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Cristianismo/Jerarquía eclesiástica

 

Las damas bienpensantes solían decirme hace unos años que yo tenía en mis novelas y en mis artículos dos fijaciones: Franco y La Iglesia. Un día, de tanto oír la cantinela, hice un recuento y no era verdad, yo hablo de muchas cosas, cuento historia dispares, pero también me di cuenta de que Franco salía mucho en mis escritos. Soy un producto del franquismo, porque pasé bajo sus estúpidas botas toda mi infancia, mi adolescencia completa y parte de mi primera juventud. Cuando Franco se murió, yo era un hombre, y la verdad es que me jodió bien jodido, como a todos los demás, solo que a mí me sigue cabreando que me machacara cuando era ingenuo e indefenso.

 

 

Con La Iglesia Católica también mantengo un diferendo, pero no por mi culpa, sino por la de la propia Iglesia, que se empeña en volver al Concilio de Trento una y otra vez. También La Iglesia iba del mano del Estado cuando yo me estaba haciendo hombre, pero si bien Franco murió en 1975 y el franquismo residual se fue apagando (o eso parecía), parece que ahora quiere renacer en los modos, aunque vayamos a votar cada cuatro años. La Iglesia, por el contrario, sigue ahí, aferrada al poder de una forma que da miedo, impregnando con su intolerancia al poder civil que en este caso se deja seducir porque la derechona tiene práctica secular en proteger a los ricos, los machos y los intolerantes, labor en la que rivaliza con La Iglesia.

Yo no soy creyente católico porque me es imposible navegar por la justicia en ese mar de intolerancia, reaccionarismo e hipocresía. Respeto muchísimo a los creyentes católicos, no en vano esa ha sido la fe de mis mayores, lo mismo que respeto otras creencias (y no creencias) religiosas. La relación del ser humano con la transcendencia es algo tan íntimo que no puede ser proclamado en un púlpito. Lo que no respeto, porque no es respetable, es el comportamiento de la jerarquía católica, que sigue agazapada detrás de unos privilegios medievales en un estado supuestamente laico. Y si España, en las actuales circunstancias, es un estado laico, que baje Dios y lo vea, y no es un chiste malo, y entiendo que Dios tal vez pudiera existir, y si eso es así, nada tiene que ver con la jerarquía católica que se arroga su representatividad. ¿Dios representado en La Tierra por una secta intolerante, que ha estado al lado de los tiranos, que ha sido cómplice de genocidios históricos, que ha callado cuando debió hablar?

Y todo esto viene a que el fundamentalismo católico cabalga de nuevo en el asunto de la nueva Ley de Educación. Para empezar, niego la mayor, no se ajusta a Derecho que en un colegio público de un estado laico se haga proselitismo, que eso y no otra cosa es la catequesis de siempre. El que quiera ser catequizado que acuda a los templos. El estado se ha maridado con La Iglesia y lo ha hecho mal. Pero ya que existen esas clases pagadas con dinero público, debe ser el estado quien contrate al profesorado, y así evitaríamos la cerrazón y la exhibición de machismo que ahora vemos perplejos.

Mucha razón tenía Jesucristo cuando decía que los ricos serían bienaventurados porque heredarían La Tierra. Claro, La Iglesia es rica, y tiene poder, bienaventurada. El fundamentalismo crece en la misma medida que la hipocresía en la jerarquía eclesiástica, y ya es hora de que se acabe tanto privilegio y tanta chorrada, que estamos en el siglo XXI y ya pasaron los tiempos en que un obispo (vacunado o no) nos impedía bailar o bañarnos en la playa. Bonito fuera…