Esta tarde mi compañera y yo fuimos a ver a mi padre, que vive en otra parte de la ciudad con mi hermana. Nos vimos con todas las precauciones, porque es muy mayor y hay que tener mucho cuidado. Con todo lo que ha visto en su ya nonagenaria existencia, no sale de su asombro. Lo que nos pasa a todos, este es un escenario que nunca llegamos a imaginar. En los momentos más duros de la Guerra Fría, podíamos esperar un estallido nuclear o alguna hecatombe capaz de partir el planeta en dos, pero no algo tan sinuoso y laberíntico. Eso se lee en su mirada, y lo expresa continuamente cuando hablamos por teléfono. Me parece muy injusto que en su ancianidad tenga que vivir esta zozobra.
Fue importante verlo (y a mi hermana), y comprobar que el mar que siempre aparece como fondo del paisaje desde la azotea sigue allí, tan hermoso como siempre. Conducir por la ciudad también fue una sensación nueva, pero volver a hablar cara a cara con mi padre fue algo especial, como si hubieran pasado muchos años. Se mide el tiempo en nuestra cabeza de formas distintas según las circunstancias. Pero es esperanzador que pronto podamos hacer algunas cosas de las que hacíamos antes, aunque sea de manera distinta. Si dicen que la vida es cambio, vamos bien servidos. Es una forma positiva de verlo.
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