A medida que se acerca la Navidad, nos damos cuenta de que no sabíamos lo grabadas a fuego que tenemos muchas costumbres. Nos pasamos la vida burlándonos de las cenas familiares o de amigos o empresa, ironizando sobre los cuñados (nos olvidamos de que algunas veces somos nosotros) y proclamando a los cuatro vientos que suspenderíamos esas reuniones, y aparecen conceptos como falsedad, hipocresía y envidias, de manera que las fiestas navideñas de cualquier índole tienen una marca poco atractiva, por decirlo suavemente.

Pero resulta que no. Basta que hayan encendido las luces de las calles, adornen los árboles o aparezcan los belenes para que a todos nos entre una especie de fiebre atávica que es una mezcla de nostalgia y paraíso perdido. El Covid lo ha trastocado todo, y hay que tener cuidado cuando se entra en las tiendas o se ocupa una terraza. Imagino esa mesa con lo mejor de cada casa alrededor de la cual pueden reunirse hasta diez familiares.
Y la pregunta que me hago es cuál es el porcentaje de viviendas que tengan un salón en el que se pueda poner una mesa de Consejo de Administración y cumpla las normas del espacio. Para cumplir, la mayor parte de las viviendas podrían acogen cuatro comensales, y seis en salones algo mayores. Aparte de las distancias, está el uso de las mascarillas, que me temo que desaparecerán en cuando los entremeses estén en la mesa. Y las ventanas deberían estar abiertas y los comensales bien abrigados porque esta temporada se anuncia fría.
¿Cuántas familias van a cumplir a rajatabla con todo eso? Probablemente, si supiéramos el número podríamos deducir cómo a afectar. Porque encima no es solo una cena, que el 31 hay otra, y muchas familias mantienen la tradición de la comida de Navidad y Año Nuevo. Si nos ponemos gallitos, serán varias las ocasiones en las que juguemos a la ruleta rusa reuniendo grupos de no convivientes.
Por lo tanto, si todo lo que se cuenta del virus es cierto, lo sensato sería suspender esas reuniones y que cada familia cene en su casa, un menú especial, con la vajilla de las ocasiones, pero las mismas personas que cada día se sientan a esa mesa. Y no parece que eso entre en la cabeza ni de la gente ni de los medios, que ya hablan del precio del marisco. Comenté esta semana en mi blog que ese sentimiento navideño está muy arraigado, pero yo creo que somo seres racionales lo que tendríamos es que convocarnos a una multitudinaria fiesta familiar o de amigos para dentro de unos meses, cuando haya sido controlada la pandemia y no haya peligro al abrazar, cantar o hablar fuerte. Y, como dijo alguien esta semana, en esa fiesta estaríamos todos, porque no le daríamos al Covid ninguna oportunidad.
Hemos tragado con quedarnos sin la Rama, El Charco, El Desfile del Orgullo Gay, la romería del Pino y docenas de fiestas populares muy arraigadas. Ya digo que la Navidad es algo muy especial, aunque no lo confesemos ¿Tan difícil es entender que es solo otra fiesta más, o es que empujan demasiado otros intereses?