Me cuentan que hace casi cuatro meses que en Canarias hubo un cambio en la presidencia del gobierno, y no estoy seguro de que sea verdad. Me dicen que sí, que hay un señor que es presidente, con una pinta muy suave, media sonrisa permanente y que tiene imagen de persona práctica y contemporánea, remachada por una mochila que le confiere ese andar cansino y que es una especie de elegancia de lo cotidiano. Y yo lo creo, porque quienes lo dicen son personas de confianza, pero toda esa sencilla imagen espontánea o sobrevenida debe tener algún fallo, porque es como si Clavijo fuera transparente. No se le ve. Antes, uno podía aplaudir o cabrearse con la presencia continua de Paulino Rivero, pero ahora tiene que hacer un esfuerzo mental solo para asumir que sí, que hay un presidente, aunque no se le vea por ninguna parte.
He repasado las hemerotecas y es verdad que aparece en los medios, pero esa evanescencia provoca que se diluya en la memoria inmediata. Ahora bien, una cosa es que no se le vea y otra que no esté, y si revisamos los últimos meses -los de su presidencia-, que se han vendido como los del esfuerzo por el entendimiento, nos damos cuenta de dos cosas; la primera es que Canarias traga con Madrid sapos considerables y la segunda es que en ese juego del escondite está barriendo para casa con una naturalidad apabullante, como si el poder y el dominio de este archipiélago hubiera sido depositado por los dioses en manos de ATI y sus socios y cualquier otra posibilidad se considere una usurpación (expolio lo llamaban antaño). De esta manera, se beneficia a las islas no capitalinas en contra de las dos más pobladas, y ese supuesto sacrificio tinerfeño es el chocolate del loro para las formaciones que en las demás islas le hacen la ola a ese designio divino en forma de CC. Enarbolando la triple paridad como un mandamiento del Sinaí -que ahora sirve para todo, demás de para repartir escaños-, llegamos a la conclusión de que el número de habitantes, los índices de desempleo y la pobreza son cosa menor mientras el poder siga en las mismas manos. Esa imagen translúcida y pseudomoderna es el muro tras el cual siguen imperando los instintos omnívoros de siempre. Y como todo se hace de puntillas, la gente no se da cuenta de las cosas hasta que las tiene encima.
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