No confundir Maluma con Verdi

 

Contando, más que escribiendo, porque no tengo con qué escribir y,
de todos modos, escribir está prohibido.
(Margaret Atwood).

Confieso que la zapatiesta que se ha formado alrededor de las canciones con letras machistas me ha dejado aturdido. Desde luego, el reguetón no es precisamente el tipo de música que más me llega; alguna vez he comentado que me chirrían sus letras. Muchos podrían decir que esa hipersexualización de sus bailes escandaliza; pero ese no es el asunto. También estoy en contra de que, desde canciones, libros, programas de radio o televisión o películas se haga proselitismo, o peor, apología, de costumbres negativas, entre ellas el machismo. Otra cosa es que, con estos mismos medios, se expongan situaciones como reflejo de una sociedad y su consiguiente denuncia. Y ahí está el problema, que como ahora primero se dispara y después se pregunta, no me extañaría que este rasero fuera utilizado sin mirar más allá, y eso sería muy peligroso.
DSCN3649yt.JPGLa libertad de expresión quedó establecida en 1793, en el marco de la Revolución Francesa, se volvió a remachar en el artículo 9 de la declaración de los Derechos Humanos (1948) y figura en las constituciones de los estados democráticos. La Constitución Española de 1978 lo recoge en el artículo 20, y hay que recalcar que, en el apartado 2 dice textualmente: «El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa». Ya hay algo de eso con la obsesión por lo políticamente correcto, con lo que quienes ahora están enarbolando el verbo prohibir o tratan de revisar antes de publicar, están saltándose todas las declaraciones y constituciones que tanto esfuerzo nos ha costado como género humano.
Llegados a este punto, debo insistir en que estoy frontalmente en contra de las barrabasadas, procacidades y degradaciones que aparecen en algunas letras de canciones. Y recalco en lo de «algunas», porque es que se está hilando tan fino que ya casi no se ve el hilo. Con ese baremo, van a quedar tres tangos en pie, buena parte del folclore será demolido (con el flamenco dentro) y, puesto a seguir hilando, habrá quien quiera suprimir el aria La donna è mobile de la ópera Rigoletto y, por supuesto, Otello completo, aunque anden de por medio Shakespeare y Verdi. Puede que esto sea exagerar, pero los incendios empiezan con una chispa.
Si hablamos de libertad de expresión, sepamos que, por muy consagrada que esté, tiene la contrapartida del compromiso, incluso de la responsabilidad penal. La cosa funciona así: se puede decir, cantar, escribir, dibujar o filmar lo que se quiera sin censura previa. Ahora bien, si lo que se ha hecho atenta contra alguno de los principios básicos de convivencia, para eso están las leyes, y será un tribunal quien dirá la última palabra. Y así es como está pensado que actúen los estados de Derecho. La cuestión no es si un ayuntamiento impide que suene determinada canción en sus fiestas, lo que deberíamos plantearnos es qué hacer para que la sociedad rechace este tipo de agresiones a la mujer, que si cruzaran determinada línea, tal vez serían cosa de la fiscalía. El hecho del que se parte es real y deleznable, pero, si entramos en este juego, siempre habrá quien trate de prohibir hasta los amaneceres. Y eso no.

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