En estas hora tan duras para Gran Canaria, solo hay dos asuntos prioritarios: aunar esfuerzos para detener el fuego y cuidar de las personas que se han visto afectadas. Por fortuna, la solidaridad está siendo enorme, pero la angustia y la incertidumbre de las personas desalojadas es un dolor añadido, porque dejarlo todo atrás sin saber qué va a pasar es un drama siempre, y lo es más cuando hay entre las personas desplazadas enfermos, ancianos y niños que no aciertan a entender qué está pasando. Por ello, todo lo demás se vuelve secundario, y ya habrá tiempo de analizarlo para que una desgracia de estas dimensiones no vuelva a repetirse.

Cuando se haga el balance de los daños, se valorarán enseres, rentas, cultivos, ganado y hasta se escribirán hipótesis sobre el menoscabo económico que la quema de un bosque supone para una sociedad. Lo que nunca podremos cuantificar es el quebranto personal de cada una de las personas afectadas, el abatimiento, el desaliento, la zozobra, la ansiedad y hasta la postración que esta pesadilla habrá desencadenado en cientos, o tal vez miles, de personas, que se han visto privadas de su albedrío íntimo, y que han sido quienes han pagado la factura del desacierto colectivo. La espontánea solidaridad de la gente de toda la isla, ofreciendo ayuda, sus casas o implicándose personalmente con los evacuados, es la que nos dice que somos culpables como sociedad, unos porque nunca se pararon a pensar en la fragilidad física que supone vivir en una isla, otros porque sí lo pensaron pero no alzaron la voz para prevenir desgracias como esta.
Por ello, en estos momentos no entro en asuntos como las competencias en los distintos niveles de un incendio, en si este o aquel personaje puso o no un Twitter de apoyo, en si tal otro figurón se personó o siguió en su hamaca, o en docenas de temas que se han puesto sobre la mesa, como la trashumancia del ganado, el tipo de repoblaciones, los medios técnico que hay o que faltan, las decisiones políticas, técnicas o administrativas… Todo eso vendrá después. Debe venir. Pero ahora hay que estar con las personas afectadas, que perciban que sufrimos con ellas, que su enorme dolor también es nuestro, que no se sientan abandonadas a la mala suerte que entre todos hemos labrado. Hay que apreciar en lo mucho que vale a la gente que ha dado un paso al frente, y muy especialmente a mis paisanos de la Vega de San Mateo y de otros municipio, que han sabido estar a la altura que este momento necesitaba. Eso es lo que ahora toca, del incendio que se ocupen los que saben. En ellos confiamos y agradecemos su enorme esfuerzo.
Espero y deseo que nadie que se mueva en la política aproveche la rabia y la impotencia que hacen mella en una población golpeada para tratar de echar culpas a quien mejor le convenga. Si por culpas es, que tire la primera piedra cualquiera de las fuerzas políticas que esté libre de ellas, porque este es el resultado de la suma de muchos años y docenas de palabras, cada una de ellas con un matiz significativo distinto, que podríamos aplicar a todas las siglas habidas y por haber e incluso a la ciudadanía en su conjunto: exclusión, descuido, imprevisión, negligencia, inacción, olvido, distracción, torpeza, error, desidia…
La herida es demasiado grande para que pasemos página y sigamos con las dinámicas de siempre. Empieza a pedirse que rueden cabezas. Si así ha de ser, que sea, pero las decapitaciones de esta clase solo sirven para mostrar que alguien ha pagado por lo ocurrido, vender a la opinión pública que se actúa con una rectitud espartana, sacrificando una pieza del tablero para seguir adelante con la misma agenda. Y eso es precisamente lo que no hay que hacer. Ahora, todos juntos, aliados con la lógica o lo inverosímil, con las evidencias reales de la ciencia, la lógica del pensamiento racional o con mantras y creencias diversas, hagamos un esfuerzo para que las personas afectadas por esta calamidad sigan adelante, con cicatrices, pero con el sentimiento de que no están solas.
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