Decía Tierno Galván que la democracia es el menos malo de todos los regímenes políticos, y no ocultaba la evidencia de que gran parte de los poderes reales de las sociedad, sean religiosos, económicos o sociales no pasan por las urnas del sufragio universal y sin embargo inciden en la totalidad de los ciudadanos. ¿Quién elige al Papa, al obispo y al párroco? ¿Y al presidente de una compañía aérea? ¿Y al director de una empresa cualquiera que tiene a su cargo servicios públicos, o incluso actividades privadas que son usadas por todos? Por las urnas solo se elige a los representantes políticos y sindicales, y a algunos cargos de entidades colegiadas. Bien es verdad que la política es la que debiera marcar las pautas de la sociedad, y se supone que las personas que elegimos están sujetas a unas reglas del juego, pero a la vez sabemos que a menudo están marcadas por otros poderes no elegibles. Creemos que al menos somos libres para elegir qué camisa compramos, qué película vemos o qué libro leemos, pero hasta en eso a menudo estamos teledirigidos. ¿Por qué habré dicho teledirigidos?
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