Creo que la sociedad española está en medio de un síndrome de inconsciencia porque no percibe el peligro; es como si caminara con los ojos cerrados por el pretil de una altísima azotea, pero no siente que puede caer al asfalto en cualquier momento. Al decir sociedad me refiero a todos sus estamentos, niveles y sectores. Hay una crisis económica de magnitudes homéricas (homenaje el personaje del cochero irlandés de la película Un hombre tranquilo), combinada con el general descrédito institucional, una poco tranquilizadora situación europea y mundial que nos afecta y, en fin, un mapa social y político en el que nadie está en su sitio y no hay brújula que lo aclare. Pero no pasa nada, está ardiendo la mecha y todos miran pero nadie se molesta en tratar de apagarla. Se ha llegado a un estado de sedación colectiva en el que por lo visto se espera continuar el recorrido por el filo de la azotea, intuyendo tal vez que se produzca el milagro o el prodigio de que deje de funcionar la ley de la gravedad; o peor, sin que parezca importar caer al vacío.
Los políticos siguen con su juerga de números y porcentajes, curiosa abstracción que refleja simpatías y antipatías, jaleando consignas que cumplen estrictamente el consejo maquiavélico de que las palabras sirven en política para ocultar la realidad, sacando del baúl de la abuela conceptos como patria y pueblo, que deben ser polisémicos para que cada cual entienda lo que le convenga. Pero gustan porque suenan a bóveda y dan solemnidad al discurso. Es como una gran siesta, un perpetuo griterío que finalmente arrulla y adormece porque le han puesto ritmo de merengue. Que si los del Ibex 35, el bonapartismo, el fascismo, la hoz y el martillo, el Club Bilderberg. Los egos andan despendolados: los periodistas se bañan en adrenalina, los tertulianos se refocilan en su verdad absoluta, los economistas asienten o se oponen enfervorecidos según barrios y los historiadores se echan manos a la cabeza porque son los únicos (algunos, no todos) que vislumbran un dejá vu, ven la hilera de anestesiados y que, cada vez más estrecho, el pretil de la azotea sigue allí como el dinosaurio de Monterroso. ¿Seguirá hasta el 26-J el efecto de la anestesia? ¿Se habrá intensificado hasta la inconsciencia total con las constantes dosis que inyectan desde todas partes? Yo solo digo que no se tiene noticia de que se haya suspendido la molesta y recurrente ley de Newton, y si el asfalto sigue teniendo la misma densidad y dureza de cuando me caí con la bicicleta, la castaña va a ser también de dimensiones homéricas.
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