita para ingerir comida o bebida y luego se vuelve a poner. Si esto pasa cuando todavía la mascarilla es obligatoria incluso en exteriores, imagino cómo será cuando ya no lo sea.

 

De manera que simplemente recuerdo que, con o sin mascarilla, y aunque las cosas van a mejor y la vacunación avanza, ser prudentes no está de más. Se puede salir, ir a establecimientos públicos, pero en asuntos como este es mejor pasarse que quedarse corto, porque no faltará quien vaya por la calle a cara descubierta y no lleve una mascarilla en el bolsillo para cuando entre en cualquier local o tenga que atravesar un grupo numeroso de personas donde no es posible mantener la distancia. No creo que haya quien desee más que yo volver a la normalidad perdida, pero es mejor ir despacio, llegar unos meses más tarde, no perder la cabeza que obligue, como ha pasado en otros países, a retroceder en las medidas. En Canarias más que en ningún otro sitio, porque aquí la movilidad del turismo incide muchísimo en la economía, no sólo nos jugamos la salud física, también la económica.

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La maldad

 

Esta semana ha sido puesta a prueba nuestra resistencia al horror. Lo ocurrido con las niñas de Tenerife es una historia que sobrepasa la imaginación de cualquier relato de terror. La violencia vicaria es la más cruel de todas, y más cuando se planifica como una secuenciación de todos los pasos. Son muchos los menores que han caído víctimas de ese odio enconado de sus padres hacia sus madres, o el revés, que esta misma semana también una mujer mató a su hija de cuatro años para infligir dolor a su expareja.

Estas acciones nos hacen temblar, porque quienes las perpetran son seres humanos como nosotros, y nos aterra siquiera suponer que esto puede ocurrirle a cualquiera. No estoy de acuerdo, existe un factor que escapa a cualquier clasificación psiquiátrica, y es la maldad. Nunca he creído las teorías de Rousseau, que vienen a decir que los seres humanos nacen limpios y que sus conductas se van mediatizando por el devenir de su vida. Cierto es que la educación recibida y el ambiente en el que se mueven las personas influyen en sus comportamientos, pero no hasta el punto de convertir a una persona sana en un psicópata.

Si nos hemos fijado, hemos podido ver la maldad en niños y niñas, y la demostración de que los ambiente no son determinantes en la maldad es que dos hermanos, a veces incluso mellizos, criados en la misma familia, son completamente distintos. Esto es normal, pero a veces en uno de ellos está ese componente malévolo, que, sin que nadie lo enseñe, se convierte en un ser que se vale de la mentira, la manipulación y a veces hasta de la simpatía para conseguir por encima de cualquier cosa sus propósitos. Son maestros del fingimiento, y no hay forma de cambiar el rumbo de esa mente que se pasa el día ejerciendo la maldad. Por fortuna, son habas contadas, pero sí que te das cuentas de que esas excepciones toman rumbos especiales a lo largo de su vida, y es que cuando la maldad se une al odio irracional tenemos un cóctel diabólico. De otra forma no se entienden comportamientos tan brutales y crueles, llevados con una sangre fría que no parece cosa de humanos.

Un daño colateral e indignante es la utilización política de hechos tan terribles. Cada fuerza lleva la brasa a su sardina y se juega con el dolor de las familias para conseguir réditos políticos. Por desgracia, ya estamos acostumbrados a esos comportamientos y no nos causa sorpresa, pero sigue siendo una vileza la utilización de hechos tan horribles para abonar discursos que ni siquiera estoy seguro de que crean ellos mismos.

Llevamos unas semanas especialmente duras, y nadie se explica cómo es posible que se pueda odiar tanto a quien un día se amó, y el problema es que esas personas que se creen dueñas de la vida de otras nunca las amaron, las han tenido como una posesión a perpetuidad. Siempre me digo que algo estamos haciendo mal como sociedad. Y más que algo, diría muchas cosas, porque los estímulos que llegan a la gente a través de los medios y las redes sociales son con demasiada frecuencia mensajes que provienen de machismo más arcaico.

No acabamos de creernos que se pueda hacer tanto daño a seres inocentes. Ojalá nunca tengamos que escribir sobre hechos similares, porque la sociedad tiene que reaccionar contra tanta brutalidad, y que sepan quienes tengan tentaciones de maltrato que tienen la condena social. Esa es al menos mi esperanza, porque la muerte de estas niñas es algo que mi mente no acierta a asimilar.