Hay un arsenal de refranes, proverbios y sentencias, que provienen de siglos de experiencia y sabiduría, que advierten sobre la incoherencia y determinan -tiro de sentencia- que el tiempo pone a todos en su sitio. Nos advierten que la elocuencia es plata y el silencio oro, que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras, que por la boca muere el pez, que las mentiras tienen las patas muy cortas, y que, en definitiva, del dicho al hecho hay un trecho y que se pierden muchas oportunidades para callarse. Si sobrevolamos la actualidad, encontramos cada día personas que se contradicen o que lanzan frases sin medir exactamente su significado. Un ejemplo es la alcaldesa de Zamora, quien, a pesar de militante del PP, no era partidaria de la reforma de la ley del aborto que propugnaba Gallardón; ha dicho que cualquier menstruación de una mujer es un aborto, frase muy poco científica, teniendo en cuenta que es licenciada en medicina, y hasta los legos sabemos que un óvulo menstrual no está fecundado. Siguiendo con el mismo asunto, Rajoy ha dicho que no era lógico hacer una ley que cambiaría el siguiente gobierno nada más llegar, criterio que no le ha impedido imponer la LOMCE o la ley de tasas judiciales. El colmo de la incoherencia (acompañada de toneladas de prepotencia), es que el exhonorable Jordi Pujol se despachase a plenitud con una bronca homérica ante un Parlament que le pedía explicaciones. Sin embargo, a veces uno tiende a creer lo que por su naturaleza es poco creíble si hay antecedentes que hacen cuadrar dichos con hechos; este es el caso del escritor Javier Marías, que asegura que no aceptará ningún premio pagado por el Gobierno, ni siquiera el Cervantes; y yo lo creo porque ya rechazó el Nacional de Literatura por esa razón. Lo que está claro es que muchas veces calladitos estaríamos más guapos (yo también, por supuesto).
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