Los cumpleaños tienen diversos matices. Quienes ven la botella medio llena los tienen como la medida de un tiempo vivido, y los de la botella medio vacía como un acercamiento al final. En algunos círculos sociales la edad suele ser tabú, y ya es casi una caricatura quitarse números en la cuenta, aunque los años siempre serán los que son. Hay también quienes establecen una lucha a brazo partido contra el tiempo, ignorando que es una batalla perdida de antemano, pero quieren conservar el envoltorio; a veces los efectos son positivos y el aspecto mejora; otras veces el bisturí es devastador y convierte rostros expresivos en máscaras estáticas. En las últimas décadas se ha dado a la juventud un valor excesivo, pues ser joven ya es un valor en sí mismo, pero para muchos empeños la juventud carece de la sabiduría que da la experiencia. También es verdad que a muchos los años y la vida les pasan por encima sin dejarles una brizna de sensatez y seso. Hay personas que siempre están en su sitio para las que la palabra tiene valor de escritura notarial; pasan por la vida sin hacer ruido, pero se convierten en referencia de quienes los conocen y tratan. Cometen errores porque son humanos, pero siguen teniendo las manos limpias. Es una lección de vida cuando un hombre así cumple 90 años con todas sus facultades cansadas pero intactas, y con ganas de seguir aplaudiendo el último gol de la UD Las Palmas. Ese día es hoy y, aunque sé que no leerás estos renglones, mirando hacia la fuente de la que soy agua, ¡feliz cumpleaños, Antonio!
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