Pedro Sánchez no me cae mal ni bien, sino todo lo contrario, pero realmente es un personaje peculiar, con un carácter cuando menos curioso. Dicen que hay personas que tienen una flor en el bolsillo trasero y otras que son tan pertinaces que acaban consiguiendo siempre lo que se proponen. Yo no sé si Sánchez es una de esas personas, aunque su resurrección política en el PSOE primero y llegar después a La Moncloa de una forma casi milagrosa podrían inducir a pensarlo. La pega es que logró regresar pero no ha obtenido apoyo unánime de los guardianes de las esencias de su partido; en lo de su arribo a La Moncloa, vía moción de censura, tuvo colaboración involuntaria de Ana Pastor, la entonces presidenta del Congreso, que convocó las sesiones al efecto con una premura inusitada, pensando tal vez que contra reloj al candidato le sería imposible cerrar los apoyos. O lo hizo de buena fe y se equivocó. Fue precisamente esa rapidez la que evitó que se produjeran quiebras en las negociaciones. No dio tiempo a especular. Si en lugar de unos pocos días, la moción se hubiera dilatado semanas, posiblemente habría dado tiempo a que las intrigas palaciegas y de pasillo la hicieran fracasar. Es decir, no sé si un error político del adversario cuenta como flor, aunque los goles en propia puerta también suben al marcador.
Es verdad evangélica que poco vale un pito si no pita, y Sánchez va de la frustración al castañazo, pues no ha logrado aprobar un solo presupuesto ni armar una mayoría que lo invistiera después de las elecciones de abril, aunque de eso no podemos culpar a Ana Pastor. Pero queda en pie eso que podríamos llamar persistencia, tenacidad, empeño, insistencia, osadía o incluso valor o temeridad. Pero Sánchez sigue ahí, proclamando que no habrá terceras elecciones, pero con solo Unidas Podemos a favor, según las declaraciones del día del abrazo, porque en realidad no sabemos una palabra de lo que se negocia entre ambos partidos. De modo que la suerte de los tenaces y las flores en la retaguardia lucen si se materializa al menos una parte de lo anunciado, y en cualquier caso, hasta en las carreras más brillantes, afortunadas o valientes funciona la ley de la gravedad. La tenacidad y el esfuerzo sin el efecto deseado acaban confundiéndose con la obstinación, y la suerte también tiene fecha de caducidad. No basta repetirse como un mantra que para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible (Hermann Hesse dixit), sobre todo cuando son muchas las voluntades que deben confluir.
Es ahí donde está la clave de este embrollado asunto. Resulta que ya sabemos que, desde siempre, la derecha española siente que el poder es suyo, y cuando eso tan vulgar que son las urnas dicen lo contrario siente que la han desposeído de lo que le pertenece por designio divino. De ahí que sus políticos y voceros usen conceptos tan ofensivos como usurpación, ilegitimidad e incluso ilegalidad, aunque ese poder sea el resultado de una leyes que la propia derecha ayudó a crear cuando seguramente pensaba que no habría posibilidad de aplicarlas porque la democracia nunca puede ir contra el orden natural de las cosas, que no es otro que el status quo de toda la vida. Pasó con Felipe (váyase señor González), con Zapatero, cuando se llegó incluso a sugerir que había connivencia del PSOE con los terribles sucesos del 11-M, y desde que Sánchez es Presidente han actualizado un vocabulario que ya era vetusto en La venganza de Don Mendo, llamándolo Felón. Y ahora lo acusan de querer romper España, lo cual es evidente, porque lo que no sea la España que los privilegia exclusivamente es una gran ruptura para esa derecha que ni come ni deja comer.
El argumento es tan inamovible como falso: el PSOE tuvo que abstenerse en 2016 porque era lo que necesitaba España (esa España suya, contraria a la que cantaría Cecilia), pero ahora es imposible que el PP se abstenga porque eso por lo visto es contra natura. Por ello, Sánchez tendrá que negociar su investidura (si esta prosperase, acordar leyes, entre ellas los presupuestos) no solo con Unidas Podemos, sino con una hilera de fuerzas políticas que, de una en una, piden La Luna a veces por un solo voto, como si el gobierno futuro tuviera la obligación de hacer en un año lo que lleva empantanado desde siempre. Para colmo, tiene que producirse la abstención de unas fuerzas que están en otra cosa, pero exigen acciones que ningún Presidente puede hacer, algunas ni con mayoría cualificada porque rebasan lo constitucional (se podría cambiar la Constitución, pero ese es otro laberinto). De esta manera, vemos que entre el tremendismo de la caverna feudal, que predica el miedo usando la mentira, la tenacidad (quién sabe si obstinación) de Sánchez, con terreno pantanoso en su propio partido, y el resto aprovechando la ocasión para que ya no se sepa cuál es la línea divisoria entre la negociación y el chantaje, si el candidato del PSOE suma los votos necesarios para ser investido y luego consigue aprobar unos presupuestos, habría que cambiarle el nombre y en adelante llamarlo Presidente MacGyver. No es un chiste, es una constatación de la realidad.
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