Publicado el

Los fundamentalismos silenciosos

Aparte de la Covid-19 y la economía, hay otras muchas cosas que preocupan. Lo que está sucediendo en este país es alarmante. La única diferencia con la ola de fundamentalismo que arrasa otras zonas del planeta es que aquí no parece que exista. Pero está. De repente, las fuerzas conservadoras (es una tibieza llamarlas así) se han echado la camisa por fuera y atacan en tromba, como los equipos de fútbol que intentan impedir que el otro arme juego, y lo hacen de forma marrullera, dando leña, tirando en fuera de juego y con el árbitro a favor.

Lo que quieren es que nos bajemos los pantalones. Todos los avances que habíamos ido arañando en décadas muy duras pero muy esperanzadoras se están yendo al traste. Solo falta que, por decreto, se vuelva a instaurar el Santo Oficio, si es que de alguna forma no existe ya. La España federal que sería lo natural por el recorrido histórico de este país, está cada día más lejos, y con ello se radicalizan las posturas periféricas, lo que en lugar de desembocar en un Estado plural pero unitario puede acabar como el rosario de la aurora. Y lo del Poder Judicial es inexplicable en una democracia que tiene sus reglas bien claras en ese aspecto.

La Iglesia vuelve a Trento. Mete las narices en los avances científicos igual que entonces, porque hoy ir contra la biogenética equivale a ir contra el movimiento de La Tierra en tiempos de Galileo. Y se mueve, vaya que si se mueve. Los defensores de la jerarquía eclesiástica (los católicos son otra cosa y merecen todo respeto) argumentan que los no practicantes no debieran escandalizarse porque la Iglesia se pronuncie. Y eso sería correcto en un Estado laico de verdad.

Pero es que la Iglesia está muy metida en el Estado, y si no no se entiende por qué las tropas de un país laico y democrático rinden armas al Santísimo, por qué el Jefe de un estado laico se arrodilla ante el Papa (si es creyente que lo haga en privado, como persona, pero no como Jefe de Estado), y algunos presidentes del Gobierno igual.  La iglesia, fortalecida en imagen con estos gestos y unas subvenciones cuantiosas del Estado, pontifica sobre la vida privada de las personas, y eso tiene efectos generales, porque el Estado se lo permite, y es por eso por lo que también los no católicos se alarman cuando la Conferencia Episcopal saca su manual de Fray Juan de Torquemada. Ah ya, es que España no es laica, es aconfesional.

No estoy preocupado, estoy alarmado, aterrado, como si hubiera entrado en el túnel del tiempo y desembocara en el siglo XV, o peor aún, en el franquismo. Y luego hablan del peligro de los fundamentalismos, a los temo sean del signo que sean. Por la democracia, por la libertad individual y por un futuro cuando menos razonable (no irracional), urge que los partidos políticos y sus dirigentes miren el calendario y vean en qué siglo vivimos. Pues sí, aparte de la pandemia y la economía hay bastantes sosas que no van como debieran. Demasiadas.