La radio ha sido vital en el siglo XX, y sigue siéndolo en el XXI. Como hoy es Día de La Radio, como homenaje a este gran medio de comunicación, extraigo un capítulo de mis Crónicas del Salitre, publicadas en Canarias7 en la década de 1990 y en libro en los albores de la presente centuria.
Cronicas del salitre-La radio.pdf
El barito, situado en una de las navetas invertidas del Puentepalo, ya no tenía el aire intelectual de principios de siglo. En los años sesenta era un cafetín, con veladores de mármol y espejos en su pared occidental, unos ventanucos que daban al pedregal del cauce del Guiniguada, y una pequeña barra en la que algunas cucarachas se presentaban cuando menos se las esperaba.
El llamado Puentepalo estaba condenado a morir, igual que su vecino el Puente de Piedra, que algunos seguían conociendo como de Verdugo, en memoria del que antes uniera los barrios de Triana y Vegueta, y que salió de las arcas del acaudalado obispo del mismo nombre. En cada una de las
esquinas del Puente de Piedra, una de las cuatro estaciones, en forma de estatua genovesa, levantaba las críticas de un sector de La Iglesia porque mostraba a la luz subtropical sus senos de mármol terroso. Se hablaba del proyecto de techar el barranco para hacer una avenida a la que entonces se le asignaba el nombre de Miguel de Cervantes. Andrés el Ratón (1) pasaba con frecuencia por el bar, asombrando a los clientes con sus descomunales pies descalzos y su pechera repleta de chatarra, condecoraciones de todas clases que eran su mayor orgullo sin que nadie se las hubiera concedido.
Hacia las ocho y media de la tarde solía llegar Rosendo, un parlanchín que decía conocer a cuantas personas importantes se mencionaran en la conversación.
-No te preocupes -decía con suficiencia al arrendatario del bar-, todo eso de la avenida y de que van a tirar el puente son habladurías que debes tener en telar de menos cuenta.
-¿Y tú cómo lo sabes? -le preguntaba el arrendatario.
-Hombre, lo sé… -y se hacía el interesante; luego, como en secreto pero con la intención de que se corriera la voz, Rosendo invocaba una conversación que había mantenido con el alcalde Ramírez Bethencourt, con el que decía haber tomado café horas antes y al que llamaba Pepe, tanta era la
supuesta amistad que les unía, aunque nadie podrá jurar que los viera juntos alguna vez.
El bar era sobre todo mañanero. Por las tardes tenía algún movimiento en la sobremesa, y a eso de las nueve de la noche se echaba la llave con los que estuvieran dentro. El arrendatario servía copas a los que allí se reunían, casi siempre los mismos, mientras se despuntaba la noche en una inevitable
partida de zanga o envite.
-Yo creo que no le conviene arrastrar -comentó Rosendo, mirando la partida, pues no podía permanecer silencioso aunque lo pretendiera.
-Usted cállese -le atajó uno de los jugadores-, los que está por fuera, están para prestar dinero.
Ya eran las nueve de la noche. La partida se volvió más lenta porque la atención de los presentes
-Pero no haga comentarios, por favor, no quiero que me fichen por agitador -gimoteaba uno de los jugadores, un rubio del barrio de San José que no quería saber nada de política.
-Y eso si no nos meten en Barranco Seco (2) -apostilló el arrendatario-, pueden pensar que somos una célula del Partido Comunista.
-¡Chissst!, cállese usted también -el rubio estaba temblando de miedo.
«El presidente Kennedy viajará próximamente a Viena para entrevistarse con el líder soviético Nikita Khruchev, según ha anunciado hoy el Secretario de Estado norteamericano Dean Rusk. El ministro de Asuntos Exteriores español, Señor Castiella, ha declarado a la Agencia EFE que esto supone un gran esfuerzo por la paz mundial de nuestros amigos de
Washington…»
-Menudo meleguino está hecho el Castiella ese -tuvo que decir Rosendo, porque si no se asfixiaba-, seguro que cree que el ruso y el yanqui van a hablar de Gibraltar.
-Su lengua nos va a desgraciar un día de estos -volvió a gemir el de San José.
Y así era siempre. Cerraban el bar y escuchaban la radio. A veces, Rosendo se metía detrás de la barra, pulsaba la onda corta del receptor, y entre interferencias que semejaban el sonido de una serrería lograba sintonizar la voz evanescente en castellano de Radio Moscú.
-Escuchen, es La Pirenaica.
-Si ya la Pirenaica no existe -comentó uno de los presentes, pero para Rosendo, cuando se hablaba mal del régimen español, siempre era la Pirenaica, fuera Radio Moscú, Radio Francia Internacional o la BBC.
«En Barcelona continúa la parodia de juicio contra el líder obrero Julián Grimau. El consejo de guerra es uno de los coletazos del tirano antes de que las fuerzas proletarias ocupen el poder en Madrid…»
-Quite eso que ya el parte se debe estar acabando y va a hablar el Viejo (3).
El Viejo era el hombre del tiempo; no debía tener muchos años, pero arrastraba la voz de una forma tan gangosa que, a través de las ondas, daba la impresión de estar escuchando a un anciano majadero:
«Muy buenas noches señores y señoras radioyentes del Archipiélago Canario y costas de Africa. Canarias está bajo la influencia del anticiclón de las Azores, con una presión media de 1.018 milibares. Las líneas isobaras indican que habrá nubosidad de desarrollo vertical en zonas de medianía y costa, y en las vertientes que dan al nordeste nubes en forma de coliflor. La humedad relativa del aire será de un 70 por ciento. El viento será de fuerza fresquito, como hoy. Y nada más, hasta mañana si Dios quiere».
-Pero bueno, ¿llueve o no llueve? -se impacientaba Rosendo, que no entendía una sola palabra de lo que decía el meteorólogo-, este viejo sigue emperrado en eso de las isobaras y en el dichoso anticiclón de las Azores, y dice que el viento será de fuerzas fresquito, como hoy; ¡pero si hoy ha
hecho un calor de mil demonios!
Y lo mismo que en el bar, ocurría en muchas trastiendas, a donde acudía el vecindario a oír el diario hablado, el parte meteorológico y las primeras notas neocrológicas que daban cuenta de los fallecimientos de los que podían pagar el anuncio de su muerte en la radio.
-Este Antonio Naya habla y no se le entiende -criticaba Rosendo al meteorólogo.
-Lo que pasa es que tú eres un ignorante, y no sabes de esas cosas, seguramente él habla como debe hablar -le reprendía otro de la tertulia-. Lo que no entiendo es por qué no se lo dices a él, ya que conoces a todo el mundo seguramente habrás tomado café con Don Antonio Naya.
-Yo no lo conozco -reconoció el parlanchín Rosendo-, pero un amigo de Tirajana me contó que, un día que él iba por la carretera hacia San Bartolomé, un coche que venía de la cumbre lo recogió. El conductor le preguntó por la agricultura, y mi amigo le comentó sin malicia que todo iba muy mal, porque desde que El Viejo hablaba por la radio no había forma de que cayera una gota. Cuando llegó al pueblo, le dijeron que el conductor del coche que lo había traído era Antonio Naya.
-Vale más que te calles Rosendo; ahora vamos a escuchar «La Ronda», que la hija de un amigo se casa el domingo y le hemos puesto para felicitarla «La Mañanitas». Espero que el novio no se lo tome a mal.
Y a los sones de la tuna, con el patrocinio de «Saldadora Canaria, de la calle San Pedro número 2» comenzó el espacio más escuchado de las noches isleñas: «La Ronda».
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(1) Andrés Déniz, conocido por «El Ratón», era un personaje muy popular que deambulaba por la
zona del mercado de Vegueta.
(2) Barranco Seco es el lugar donde estaba entonces la cárcel de Las Palmas.
(3) Al meteorólogo Antonio Naya (algunos decían Anaya) se le conocía vulgarmente por «El Viejo».
Daba un parte muy técnico después del diario hablado de las nueve de la noche.
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