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Los grandes poetas nunca mueren

Escribir la despedida de un gran poeta es siempre difícil porque no puede meterse en unas pocas líneas la inalcanzable grandeza de una obra literaria sin fisuras. Escribir de un gran amigo se me antoja casi imposible porque no estamos preparados para asumir su partida. Si confluyen ambas circunstancias, no aparecen las palabras que puedan transmitir a la vez el dolor de la amistad y la dimensión poética de una de las voces más rocosas que ha dado esta tierra. Se nos ha ido como del rayo Juan Jiménez, con quien tanto quería. Tengo que acudir a las palabras de Miguel Hernández para asegurarme de que estos renglones son capaces de aproximar la figura del poeta a la tremenda realidad que es su silencio. Como decía una gran poeta al conocer la triste noticia, escasean las palabras precisamente en el territorio en el que Juan Jiménez tenía la vitola exacta para convertir en grafismos lo más profundo de los seres humanos, una capacidad para codificar ese aire del sur que siempre lo acompañó.
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