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Los nombres de las calles


zzzppppFoto0716.JPGLas ciudades cambian su nombre cuando cambia la lengua (Zaragoza: César Augusta; Compostela: Campus Stellae o Campo de la Estrella), y ya empieza a olvidarse por qué Schamman, La Paterna, Escaleritas, Arenales o Miller se llaman así. Se pone a una calle el nombre de una persona ilustre para homenajearla, pero luego nadie sabe quién fue. ¿Saben siquiera la mayoría de los carteros o los vecinos de esas calles quiénes eran, por ejemplo, Cayetana Manrique o García Tello, que la calle Pérez Galdós no se refería al novelista, sino a su hermano militar (luego lo cambiaron), o que las calles de Schamman son personajes o títulos de Galdós? ¿Por qué Juan de Quesada es El Toril, Bravo Murillo el Camino Nuevo y la Plaza de la Feria es en realidad del Ingeniero León y Castillo? Salvo José Barrera Artiles, ¿quién demonios sabe quiénes eran y a qué dedicaban su tiempo libre el Lectoral Feo Ramos, el Sargento Llagas, Travieso, Carvajal, Perdomo y Cebrián? Para eso, como en Nueva York, calles numeradas, y encima no te pierdes.

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¿Para qué fuimos a La Luna?

Hace 45 años (20 de julio en Estados Unidos, 21 en Europa), el ser humano, personificado en el astronauta Neil Amstrong, consiguió el sueño acariciado durante milenios por poetas, visionarios y científicos: alcanzar La Luna. Pasando por encima de leyendas urbanas que hablan de que eso no ocurrió, y que hasta fue motivo de un famosísimo falso documental, hay que dejar claro que, ocurriera o no, la tecnología disponible en 1969 hacía perfectamente posible viajar hasta La Luna y regresar. También habría que correr un tupido velo sobre el origen de esa tecnología, fruto de «la captura» por parte de Estados Unidos del científico nazi Herbert Von Braun, un genio de los cohetes, que primero fabricó los V-1 y V-2 que aterrorizaron Londres y luego hizo para la NASA el Saturno, un cohete que puso en órbita los artefactos necesarios y que aun hoy no ha sido superado, pues hasta los últimos viajes de los transbordadores espaciales lo utilizaron. Tocamos el cielo con las manos, La Luna, hace 45 años. Los muchachos de entonces que queríamos distanciarnos del casposo entorno, vivíamos en la esquizofrenia de las lecturas políticas secretas, a la vez que estábamos fascinados por la carrera espacial, primero el Sputnik, la perra Laika, Gagarin y Glenn, luego los proyectos Mercury, Geminis y Apolo, que seguíamos con el mismo entusiasmo que las canciones de Bob Dylan o las películas del Agente 007. No nos estalló la cabeza de milagro.
zzzzz lllunnna.JPGEl caso es que aquel 21 de julio seguimos el alunizaje por la radio (en Canarias no había entonces televisión por satélite) y la voz que recordamos es la de Cirilo Rodríguez, corresponsal de RNE, aunque al día siguiente pudimos escuchar en diferido la de Hermida mientras veíamos las borrosas imágenes de Amstrong bajando la escalera del módulo lunar. Millones y millones gastados en un viaje que creíamos científico pero que solo era un envite para adelantar al enemigo durante la Guerra Fría, con Vietnam ardiendo por los cuatro costados. ¿Ir a La Luna para qué? ¿Para perfeccionar la manera de matar niños inocentes en Gaza o derribar aviones civiles en Ucrania? ¿Para plantearnos si hay agua en Marte mientras envenenamos la de este planeta y somos incapaces de dar de beber a los sedientos somalíes? ¿Para eso fuimos a La luna? 45 años después, antes que con «esa gran gesta americana», me sigo quedando con Bob Dylan e incluso con las fanfarronadas de Sean Connery haciendo de un inverosímil James Bond. ¡Ah, sí! Los astronautas se bañaron en Maspalomas y se alojaron en un hotel del oasis que ahora tratan de destruir. Para eso sirvió el viaje a La Luna.

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Los límites de la sopladera

Vivimos una de las etapas más convulsas desde hace décadas, y me temo que lo que salga de esta batidora va a ser el patrón para un largo futuro. Asistimos al taller del siglo XXI, y aunque parecía que, en todo su malvado horror, se estaba esculpiendo a cuidadoso y sibilino cincel, empiezo a no estar seguro de si no querrán darle grotesca forma a martillazos. Hacer un recuento de lo que en estos momentos puede ser la mecha sería muy largo, y sin embargo veo a la gente que oye sin escuchar, que mira sin ver, que responde a la consigna de no pensar, como si hubieran impregnado el aire con una especie de suero de la desidia. globo-rojo[1].jpgEl corazón de la vieja Europa tiembla entre Crimea y Los Cárpatos, y a los dirigentes europeos solo les ocupa el tiempo discutir el tamaño de los despachos que se reparten en Bruselas, o en Madrid, o en cualquier concejalía perdida de Canarias. Nadie parece darse cuenta de que, de la firmeza, la inteligencia y la rapidez con que ahora se actúe dependen muchas generaciones, incluidas las que hoy habitan este planeta.
Palestina, toda África, Ucrania… Y todo sigue como si nada pasara, esperando tal vez que se resuelva por inercia. Asesinan a cuatro niños en una playa de Gaza o derriban un avión comercial en la cuenca del río Don y se convierte en un espectáculo que dura unas pocas horas. Luego se vuelve a lo mismo convencidos de que las mareas negras que se vierten en las costas de Agüimes se diluirán por el movimiento de las olas, sin intervención humana. Y advierto que la desidia, la ineptitud, la ambición sin freno y la maldad puede cada una por sí sola ser muy destructiva, pero combinadas son una receta absolutamente letal. Y esto no se resolverá con el comienzo de la liga ni con la manipulación mediática, porque la sopladera aguanta aire hasta un punto en el que revienta. Y como decía mi abuela, sigan soplando que ya…