La cosecha literaria de este año ha sido excelente, y los libros se agolpan en mi escritorio. Se supone que en estos días tendría que hacer un post navideño, a favor o en contra, pero este año quiero llegar al día 24 de diciembre con dos libros que ya llevan unos meses pidiendo mi atención, y que son completamente distintos, pero tienen en común que están escritos por dos mujeres, también muy diferentes, que a su vez comparten esa generosidad que las hace mirar siempre al otro. Me refiero a Elizabeth López Caballero y a Elsa López.
Elizabeth es joven, inquieta y subida continuamente al tobogán de la preocupación por los demás, especialmente los niños. Su libro se llama La niña de la Luna, y es una historia pensada para los más pequeños, aunque también resulta delicioso para los mayores, un relato que denuncia un asunto que últimamente nos preocupa, aunque lamentablemente siempre ha existido: el acoso escolar. Una niña se evade de la dura realidad que vive cada día en su clase subiéndose al tren de la fantasía, imaginando viajes espaciales y haciéndose amiga de astronautas de ensueño. Es un hermoso relato que tiene sus momentos de dureza, pero que siempre se levanta porque la imaginación de la protagonista -y de la autora- busca soluciones más allá del mundo real. Finalmente (y no hago spoiler), la imaginación puede con la crueldad. Este es un libro que debiera ser leído y comentado en la aulas, porque la empatía también ha de ser formada, y nadie tiene que ser víctima de los complejos de los demás.
El otro libro es Viaje a la nada, de Elsa López. No voy a entrar en la calidad literaria de Elsa; para mí, más que una escritora consagrada es una poeta sagrada. Cada una de sus palabras destilan humanidad, sabiduría y belleza. Habla de la vida cuando parece que comenta un viaje a los confines helados del planeta. Y llega a la verdadera esencia de todo lo que existe, la nada. El universo es un camino hacia su propia destrucción, y nosotros somos parte de él. «La nada es solo aire muerto», escribe Elsa López, en una especie de oxímoron físico, aire sin oxígeno, nada. Es una lectura que pone al ser humano en su sitio, que no es otro que el del viajero hacia un lugar casi imaginado y al que nunca llega. Pero no es un libro pesimista, porque en esa ruta encontramos la vida, con lo que, aunque no se diga de una forma explícita, invita a afrontar cada recodo del camino. La alegría y también el dolor, que es lo que nos hace humanos.
Habrá muchas, buenas y hermosas maneras de llegar a un 24 de diciembre, y creo una de ellas es acercarse a dos escritoras que se enfrentan a lo más duro de la vida y abren puertas a la ilusión. No son mala compañía la fantasía y la poesía en estado puro.
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