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La letra escarlata y el efecto pasillo

No. No he renacido transformado en crítico de música pop contemporánea, aunque he de decir que me alegra la proyección exterior que está teniendo el grupo grancanario Efecto pasillo, y que viene cosechando éxitos desde hace varios años (ojalá continúe y que vaya a más). Me refiero al debate sobre si la Infanta Cristina tiene que hacer a pie el recorrido desde la calle hasta la entrada de los juzgados de Palma de Mallorca. La respuesta es tan sencilla como sumar dos más dos: sí. Y debe hacerlo porque esa exposición pública parece que es norma, y la ha sufrido cualquiera que haya sido citado en un juzgado con una imputación sobre su cabeza. Luego si lo han condenado o absuelto se olvida, pero ese recorrido lo han hecho desde afamadas tonadilleras y temibles mafiosos hasta corruptos por demostrar y acusados que luego fueron absueltos. Es decir, siguiendo el discurso de que todos somos iguales ante la ley, la Infanta habrá de hacer ese recorrido.
zzzescarnio.JPGOtra cosa es que exista esa costumbre infamante. No se entiende que personas aún no condenadas tengan que sufrir ese calvario (repugnaría incluso con los culpables), manteniendo el tipo frente a la voracidad de los medios de comunicación y la tendencia de la masa a linchar al primero que tenga ocasión. Suele haber insultos, abucheos y a veces hasta lanzamiento de objetos, y como mínimo las miradas inquisitoriales de quienes las más de las veces no saben ni de qué va la cosa. Es algo que tiene una solución tan sencilla como la de entrar por un aparcamiento subterráneo que suele haber en todos los juzgados o arbitrar en los que no lo hay otro sistema que impida esta exposición. Ese paseíllo recuerda al antiguo castigo de someter a los reos al escarnio público, bárbara costumbre que todos detestamos, mucho más cuando se produce cuando ni siquiera está probada judicialmente la culpabilidad de la persona imputada. Por lo tanto, en ese asunto lo que procede es cambiar el sistema de acceso a los juzgados, no porque ahora tenga que hacer ese paseíllo una Infanta de España, sino porque es denigrante para cualquier persona. Por otra parte, resultaría muy forzado si se hiciera ahora mismo, para evitar que esto suceda a doña Cristina, y sería un escándalo que se omitiese ese paseo para ella y luego se siga aplicando al resto de los ciudadanos. Ese efecto pasillo es ignominioso y por lo tanto es tan impresentable en una sociedad democrática como ponerle orejas de burro al niño que no se sabe la lección, o pintar en los acusados una letra escarlata como hacían a las adúlteras los puritanos de Nueva Inglaterra en el siglo XIX.

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Gelman: lucha, dolor y esperanza


Juan Gelman es el paradigma de poeta comprometido en los parámetros enunciados por Gabriel Celaya («Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse»), Agustín Millares Sall («Te digo que no vale / que el gris siempre se salga con la suya»), Atahualpa Yupanqui («Los primero es ser hombre, lo segundo poeta») o Mario Benedetti («Si a uno le dan palos de ciego la única respuesta eficaz es dar palos de vidente»). Desde muy joven su poesía estuvo aliada con la poesía misma entendida como ejercicio de la belleza y el compromiso; por un lado, nadie puede acusar a Gelman de componer panfletos incendiarios sin rigor poético, pues su poesía es pura imagen y a la vez grito a favor y en contra: «Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos/ rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte», por otro es un dietario palpitante sobre el amor, la soledad, la pasión, la justicia, la vida en toda su extensión e intensidad. Pocos poetas podrán ajustarse tanto a la coherencia, en la línea de José Martí, Miguel Hernández, Roque Dalton o los mencionados Millares y Benedetti.
Gelman responde también al esquema del intelectual latinoamericano, implicado en política hasta las cejas, lo que él, en lugar de asumir embajadas, ministerios o barrocos sillones presidenciales optó por bajar a la calle, a la gente, se jugó el cuello una y otra vez y así su vida fue en gran parte un exilio de la sociedad a la que quería servir. Probablemente muchos pensarán que se equivocó, y seguramente así ocurrió más de una vez, pero es que solo se equivocan los que emprenden acciones. Él mismo aceptó equivocaciones políticas como cuando su grupo montonero hizo migas con el peronismo guevarista, un revuelto que, visto a distancia, no tenía posibilidad de cuajar, pero había que estar allí, en la Argentina de finales de los años sesenta, con la dictadura militar del general Onganía, preludio de lo que sería la Operación Cóndor en la década siguiente, diseñada por Kissinger y ejecutada desde las bases norteamericanas del canal de Panamá.
zzzgelmann.JPGLa lucha con la palabra y la acción se transformó en dolor cuando la Junta Militar de Videla hizo desaparecer a sus hijos y su nuera embarazada de siete meses. Esa niña que nació en la cautividad de su madre pudo por fin abrazarse a su abuelo casi veinticinco años después, y tomar sus apellidos legítimos. Así pudo Juan Gelman en sus últimos años suavizar la tristeza eterna de su mirada. Y ese dolor se convirtió en esperanza a través de sus versos, siempre mirando hacia el futuro colectivo, sin un gimoteo aunque tuviese el alma rota. Con Juan Gelman desaparece uno de los grandes intelectuales que son el envés de los poetas remilgados que nunca comprometen su palabra más allá de la línea de peligro. Porque Gelman hacía verdad lo que Benedetti declaraba: aunque estuviese hablando de flores, mariposaso del frescor del rocío, nunca sería neutral, porque cuando existe el compromiso con la poesía de verdad se ha pactado con la vida a cualquier precio. Descansa en paz, lo mereces, Juan Gelman, gran hombre, gran poeta.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 16 de enero)

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Martin Scorsese, un italiano en NY

Acaba de estrenarse El lobo de Wall Street, otra película de Martin Scorsese (MS) que debe hacer un número muy alto, entre ficción y documental, sea para el cine o la televisión, además de sus apariciones como actor en varias decenas de cintas; en esto sigue la estela de grandes directores-actores, no con la contundencia protagonista de Welles, De Sica, Truffaut, Allen o Eastwood, pero sí con la presencia secundaria pero contumaz de John Huston o Sidney Pollack. Cuando escuchamos su nombre pensamos que MS es eso, un director de cine italoamericano que ha dirigido esta o aquella película y que ha aparecido en fotogramas de otras tantas, uno más. Pero si analizamos aunque sea a vuelapluma su trayectoria nos damos cuenta de que pertenece a ese escaso círculo de cineastas que son clásicos vivos porque su obra forma parte de la vida de mucha gente, si es que no ha contribuido a diseñarla.
zzzzztrattoria[1].jpgPero MS no es una isla; es un elemento de un entramado artístico e intelectual que casi puede ser dibujado y que tiene como ADN la sangre italiana de sus miembros y la ciudad insomne de Nueva York. Y ese gráfico tiene forma de constelación, con dos estrellas que brillan con menos fuerza, que son Michael Cimino y Brian de Palma, y cinco luminarias cegadoras: De Niro, Pacino, Coppola, el propio Scorsese y DiCaprio, un cometa gigante que llegó más tarde pero se ha quedado. Nueva York es La Meca de los norteamericanos y tal vez de Occidente, y son muchas las películas y los cineastas nativos o transeúntes que nos la han mostrado (Allen, Capra, Wilder, Edwards, Lang…) pero no con los ojos de inmigrante italiano que tiene dos lenguas maternas. Es como si vieran la ciudad desde dentro y a la vez desde fuera, porque, aunque llevan en NY varias generaciones, no acaban de irse de Italia, especialmente si tienen sangre siciliana.
Esta constelación se fragua en los años setenta del siglo XX; cada uno de estos nombres llegaba con una trayectoria distinta, pero Robert De Niro se encontró con Coppola en El Padrino II, se llevó un Oscar y se convirtió en el gran italiano de NY. Después de triunfar en Europa con el Novecento de Bertolluci, se puso en manos de MS para hacer una obra maestra, Taxi Driver (1976).
zzzzscossss1.JPGYa tenemos a De Niro como estrella que une a Scorsese y Coppola, pero este había encontrado su gran cometa, Al Pacino, cuyo papel de Michael Corleone quedó como un gran clásico inmediatamente. MS sigue sacando provecho del talento de Robert De Niro en Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1983), Goodfellas (1990), El Cabo del Miedo (1991) y Casino (1995). Pero sobre todo queda para la historia New York, New York (1977), un trazo de la ciudad que nunca duerme que se hizo inmortal cuando Sinatra (otro italiano) grabó la canción que Liza Minelli (otra) cantaba en película. Al Pacino ha husmeado el mundo italiano de NY en otras películas, trabajando con Brian de Palma, pero su gran personaje es Corleone, y hasta le dieron un Oscar por Perfume de mujer, remake de una película de 1974 (italiana, por supuesto) de Dino Risi con el gran Gassman.
En los años noventa llega Leonardo DiCaprio, el sueño dorado de un director como Scorsese, joven, guapo, con talento y con gran seriedad en el trabajo. Y así encadenan una serie de películas que se cuentan por éxitos, la última de las cuales es El lobo de Wall Street, la que se estrena ahora, precisamente cuando de Coppola queda el brillo eterno de sus viejas obras y se dedica a criticar la desidia interpretativa de Pacino y De Niro, cosa que empieza a ser verdad, aunque ya estén en la historia del cine personajes como Michael Corleone y Jack La Mota.
zzzzzny.JPGSi De Niro fue el fogonazo que inició la constelación, Scorsese es el que ha mantenido el tipo como ninguno de los actores y directores de su generación. Sigue ahí, abrazado a su idea de contar la ciudad y levantar acta de su tiempo en documentales tan imprescindibles como el que hizo sobre el beatle Georges Harrison. Si el alter ego de John Ford es John Wayne, el de Spielberg es Harrison Ford y el de Fellini Mastroianni, la proyección artística de Scorsese fue en su momento Robert De Niro, pero como Coppola tiene razón, ha tenido que mudarse a Leonardo Di Caprio. Y es lo que sigue vivo de todo aquello, porque mientras Scorsese y DiCaprio siguen con el pulso artístico firme, De Niro se emplea en comedias bufas con Stallone (eso sí, italoamericano) y de Pacino y el propio Coppola no hay noticias. Todos han contado y cantado su amor por Nueva York, como dice la canción del film de MS que tan famosa hicieron Liza Minelli y Frank Sinatra:

«Empiecen a extender la noticia:
me voy vivir (a Nueva York),
quiero ser una parte de ella.
Mis zapatos de vagabundo están deseando cruzar su corazón.
Quiero despertar en la ciudad que nunca duerme
y ser el rey de la colina, en la cima del éxito.
Mis tristezas de pueblo pequeño se esfuman…
Si puedo conseguirlo allí,
lo puedo conseguir en cualquier parte».


Eso es Martin Scorsese.

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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa del Canarias7 del día 15 de enero)