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Dia de la escritura


Cada Día del Libro hacemos coincidir esta celebración con las fechas de las muertes de Cervantes y Shakespeare, que si bien fallecieron el mismo año y en un 23 de abril, no fue exactamente el mismo día, puesto que entonces los británicos no se habían acomodado al nuevo calendario gregoriano que actualizó la Iglesia Romana en 1585. Y hablamos del Día del Libro, que es algo ambiguo, porque los más puristas quieren que se refiera a los volúmenes de creación literaria mientras que otros hablan del soporte libro con cualquier contenido. En todo caso, estamos viviendo una época de transformación y tampoco ha sido siempre el libro el soporte único del arte y el conocimiento. Es posible que el libro de papel sea en el futuro un soporte más, puesto que las comunicaciones y la digitalización abren nuevas vías que ya son una realidad. Tendríamos que hablar entonces del Día de la Escritura, o de la comunicación escrita, que ha ido evolucionando en alfabetos y medios técnicos, desde las tablillas sumerias sobre barro hasta las actuales tablets, con todo lo que hay en medio: papiro, papel, pluma de ganso, estilográfica, máquina de escribir, ordenador…
zzzzzescritura.JPGPor otra parte, la celebración de la escritura pone de manifiesto uno de los grandes logros de la Humanidad, pues a través de ella es como hemos tenido memoria de lo sucedido y de los conocimientos nuevos que se iban creando. Es gracias a la escritura que se ha recordado todo y que se ha guardado el conocimiento adquirido para añadir otros nuevos. Hoy sabemos que civilizaciones remotas consiguieron avances que luego se perdieron y que no se conservaron por escrito; uno de los ejemplos son las baterías de almacenamiento eléctrico encontradas en Irak (antigua Sumeria), y que los humanos volvieron a redescrubrir hace apenas un par de siglos. Por eso, si bien Cervantes y Shakespeare son dos hitos en la historia de la Humanidad, por encima de ellos está el almacenamiento de lo que vamos aprendiendo como especie. Gracias a la escritura, los seres humanos saben hoy mucho más sobre todo, mientras que un animal selvático sabe hoy lo mismo que hace cinco mil años. Celebremos entonces ese gran logro humano que es la comunicación escrita, que es capaz de atravesar el espacio y el tiempo.

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Ya el Coronel no tiene quien lo escriba

zzzzzzgabo33.JPGNos dicen que Gabo ya no está. Su cuerpo mortal ha dejado de respirar, pero su alma hace tiempo que ascendió a la eternidad junto a Remedios la Bella. El destino ha sido cruel con un hombre que se volvió desmemoria, él que había sido el adalid de la memoria creativa, pero ha tenido compasión de quienes fuimos deslumbrados por luz tan cegadora. Quitarnos de golpe ese foco habría sido una hecatombe, y por eso el fogonazo se ha ido desvaneciendo para irse sin demasiado ruido. Y es que García Márquez no ha sido un escritor extraordinario, tampoco un gran novelista; fue un ángel Gabriel anunciador, un profeta que traspasaba las paredes y el tiempo.
Los escritores transforman con la belleza de su prosa el dolor, la esperanza, el odio y el amor; los novelistas escriben novelas, y los más grandes construyen extraordinarias novelas que quedan como mojones en el camino. Gabo no hizo nada de eso, fue la literatura misma, un golpe de clarividencia que llegó a todo tipo de lectores. Establecer categorías es muy difícil cuando hablamos del arte literario, pero García Márquez es otra cosa. Muchos dirán que ha sido el mejor novelista del siglo XX, con la chispa de Cervantes, la profundidad de Shakespeare y la fuerza de Homero, todo en una sola pieza. Otros, menos dogmáticos dirán que es uno de los grandes autores de su época, y otros más tibios solamente que fue un narrador distinto.
Nadie le puede negar esa capacidad de fascinación que tiene su literatura, libros que parecen escritos al dictado de las artes adivinatorias. Incluso habrá quién se atreva a decir que tampoco era para tanto (los ha habido durante su más de medio siglo de divinidad humana), y siempre son los que se ven impotentes para entender el fenómeno. Gabo es una rareza, entre el milagro y el portento, que usando los mismos sujetos, verbos y predicados que los demás, construía oraciones con apariencia de normalidad, pero que en la esquina imposible de una sílaba escondía magia.
zzzzzzgabo22.JPGPosiblemente ni él supiera qué sustancia sobrenatural contenía su prosa, pero lo cierto es que cualquier historia entre sus manos se volvía grandiosa, bíblica, inamovible. Los más grandes se han rendido a su obra, especialmente ante Cien años de Soledad; Mutis, Fuentes, Arciniegas o Vargas Llosa inclinan la cabeza ante tal monumento entre la admiración, el agradecimiento y la incomprensión. Sí, porque a menudo la obra de Gabo es humanamente incomprensible desde la razón, y solo hay que dejarse llevar hacia ese Macondo inasible, perturbador y atrayente como la voz de las sirenas de Ulises. Esa magia literaria se ve muy poco, incluso los más grandes autores que marcan épocas no llegan a alcanzarla.
Cuando hablamos de García Márquez entramos en el terreno de los verdaderamente escogidos por los dioses, que saben administrar esa magia brutal que no es cosa de humanos. Desde el mexicano barrio de San Ángel (los nombres no son casuales), el ángel Gabriel inicia su camino hacia el cielo de Macondo. Allí sale a recibirlo el comité de los elegidos, entre los que se adivinan las siluetas de bruma de Sófocles, Shakespeare, Cervantes y Borges. En el grupo, no muchos más. Macondo queda expectante esperando qué señales vendrán desde la cima del Monte Olivete de la ascensión definitiva de Gabo. Y el Caribe se pierde en la confusión porque ya el Coronel no tiene quien lo escriba.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 18 de abril de 2014).

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Buen viaje, Gabo, y gracias por todo

gabito1.JPGPara quienes creen que la palabra es la última frontera del ser humano, la materia que nos permite pensar y evolucionar, la que desarrolla la imaginación, hoy se nos ha apagado el último gran faro de nuestra lengua. Gabriel García Márquez no solo era un extraordinario escritor, era la palabra en su máxima potencia, el puerto al que todos queríamos llegar en busca de la comunicación poética. Cuando era niño, mi padre me llevó a curiosear a una factoría de pescado, y allí me llamó la atención una plancha vidriosa casi transparente que estaba colocada en una poceta. Toqué aquel material y sentí que me quemaba; «es hielo» me dijo mi padre, y así fue cómo empecé a entender lo cerca que está lo ardiente de lo gélido, que solo distinguimos a través de la palabra. Unos años después, siendo un adolescente, ya pensaba ser escritor y contar aquella experiencia infantil que me parecía muy literaria. Entonces cayó en mis manos una novela que empezaba así: «Años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquel remoto día en que su padre lo llevó a ver el hielo»; era la primera edición española de Cien años de soledad, y en lugar de sentirme frustrado porque alguien se me había adelantado a contar aquella y otras experiencias, tuve la certeza de que yo tenía razón, al distinguir lo literario entre el aluvión de palabras y conceptos que nos rodean diariamente. Ese fue el primer fogonazo de García Márquez que me iluminó, y a partir de entonces supe que en el campo minado de tanta superchería pseudoliteraria, había que pisar en sus pisadas. Ahora se ha muerto, y para algunos de nosotros empiezan realmente los años de soledad literaria. Seguiremos sus huellas para estar a salvo. Es lo que tienen los profetas.