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¿Estamos en manos del azar?

Cuando vamos en avión, en guagua o en taxi, comemos en un restaurante, cruzamos un puente o un túnel o necesitamos asistencia médica, sin pensarlo estamos creyendo en la profesionalidad, y de manera inconsciente estamos confiando en los conductores, médicos, cocineros, pilotos o ingenieros que están o estuvieron implicados. La profesionalidad da confianza. Y si nos paramos a pensar, los políticos no son profesionales, y aunque se rodeen de técnicos son los que tienen la última palabra. Una profesora de filosofía puede ser ministra de Obras Públicas, un músico ministro de Defensa y un químico presidente del Gobierno. Es decir, la última palabra la tiene siempre alguien que no es profesional.
zzz azar.JPGY esto nos lleva a la pregunta de si quienes nos gobiernan saben realmente lo que están haciendo, porque uno constata que ignoran a veces hasta los antecedentes históricos del asunto sobre el que deciden. Las declaraciones de tanto Jefe de Algo suenan siempre a favor de su conveniencia, no a la de todos. Estar en manos de Rajoy, Obama, Merkel, Putin o el presidente chino Xi Jinping, es tanto como decir que vivimos en una especie de ruleta rusa, y si ocurre como hace un siglo (que es lo que parecen evidenciar), que coincidió al frente de los estados una colección de tarugos que condujeron al mundo a la mayor guerra conocida hasta entonces, estamos en manos de azar.

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Tener ya es no tener

Siempre es triste que desaparezcan grandes actores y actrices que forman parte de nuestra memoria individual y colectiva y que por ello son parte de nosotros. Dura y prematura fue la partida de Philip Seymour Hoffman, previsible por edad la de Peter O’Toole y sorpresiva por muchas razones la del gran Robin Williams. Con sus imágenes se va un poco de nuestra historia, pero ya sabemos que la muerte no hace distinciones y al final los actores y las actrices estás sujetos a los mismo ciclos que el resto de los seres humanos. Ahora bien; hay iconos que debieran ser intocables, y que la Parca se haya llevado a Lauren Bacall es inadmisible. Porque La Flaca era el cine mismo, el sello de una época, una diosa. Lo siento, pero eso no tiene perdón posible.
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(En 1995 publiqué en Canarias7 una serie de relatos alrededor del cine que se llamaron genéricamente PROYECCIONES. Como homenaje a Lauren Bacall y a todo un tiempo dorado del cine, enlazo el relato dedicado a Lauren Bacall que entonces publiqué).
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La escritura y la muerte

Dicen que los motores de la escritura son el amor y la muerte, aunque sobre esto hay perspectivas muy diversas, pues Confucio decía que no nos es posible conocer la muerte si apenas conocemos la vida, mientras que Marlenne Dietricht afirmaba que hay que temerle a la vida, no a la muerte. El caso es que la muerte de alguien querido o muy admirado ha sido un estímulo que ha dado lugar a muchos de los mejores poemas de nuestra lengua. El género elegíaco se coloca en la cima de nuestra poesía solo con mencionar la triple corona de las Coplas por la muerte de su padre, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y Elegía a Ramón Sijé. Y hay muchas más, obra de grandes poetas como Octavio Paz, Agustín Millares, Rafael Alberti… En otras lenguas no se quedan atrás, y no me resisto a mencionar Funeral Blues del poeta inglés W. H. Auden. Hay también un cierto género elegíaco en prosa; dos ejemplos señeros son Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir, y Mortal y Rosa, de Francisco Umbral, en los que la muerte de la madre o del hijo desencadenan profundas reflexiones sobre la volatilidad de la vida, el valor de la memoria o la inexorabilidad de la muerte.
zztumulo.JPGLuego está el género periodístico de las necrológicas, que tienen el nivel de quienes escriben o la implicación de cada cual con quien acaba de fallecer. Hay autores que detestan sinceramente las necrológicas, aunque cuando mueren figuras de cierta relevancia alguien tiene que comentar su perfil en los medios. Por esta razón, he tenido que escribir docenas de necrológicas cuando desaparece alguna figura importante de la cultura, y la verdad es que son los artículos más difíciles, porque si te afecta personalmente casi no puedes escribir, y si no te afecta tienes que esforzarte en mantener una distancia respetuosa que valore lo positivo del personaje. El poeta teldense Fernando González pedía cinco minutos de vida al día siguiente de su muerte para ver qué había escrito sobre él Juan Rodríguez Doreste, cuyas necrológicas eran muy seguidas en la prensa local; eso sí, sin llegar a la obsesiva costumbre que tenía Cervantes de escribir elegías sin parar (entonces no había prensa), generalmente de un nivel literario a años-luz por debajo de su Quijote, a los muertos ilustres aunque no fueran recientes. Era como un vicio (nadie es perfecto), aunque no es desdeñable su famoso soneto con estrambote al túmulo que levantaron a Felipe II en Sevilla, y cuyo final se utiliza repetidamente como muletilla, y la mayor parte de las veces sin saber que son versos cervantinos:

«…Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada».