Hoy hemos salido de compras. Un sábado cercano al mediodía ha sido para nosotros una invitación a pasear por la zona comercial de la ciudad. Estuvimos por Triana porque buscábamos un par de zapatillas cómodas, y la final las conseguimos en una tienda de la Calle Mayor. Todavía siento cierta inseguridad al caminar por la calle, y voy con cuatro ojos por lo de las distancias y el uso de las mascarillas, porque hay gente que sigue sin darse cuenta de que somos nosotros los que tenemos que controlar el espacio y el aire que respiramos. Supongo que iré acostumbrándome, pero de momento hace que llegue a casa agotado por el esfuerzo mental. Pero la operación zapatillas fue un éxito, y ya era hora de salirse de la rutina del supermercado y la farmacia.
Este es un fin de semana cálido, pero en Las Palmas podríamos decir que era luminoso. A la vuelta se notaba que el uso de la mascarilla hace que tengas menos oxígeno y regreses más despacio. Crucé la mirada con algunas personas que seguramente conozco, y ellas a mí, pero con el rostro cubierto tendremos también que ejercitar esa facultad. Claro, eso no sucede con las personas cercanas, con los amigos y con gente que adivinas por el modo de andar y hasta por instinto, pero sí que pasa con personas que tratas menos. Ese es otro de los muchos aprendizajes que tendremos que abordar.
Ya en casa, pudimos ver desde la ventana a nuestra sobrina Mónica, que llevaba en brazos a Valentina, su niña pequeña, y que nos llamó por teléfono para que nos viéramos a su paso. Mucho sol y ellas resplandecientes como dos luminarias. Fue bonito.
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