puede con mil valientes…»
(Alfredo Zitarrosa).
Cada vez que escucho la canción Adagio a mi país, del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa, tengo la sensación de que la escribió pensando en Canarias. Pero no, su canción habla de la República Oriental del Uruguay, que aunque su extensión es 23 veces la de Canarias, tiene solo poco más de tres millones de habitantes. Tiene en común con nuestras islas que es una sociedad pequeña, fundada por 16 familias canarias y que se ha construido con una sucesión de inmigraciones que se han mestizado sobre el esquilmado sustrato aborigen. Por lo tanto, su proceso es paralelo al nuestro, con colonización comercial británica incluida, y la independencia no cambió la estructura, solo que el lugar de un enviado de la corona española fue ocupado por un criollo con pedigrí. Siguieron mandando los mismos, los dueños mantuvieron sus prebendas y dominios, a los pobres los mantuvieron a raya y la política es sucedáneo de lrivalidad entre ricos, aunque de vez en cuando se les escapa un espontáneo que hace algunos cambios, que son corregidos inmediatamente para que, como en El gatopardo, todo siga igual.
Una forma de mantener esa rigidez vertical es cultivando la ignorancia, falsificando la cultura y promoviendo el embrutecimiento general. Quien saque la cabeza del agua la pierde, y silenciar es el arma más eficaz porque no hace ruido ni necesita el uso de la fuerza. Pero es también una forma de violencia, y siempre hay alguien del país o de fuera comisionado para establecer falsos prestigios y acallar cualquier estridencia que ponga en riesgo el status quo. Por debajo, una legión de anodinos e insignificantes aduladores hacen el trabajo sucio, que resulta muy fácil, se trata solo de silenciar, ocultar y provocar el olvido de algo que es importante y por lo tanto dañino para la apuntalada arquitectura de siempre. De entre esa tropa adocenada entresacan las glorias locales, que alcanzan con ello un fulgor inesperado que saben que no merecen, aunque algunos acaban creyéndoselo. Pensábamos que al acabar el franquismo todo cambiaría; pero con la llegada de la democracia ese sistema se intensificó, y el resultado es la desarticulación cultural de estas islas, porque no hay estructuras canalizadoras. Cada vez que algo empieza a hacerse sólido, lo dinamitan. En cuanto detectan el talento, alertan a sus sicarios para que neutralicen el peligro. Crear necesita mucho esfuerzo y grandes impulsos; por el contrario, destruir es fácil, basta con desprestigiar o simplemente ocultar. Ese es el trabajo de los mediocres, porque, como canta Zitarrosa, un traidor puede con mil valientes. Qué tristeza.
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