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¡Pues claro que el incendio es en la misma zona, tolete!

La isla no es solo un concepto geográfico, es una manera de mirar el mundo. La desgracia que se ha cernido sobre Gran Canaria, en forma de lenguas de fuego, hace que seamos conscientes de la impotencia que produce sentirse a la deriva en medio del océano. Lo sentimos al ver que los medios nacionales de comunicación meten la pata una y otra vez, cuando insisten en llamar Tejada a Tejeda o informan que el nuevo incendio se produce en la misma zona que el anterior. ¡Pues claro que es en la misma zona, tolete! Esto no es Australia, habitamos un territorio de 1.500 kilómetros cuadrados y esa pequeñez hace que todo se produzca en la misma zona. Esto no es un continente, en el que puede haber un incendio en Cádiz y otros en Castellón o Lugo. Nuestro territorio tiene la misma extensión que la provincia de Guipúzcoa y hoy como nunca somos conscientes de su pequeñez y su lejanía.

La peculiaridad de nuestro territorio es obvia, como enclave de la Macaronesia con unas riquezas naturales únicas. Pero es que su brevedad le otorga mayor valor, porque todo eso que nos hace distintos es escaso por falta de espacio. También le ocurre al resto del archipiélago y a las demás islas de esta zona atlántica. Hay especies autóctonas de flora y fauna comunes, pero hay otras que no están en todas las islas, y a veces perviven en una sola. Esta singularidad es la que hace especial a Canarias, aparte del patrimonio geológico y arqueológico que convierten a cada uno de sus territorios en un elemento muy especial para todo el planeta, y por supuesto para nosotros.

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Lo primero son las personas

En estas hora tan duras para Gran Canaria, solo hay dos asuntos prioritarios: aunar esfuerzos para detener el fuego y cuidar de las personas que se han visto afectadas. Por fortuna, la solidaridad está siendo enorme, pero la angustia y la incertidumbre de las personas desalojadas es un dolor añadido, porque dejarlo todo atrás sin saber qué va a pasar es un drama siempre, y lo es más cuando hay entre las personas desplazadas enfermos, ancianos y niños que no aciertan a entender qué está pasando. Por ello, todo lo demás se vuelve secundario, y ya habrá tiempo de analizarlo para que una desgracia de estas dimensiones no vuelva a repetirse.

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Arde la patria de nuestra niñez

El fuego nos quema el alma. Si, como dijo el gran poeta alemán Rainer Maria Rilke, la verdadera patria es la infancia, pasar los primeros años en una isla marca de una forma determinante. Haber nacido en un territorio continuo y amplio, sea en una aldea perdida o en una gran ciudad, crea una sensación de libertad inconsciente, aunque a veces sean humanamente inabarcables las posibilidades que ofrece un continente, porque es teóricamente posible echar a andar hacia cualquier lugar. Hoy podemos pensar en medios de transporte, pero esa posibilidad teórica de llegar muy lejos mientras nos aguanten las piernas es algo que nunca sentirá un ser humano que haya vivido su niñez en una isla en la que se tenga conciencia geográfica de la insularidad. No existe la misma sensación en una isla como Gran Bretaña, donde, además, está el centro de una sociedad fuerte, o en islas de gran extensión, que en una isla en la que al final de cualquier mirada está el mar. Nunca se pierde de vista esa gran masa de agua que nos separa del resto de la humanidad y que, paradójicamente, ha sido también el camino por el que llegar a los continentes y a otras islas. El hilo de nuestra cometa está sujeto a la isla, aunque vuele muy alto y muy lejos.

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