Este es un objetivo como sociedad
Parecía que en Canarias vivíamos una situación de privilegio y ahora los titulares nos recuerdan que el índice de contagios en Las Palmas de Gran Canaria supera a los del centro de Madrid. Estábamos en guardia contra un peligro que casi no se veía, porque nadie que conociéramos había contraído la enfermedad. Pero las estadísticas son inflexibles, y al final, cuando hay tantos contagios al final sabes de personas contagiadas que has conocido, y que incluso son cercanas en los afectos, aunque pasen meses en los que solo has hablado con ellas por teléfono o WhatsApp, y esa hipótesis de que la gente se contagia se vuelve real, porque tiene nombres y apellidos.
El miedo es probablemente el arma más poderosa que existe. No tengo la preparación ni la información para pontificar sobre las decisiones que se están tomando, pero sí que me llama la atención la facilidad con la que el miedo nos desarma. Un amigo dice que hasta el miedo hay que administrarlo, tener miedo hasta donde marca la prudencia, porque centrarlo todo en el miedo es vivir en el pánico. Y eso no es vivir. Luego está el debate de si son adecuadas las medidas, si se quedan cortas o si se han pasado. Ponen los ejemplos de países asiáticos fuera de China, como Corea del Sur, Japón o Singapur, que están remontando esta crisis sin parar la economía, pero sí con un control absoluto y digitalizado de los contagios. En ese sentido, está claro que estos países van por delante. Por lo tanto, al miedo añadimos la confusión, y la luz que vemos es la insistencia de los responsables en decir que esto pasará. Es un mantra que nos repetimos para conjurar el miedo.
Lo que más pesa y más miedo da es que, aunque en porcentajes muy pequeños de infectados, está muriendo gente, y pretenden que sea una especie de mensaje tranquilizador cuando dicen que la mayoría de los fallecimientos corresponden a personas de edad avanzada o con patologías previas. Posiblemente sirva de respiro a la mayoría, pero me parece de una crueldad tremenda. Y lo que muchos ignoran es que portan una patología que tal vez desconocen. Es una obviedad que las personas mayores son más frágiles porque tienen un organismo cansado, así como aquellas más jóvenes que tienen algún padecimiento grave o crónico. Por lo tanto, son más sensibles a cualquier situación que entrañe riesgo, aunque solo sea ponerse en corriente entre ventanas. Ya se sabe, no hace falta repetirlo una y otra vez.
Y es muy triste. Molesta esa repetición constante en los medios que parecen disculpar las muertes en esta pandemia porque en un alto porcentaje son de personas mayores de 70 años. La vida es un ciclo, y es lógico que, en cualquier circunstancia, las personas de más edad mueran en mayor número que las más jóvenes. Esta crisis no iba a ser una excepción, pero si ya la naturaleza hace su trabajo, nadie tiene el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir. Y precisamente hablamos de hornadas de mujeres y hombres que han construido con su esfuerzo ese mundo en el que tan cómodos nos sentíamos. Esta sociedad no se levantó sola, lo hicieron estas generaciones, y en condiciones a menudo muy complicadas. Las personas mayores se han ganado el respeto y el cuidado, porque nadie puede saber cuánto tiempo de vida le queda a una persona; también por una cuestión ética: cada cual tiene derecho a vivir el tiempo que le ha marcado la biología. Y ese es un derecho inalienable.
Ahora que hemos visto que gente que significa algo en nuestra vida cotidiana también se contagia, tenemos que tomar conciencia de que es necesario poner de nuestra parte para que esto pare. Las normas son claras y sencillas, que es verdad que hace que todo funcione más despacio y que no hay que bajar la guardia. Pero es que nos jugamos la salud, la nuestra y la de los demás. Y eso es importante, porque de esto tenemos que salir como personas, pero sobre todo como sociedad.