Con muchos matices, se suele sentenciar que el desconocimiento de la historia nos condena a repetirla. Y debe ser verdad, porque la frase se le atribuye al británico Winston Churchill, al argentino Nicolás Avellaneda, al español Jorge Santayana y a no sé cuántos más nombres de relumbrón, y su recorrido se remonta 2.500 años, pues hoy he oído que fue Confucio el primero en decirlo (deducimos que en chino). Creo recordar que alguna vez han colocado la frase a Dante, a Goethe y, por supuesto, al hidalgo don Quijote, a quien le han adjudicado unas cuantas majaderías que, por mucho que busques en los dos tomos de sus andanzas, nunca encontrarás, porque es muy socorrido apoyarse en el personaje cervantino, y a alguien con lustre se le debió ocurrir alguna vez poner en su boca aquello de «ladran, luego cabalgamos»,
y ya se repite sin saber que Cervantes nunca escribió tal cosa. No nos dicen quién ladra si no es perro, y desde luego don Quijote no pudo cabalgar a lomos de un jamelgo tan perjudicado como Rocinante, que, como mucho, iría al trote cochinero porque no daba para más y porque, en caso de poder alguna vez, habría dejado muy atrás al pobre burro, que tampoco se llama Rucio, sino que Sancho lo nombra como «el rucio» al referirse a él por el color de su pelaje. Lo de repetir la historia también lo he escuchado en un latín «muy creativo», y atribuido al mismísimo Marco Tulio Cicerón. Continuar leyendo «La naturaleza del escorpión»