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Padura o tiempo de negro

Si en el Renacimiento se distinguía entre la fama y la gloria, en la actualidad parece que ambas se confunden. Si no hay fama, no hay gloria; es decir, la gloria llega a quienes previamente tienen fama, y esta a menudo se sustenta en la moda. A esto hay que añadir la oportunidad. En los últimos años «se lleva» la novela negra, aunque esta etiqueta editorial no se ajusta muchas veces a lo que en su día definió el género, y entran en el lote las de trama policiaca, las novelas-enigma, las políticas o de espías, las de argumentos de mucha acción violenta y, por supuesto, las que responden a las normas que en su día selló Raymond Chandler en su ensayo El simple arte de matar. Nada tengo contra las novelas negras comme il faut ni contra las de trama detectivesca, porque como dijo hace años un exitoso editor, solo hay dos tipos de novelas, las buenas y las malas.
imagenPadura.JPGEs evidente que Leonardo Padura, flamante Premio Princesa de Asturias de las Letras, escribe buenas novelas, y es un escritor de trayectoria diversa y brillante, aunque su gran fama es tributaria de la serie de novelas policiacas (Pasado perfecto, Adiós Hemingway, La cola de la serpiente…) que protagoniza el detective Mario Conde, una versión latina del Bogart desordenado y aleatorio de El sueño eterno, que aprovecha el autor para ser crítico con la sociedad cubana y que ha conseguido arrastrar lectores al resto de su obra. El año pasado, el premio recayó en el escritor irlandés John Banville, que también publica novelas negras bajo el seudónimo de Benjamin Black. Es decir, ya en 2014 el jurado escuchó los cantos de sirena de lo dominante y a medias premió el género, aunque el peso y el prestigio de la obra de Banville viene de lejos y lo de Benjamin Black es una especie de juego.
En el caso de Leonardo Padura el peso de la obra está precisamente en el género negro, que ya ha sido ampliamente reconocido, no solo por el público, sino por los muchos galardones que ha ido cosechando en los foros más prestigiosos. Llama la atención que el Premio Princesa de Asturias le siga la corriente a los editores, que ya no se esconden para conceder los premios de novela más conocidos y acaudalados a novelas negras, como así viene ocurriendo con mucha frecuencia en los últimos años. Tampoco suena a casualidad que Padura, crítico con el régimen castrista y partidario del establecimiento de relaciones Cuba-Estados Unidos sea premiado precisamente ahora. La ecuación es perfecta: si a la fama le añadimos la moda y la oportunidad, la gloria está servida. Y aunque parezca que no, me da una inmensa alegría que lo hayan premiado, porque lo conozco desde 1998, cuando Tato Gonçalves y yo pasamos una deliciosa tarde con él bajo la coartada real de hacerle una entrevista para este periódico y resultó ser un gran tipo.
Toca por lo tanto tiempo de novela negra, detectivesca o como quieran llamarla. Tal vez sea verdad que si miras alrededor solo puedes escribir novelas negras (José Correa dixit), pero es desde luego muy interesante el fenómeno, pues si bien se están reivindicando con justicia otros géneros que siempre fueron tenidos por menos «literarios», como la ciencia-ficción, lo fantástico, el terror, lo humorístico o incluso la novela histórica, no tienen punto de comparación con el auge de la novela llamada negra. Y los lectores responden, lo cual es sin duda una gran noticia. Por lo tanto es el tiempo de que Leonardo Padura sea Premio Princesa de Asturias de las Letras. Enhorabuena.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el 11 de junio).

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Pedro Zerolo, luminoso e imprescindible

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles». (Bertol Brecht).

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Estoy convencido de quienes tengan un poco de sensibilidad humana y social sentirán hoy un dolor personal por la muerte de Pedro Zerolo. Se llenarán muchos espacios en todos los medios y en las redes sociales y se dirán palabras que serán sinceras, y seguramente destacarán su incansable lucha por los derechos de quienes viven una vida sexual diferente a lo que los siglos, las religiones y las sociedades han considerado y siguen considerando «normal». Muchos han dado el pésame a la familia socialista, pero eso sería reducir su figura; era socialista, sí, pero hoy la Parca se lo ha arrabatado a toda una sociedad necesitada de referentes éticos como él. imagensssZerolo.JPGEs verdad que Pedro Zerolo combatió a brazo partido por sus ideas, pero su trayectoria es mucho más universal, su lucha siempre fue por los derechos de las minorías, aquellas personas que por su color de piel, procedencia o cualquier otra diferencia son marginadas en la realidad aunque a menudo no lo estén en las leyes. Una de sus batallas fue la de crear esas leyes, la otra y más importante fue la de tratar de que la realidad fuese un espejo de esas normas. Estuvo en todas las luchas por la igualdad de la mujer (nunca he entendido porque a las mujeres las llaman minoría), y en cualquier frente en el que la injusticia establece límites: la pobreza, el abuso, el olvido. La fuerza que tenía su entusiasmo y la convicción que derramaban sus palabras lo hacían un hombre vital, alguien en quien confiar porque siempre tuvo claro que por encima de cualquier otra consideración estaban las personas. Creo que es de justicia poner su nombre en el cuadro de honor de quienes dedicaron su vida a la convivencia entre seres humanos diferentes (todos somos diferentes), con las ideas como arma, junto a Rosa Luxemburgo, Martin Luther King, Simone Veill, Victoria Kent y tantas personas imprescindibles en la evolución del pensamiento, personas de palabra y de acción. Siempre estuvo en su sitio y hasta en sus horas más duras tuvo una sonrisa para invitar a la vida. Es inolvidable porque cada vez que percibamos la existencia de un avance recordaremos que fue un escalón fundamental en este largo camino hacia la justicia y la igualdad. Descanse en paz Pedro Zerolo, uno de los canarios más luminosos de nuestro tiempo, un hombre de los imprescindibles de Bertol Brecht.

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El juego de espejos de Santiago Gil

No es una novedad que Santiago Gil tiene uno de las voces narrativas más firmes del presente literario en Canarias, seguramente porque cuando escribe prosa no puede desprenderse de su condición de poeta. No puede existir la una sin la otra, y en él conviven sin que ninguna deje de ser ella misma, como una pareja que respeta el tiempo y el espacio del otro pero sabe que hasta en esas soledades deseadas permanece la conexión. Si hace unos meses nos entregó el poemario Trasmallos, ahora publica en formato digital Villa Melpómene (ATTK Editores), una novela en la que los personajes palpitan y debaten sin dialogar, solo con sus actos, en un trabajo en el que el escritor hace un trabajo casi de funambulista, imagen santigil 1.JPGbalanceándose en la cuerda floja de la memoria ficcionada y la invención de un autor que hace una biografía de Camille Saint-Saëns para una editorial parisina, apoyada en unos supuestos diarios donde aparece como leiv motiv el hecho real de las siete estancias que vivió en Gran Canaria el gran músico francés.
La novela es un juego de muñecas rusas donde surge un biógrafo con vida propia, que encuentra unos diarios del músico de forma tan fortuita y rocambolesca que se hace verosímil, y luego tienen que aparecer las palabras del autor de Sansón y Dalila, incluso con un perro en Gran Canaria y una perra en París con los nombres de los personajes bíblicos de su ópera. De este modo se superponen creaciones que a su vez fueron creadas por otro, y esta por otro, de manera que se conforma una matrioska que Santiago Gil tiene que sostener adoptando diversas identidades porque hay varios narradores en primera persona, y él mismo asume la idea flaubertiana de que todos son él.
Hay en la obra otras piruetas que aparentemente no lo son, pero que el autor utiliza con maestría. Una de ellas, posiblemente la más importante, es el juego de espejos que compone al comparar los diarios y la estancia narrada en la isla en los albores del siglo XX con la actualidad de 2008, que es cuando se supone que el biógrafo narrador viaja a Gran Canaria para reconstruir los pasos de Saint-Saëns. La inevitable comparación de los cambios de la isla mediando un siglo entre ellos nos muestra dos islas distintas pero también iguales, porque la lejanía y la insularidad siguen influyendo a pesar de que ahora París está a cinco horas y en 1908 era un viaje de semanas.
imagen santigil 2.JPGVilla Melpómene se compone de varias visiones tangenciales que retratan un París que transita del romanticismo al modernismo, con el contacto de Camille con Gounod, Bizet, Berlioz y los grandes que estrenan en París: Wagner y Rossini… El genio de Saint-Saëns será la fuente de la que surtirán Ravel o Debussy. Y en medio, la explosión impresionista, el París mítico de Montmartre. La música es por lo tanto la pauta de la prosa de Santiago Gil, que en esta obra es más veloz que nunca. Y en el espejo de enfrente, la isla hace cien años, de la que el músico dice: «He encontrado de nuevo la dulzura del aire, las pequeñas casas rojas, azules, amarillas, que uno diría están hechas para ser alineadas por niños en una mesa». Y los colores, que entonces eran una orgía en Gran Canaria, que lanzaban al aire Néstor Martín Fernández de la Torre, Juan Rodríguez Botas y Ghirlanda o Tomás Gómez Bosch, que aprendían del pintor modernista catalán Eliseo Meifrén, afincado por un tiempo en una casita cerca de la playa de La Laja.
Esos son los muchos juegos de espejos que plantea Santiago Gil en Villa Melpómene (París-Gran Canaria, siglo XX-siglo XXI…) y otros que sobrevuelan la obra y la vida de Saint-Saëns, como Dieppe o Argel, donde finalmente fue a morir en 1921. Y siempre Guía y la costa noroeste de Gran Canaria, referencias literarias que ya tienen el sello del escritor, sin cuyo pulso no sería posible una novela tan compleja y a la vez tan sencilla, que circula en formato digital porque también por algo estamos en el siglo XXI.
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(Este trabajo fue publicado el domingo 7 de junio en el suplemento cultural Pleamar de la edición impresa del periódico Canaria7 de Las Palmas de Gran Canaria).