En el solsticio de verano
en la frustración, la envidia y el fracaso propio del que culpan a los demás.
Quememos el odio, sea cual sea su tamaño, porque una leve brizna de su esencia
se multiplica en el infecto alimento de sí mismo; tan putrefacto es el que pone sal
en las heridas y las ilusiones como el que genera catástrofes humanas de
dimensiones bíblicas. Solo es cuestión de oportunidad.
Prendamos fuego a la indiferencia que nos hace cerrar los ojos ante el sufrimiento
ajeno, y enviemos al olvido las ofensas, murmuraciones, traiciones e infamias
que nos pesan en el orgullo.
Mantengamos siempre lejos del fuego la memoria de los afectos,
la fuerza de la generosidad y el peso de la lealtad.
¡FELIZ SOLSTICIO DE VERANO!