Hace más de treinta años, cuando escribía Bolero para una mujer, una novela sobre la marginación social de las mujeres, siempre a la sombra o, peor aun, ocultas por el machismo milenario, pensaba que aquello sería una gota que, unida a otras, llenaría un imaginario océano de justicia, y que en el verano de 2019 no haría falta seguir señalando desigualdades porque serían cosa del pasado, con lo que mi novela sería arqueología literaria, sin más interés que el de conocer cómo fuimos. Entonces pensaba lo mismo al escribir artículos sobre la libertad de las opciones sexuales. Tristemente, aquella novela sigue reflejando la actualidad, si es que no se queda corta por cómo van las cosas, después de unos años en los que vivimos el espejismo de que las conquistas igualitarias ya eran irreversibles. También por desgracia, aquí sigo escribiendo artículos para señalar la necesidad de que no bajemos la guardia contra quienes se empeñan en que volvamos a tiempos oscuros en los que siempre hay quien grita que la homosexualidad es una lacra, cuando en realidad quienes tienen problemas aberrantes son quienes tratan de enmendar la plana, no solo a la legalidad que tanto esfuerzo ha costado, sino a la propia naturaleza de las cosas.
El Día del Orgullo Gay se celebra desde hace décadas con la entrada del verano, recordando aquel 28 de junio de 1969 en el que los homosexuales se echaron a la calle en el Greenwich Village de Nueva York, porque ya estaban hartos de tantos abusos. Pensamos siempre que las cosas eran distintas en los países más avanzados de Occidente mientras en España nos consumíamos en una dictadura terrible. Pues no, porque ya hemos ido conociendo escalofriantes historias en la Europa supuestamente democrática y ejemplar o en los Estados Unidos, que se tiene por adalid de la democracia, donde hasta el último tercio del siglo XX mantener relaciones homosexuales consentidas entre adultos podía llevar a alguien a la cárcel desde dos años a cadena perpetua (según en qué estado), o a clínicas psiquiátricas en las que se les aplicaban “remedios” que iban desde la hipnosis y el electroshock a la lobotomía. El Reino Unido no es tampoco un espejo en el que mirarse, pues no les tembló el pulso para meter en la cárcel y conducir al suicidio (hay quien da peores versiones de su muerte) a Alan Turing, uno de los científicos más brillantes del siglo XX, pionero de la ciencia de la computación y descifrador de la máquina Enigma de mensajes nazis, que hizo que la II Guerra Mundial durase entre dos y cuatro años menos. Pues toda esa brillante trayectoria de nada sirvió porque la acusación de homosexualidad lo convirtió en un indeseable para la sociedad a la que había ayudado a salvar.
Durante la dictadura franquista, los homosexuales fueron perseguidos como criminales. Y ya que hablamos de novelas, hay una de lectura necesaria, Viaje al centro de la infamia (2006), en la que Miguel Ángel Sosa Machín nos traslada al escalofriante espacio del campo de concentración de Tefía, en Fuerteventura, donde confinaban a los homosexuales como si fueran bestias y los sometían a tremendas torturas y vejaciones, además de hacerles perder los mejores años de su vida y convertirlos en seres señalados para ser motivo de burla general. Así que, el franquismo también tuvo su cuota de crueldad e injusticia para los homosexuales.
Que se celebren actos y festejos cada año como reivindicación de una sociedad en la que la libertad de opciones sexuales sea vista con normalidad es lógico y desde luego necesario para conseguir visibilidad, lo mismo que hacemos el 8 de marzo con la mujer o el 25 de noviembre contra la violencia machista. La evolución de la sociedad en los últimos años ha hecho que se enciendan las alarmas, porque el monstruo que creíamos haber matado solo estaba hibernando, o quién sabe si haciéndose el dormido para sacar sus garras a la menor oportunidad. Lo que está ocurriendo en Andalucía, los ataques a personas del colectivo LGTBI o la censura que el flamante consistorio madrileño ha impuesto a las celebraciones del Día del Orgullo nos dicen que esta gente está enseñando algo más que la patita, alentados por algunos poderes fácticos que vomitan salvajadas disfrazadas de piadosa doctrina, amparados en la libertad de expresión que utilizan para hacer impunemente apología del odio.
Hay que estar muy alerta y salir a defender lo conseguido, sean mujeres, colectivos LGTBI, personas de otra raza, otra procedencia, otra religión u otra diferencia, pues hay un sector arcaico de nuestra propia sociedad a la que todo lo que no sean sus ideas medievales les parece nocivo y perseguible, una tara, pero debemos tener muy claro que los tarados son ellos. También hay que situar todos estos movimientos reaccionarios en el mismo paquete que quiere retrotraernos a la esclavitud, la intolerancia y la pobreza. No son asuntos distintos y aislados, todo forma parte de lo mismo, y como es obvio que el monstruo ha despertado, es necesario que la sociedad entera se plante para detener sus fétidos propósitos. Y se equivoca quien piense que por ser varón, blanco, español, católico y heterosexual está a salvo. En el siglo XVII, el poeta metafísico inglés John Donne escribió: “no preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti”.
A todas las personas que creen en la igualdad y la justicia, les deseo unas felices, provechosas y reivindicativas jornadas del Orgullo Gay. Y divertidas.
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