Este doble homenaje a la Fiesta de La Rama en Agaete y a Marilyn Monroe en el aniversario de su muerte pertenecen a un capítulo de mi libro Crónicas del Salitre.
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Bruno Ayala recordaría siempre cómo se le iluminaban los ojos a su abuelo cuando hablaba de Agaete. Para César, la villa marinera del noroeste era el lugar más especial de la Gran Canaria y del mundo.
-Y eso que yo soy de las medianías de esta isla -comentaba el viejo-, que estuve en Cuba, pasé por Florida, Puerto Rico, Jamaica y Liverpool, y viajé a Venezuela a visitar a tu abuelo Víctor, mi hermano, en Puerto Cabello, estado de Carabobo. Mira que he visto sitios en mi vida, pero como Agaete, ninguno.
César Ayala confesaba no ser muy cristiano, y las razones para no serlo carecían de fundamentos religiosos, teológicos o filosóficos. César Ayala no era cristiano por una mera razón geográfica:
-Fíjate cómo será la cosa -le decía a su nieto-, que yo sí soy mariano, creo en la Virgen del Pino, en la de agosto y en la de Las Nieves, y si Dios vino al mundo no tiene mucha lógica que lo hiciera en Palestina. Yo pienso que Agaete es así porque es la puerta de entrada a los cielos, y Jesucristo tenía que haber venido por Las Nieves, a ver a su madre, que allí le está esperando.
El viejo placero debía tener un concepto femenino de la divinidad, y para él La Virgen estaba por encima de Jesucristo. Tampoco tenía demasiado sentido del tiempo histórico, y en su visión de las cosas Agaete había existido siempre. Aprendió a amarlo cuando, de jovencito, iba algunos domingos para la villa, a pasar algunos ratos buenos en casa de Don Tomás Morales, el médico.
-Yo iba con Don Rafael Romero -contaba-, uno que era dueño de la librería Gran Canaria y que escribía poesías y artículos en los periódicos. Ahora le llaman Alonso Quesada, pero para mí será siempre Don Rafael. ¡Bien de cosas aprendí entonces, con Don Tomás, Don Rafael, Don Saulo el de Telde y Don Domingo Rivero, el de Arucas! Recorríamos el valle, desde Los Berrazales hasta el comienzo del pinar de Tamadaba; íbamos caminando a Guayedra, nos remojábamos los pies en Las Nieves o pasábamos las calurosas tardes de verano a la fresca del Huerto de las Flores. Y es que el mes de agosto era fiesta permanente en Agaete, que ya se anunciaba desde las fiestas de San Pedro en el valle, con la bajada de la Rama Chica, pero no te atrevas a decirle a uno del valle que la Rama de San Pedro es menos importante que la de Las Nieves. Aquello se fastidió cuando el gallardo Don Tomás se murió, muy joven, con poco más de treinta años. Ahora hay una calle en las Palmas con su nombre y una estatua de su cabeza frente al obelisco. Al natural era más guapo, y un hombre con mucha gracia. Dicen que cuando estuvo en Madrid estudiando Medicina las mujeres de la Corte se volvían locas por él. Unos años más tarde se murió también el pobre Don Rafael, y después yo me fui a Cuba, y cuando volví ya dejé de ir a Agaete porque me traía recuerdos de aquellos dos grandes amigos de mi juventud.
Rubén Ayala, el padre de Bruno, fue también un admirador de Agaete en su juventud. No se perdía la bajada de la Rama el día 4 de agosto. Y así sucedió cada año hasta 1962. Después, ya no tuvo gusto para volver. Fue su tío y suegro César Ayala el primero que le trajo noticias de Marilyn Monroe; cuando el viejo estuvo en Venezuela de visita, vino cargado de revistas norteamericanas, y un almanaque de 1958 con la foto de la actriz desnuda. Aquello era el acabose, y el almanaque fue a parar al bar de Toribio, donde estuvo colgado hasta que las manchas de las moscas y la grasa de las frituras casi borraron la sonrisa ingenua y provocativa de la actriz. Rubén admiró primero a Rita Hayworth, después a Silvana Mangano y por último y para siempre a Marilyn.
-Para mí Marilyn viene a ser como para usted la Virgen de Las Nieves -dijo Rubén a su suegro mientras contemplaba por enésima vez la foto del almanaque en el bar de Toribio.
-No seas animal -le dijo César-, estás hablando con el padre de tu mujer; además, este es un bar serio y creo que no debería tener colgado ese almanaque.
-Fue usted quien lo trajo de Venezuela -se defendió Rubén.
Antes de acabar en el bar de Toribio, el almanaque de Marilyn estuvo colgado una tarde en la casa de Rubén. Leonor Ayala, su mujer, no lo permitió, y en cuanto lo vio lo puso boca abajo sobre la mesa.
-¡Esta es una casa decente y religiosa! -dijo indignada.
-Pues no veo el problema -alegó Rubén, sin perder la parsimonia-, en las casas de putas hay almanaques de la Inmaculada Concepción; esto es lo mismo, pero al revés.
El argumento no sirvió para convencer a Leonor, una mujer religiosa aunque no beata. Y Rubén se fue risco abajo con el almanaque enrollado y el propósito de colgarlo de un clavo del bar de Toribio, donde estuvo hasta entonces otro almanaque de Nitrato de Chile.
Cuando llegaba agosto, Rubén, como estaba entre zafra y zafra, se perdía durante días en Agaete. Del valle a Las Nieves, de la plaza al Huerto de las Flores, se pasaba desde la diana hasta la retreta bailando el rito ancestral de la Rama. Se estrenó Niágara en el cine Capitol y Rubén Ayala fue a ver la película una docena de veces, en una especie de culto de admiración a Marilyn.
-Yo quiero a mi mujer -decía-, Marilyn es como una religión, con esto no hago daño a nadie.
Después cogió la chaqueta y se plantó en Agaete a bajar la rama como todos los años. Subió al pinar, bailó la retreta, amaneció entre amigos, y con la diana del día 4 de agosto inauguró otro día de baile. Después de llevar las ramas hasta el mar, se durmió una larga siesta en casa de su amigo Juan Armas y se levantó a tiempo de continuar hasta el amanecer del día cinco. Pasó el día entre amigos y parranda y al anochecer llegó al bar Las Nasas de la Playa.
-Dame un Dropper de Naranja para refrescar -pidió Rubén.
Sobre la barra estaba el periódico de la tarde. Rubén lo cogió por inercia y se quedó blanco como la pared.
-¿Qué te pasa, Rubén? -le preguntaron sus amigos.
La respuesta estaba en la primera página del periódico: «La actriz Marilyn Monroe ha aparecido muerta en su cama».
-¡Y tenía que ser un 5 de agosto!
Desde entonces, Rubén dejó de acudir a La Rama, pero conservó siempre su adoración por Agaete.
Bruno Ayala también se percató desde muy joven del aire especial que rodea a Agaete. Fue asistente asiduo de La Rama, y degustador del exquisito café del valle. Cuando visitaba el Huerto de Las Flores recordaba el relato de su abuelo, y sentía a los poetas de principios de siglo entre los aromas del árbol del alcanfor. La blancura deslumbrante de Agaete le decía que de alguna forma su abuelo tenía razón: Agaete es la puerta del cielo, no en vano el camino de la felicidad está señalado en piedra junto a los acantilados.
-Los entendidos lo llaman Roque Partido, pero yo prefiero llamarlo Dedo de Dios.
En la penúltima década se empezó a construir un abrigo para el viejo puerto, pero en realidad se fabricaban nuevas instalaciones. Por suerte, el nuevo puerto no hizo perder a Las Nieves su aura mágica, y a mediados de los noventa se estableció una línea marítima entre Las Nieves y Santa Cruz de Tenerife. Sabedores de su condición de guardianes de la puerta del cielo, los habitantes de Agaete temieron perder el favor celestial, porque muchos fueron los que entonces pensaron que Agaete sería un lugar ideal para vivir. No se sabe si la avalancha de adoradores destruyó tan hermoso lugar, seguramente el último vestigio de la mítica Atlántida. Como solía decir Bruno, desde que pecaron Adán y Eva, el paraíso quedó al oeste, muy al oeste, del Edén, en Agaete. Tampoco hay noticias sobre si Dios se decidió a bajar por fin a La Tierra alguna vez, cosa que sin duda habría de hacer por Agaete. Por eso, cuando en 1980 murió César Ayala, quiso que lo enterraran en Agaete, igual que su yerno Rubén, muerto prematuramente años antes.
-En Agaete se está más cerca de Dios -fue lo que argumentó César en su testamento-, es el único lugar del mundo donde merece la pena pasar la eternidad.
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